55. Sentimiento peculiar

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—¡Mamá! —exclamó Steven, se sobresaltó al ver a su madre sentada en uno de los sillones. Dejó el conjunto de llaves en una pequeña mesa situada cerca de la puerta de entrada.

La sala principal estaba iluminada, con las grandes cortinas de la ventana semiabiertas, lo suficiente como para cubrir una gran parte de la vista hacia el bosque. La madre del joven, Ariadna, iba vestida con un pantalón de lana holgado que conjugaba con una playera blanca. La forma de sus pechos se veía reflejada a través de la prenda.

—¿Qué hace despierta? Le he dicho que no debe esperarme.

—No es eso. —Se apresuró a decir la mujer y alzó su mano hacia el centro de mesa para tomar un sorbo del contenido de su taza. Cansada, agregó—. No podía dormir. Iré a calentar tu...

—Eso es... ¿un pi-piano? —interrumpió Steven—, ¿tenemos un piano en la casa? ¿Quién lo está tocando? —preguntó, sorprendido. La melodía que escuchaba era poco perceptible desde la posición donde se encontraba.

—Herón llegó hace unas horas. No sabía que tocaba ese piano viejo —explicó ella con una sonrisa—. Me alegra haber limpiado esa habitación.

Steven sonrió, se olvidó de su cena y se excusó con su madre diciéndole que no tenía mucha hambre. Le dio un beso en la frente y se dirigió hasta su habitación en el tercer nivel.

Los cuartos de la casa de Herón eran grandes, contaban con sus propios baños y duchas. A medida que Steven avanzaba hacia su habitación, el sonido del piano aumentaba. La curiosidad de saber cómo Herón consiguió llegar antes que él le invadió, y sus pies lo direccionaron al final del pasillo, a unos cuatro metros de su dormitorio. A pasos sigilosos se fue acercando, creyendo que no sería descubierto.

Se mantuvo en silencio por varios minutos, escuchando la melodía que oscilaba entre la melancolía y la felicidad que aquel instrumento podía transmitir a través de los dedos de su amigo. Había mucho que desconocía sobre él. Deseaba que Herón pudiese abrirse un poco más y que dejara de distanciarse, pues se suponía que eran amigos.

De pronto, la música finalizó con una mala nota.

—¡Steven! —El llamado provenía desde el interior.

El chico reaccionó, pensando en las formas que tenía para esconderse en su habitación y, quizás, hacerse el dormido. Pero no se movió, sus pies permanecieron en su lugar.

—¡Sé que estás ahí! —dijo Herón otra vez, con voz demandante, parecía bastante molesto.

Steven tomó un largo suspiro, se armó de valor para girar la manija y entrar.

—Lo siento. —Se excusó y se rio por su propia intrusión. Se llevó la mano derecha a la nuca y comenzó a refregar los dedos sobre su cabello. Estaba nervioso.

Miró el lugar. En comparación con las otras habitaciones, esta estaba casi vacía; no había muebles, a excepción del piano y una banca negra y larga. Su amigo estaba de espalda a él, con la postura recta. Tampoco había luz, la claridad del lugar la ofrecía la luz de la luna que se filtraba por las ventanas abiertas.

—No sabía que tocabas el piano —expresó Steven. Trató de iniciar una conversación o tal vez llamar su atención.

Herón lo ignoró e inició una nueva melodía que empezó siendo suave y armoniosa.

—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.

—Si tú... —comenzó a decir mientras avanzaba a su lado para escucharlo mejor—. Si tú confiaras en mí...

—Confío en ti, ¿qué te ha hecho pensar lo contrario? —Sus dedos se movían, lentos, pesados, creando la música perfecta para quedar embelesado y dejarse llevar por las notas musicales.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora