25. Suplicios

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Herón se mantenía quieto, inmóvil, observándolo en silencio. Su rostro inexpresivo era apenas una imagen difusa, envuelta por la fetidez de algo que Alex no reconocía. Lo miraba, mas no le prestaba atención.

—Tú. ¿Quién eres? —Logró balbucear Alex.

El hombre tomó una forma imperiosa, sin espejismos que ocultaran ya su identidad. Esa apariencia bestial que antes había percibido por el rabillo de su ojo derecho se había esfumado para darle paso a un monstruo con forma humana.

Extrañamente lo reconocía, mas lo desconocía.

—Pero ¿a quién tenemos aquí? —respondió despreocupado.

—Pregunté que quién eres —insistió Alex un poco molesto.

—¿Quién crees que soy?

—¡Responde! —exclamó Alex, perdiendo el control—. No eres normal.

En su mente se formaron un montón de ideas absurdas. Algo que había escuchado en alguna parte acudió a su oído, como un leve susurro del viento. Fue bastante rápido, ligero, fácil de recordar.

«Más allá de la colina vive el hombre que roba almas. Crean en él, pero mantengan distancia. Somos cercanos a él debido a mí. Lo siento, pequeños».

«Es la verdad. Yo tampoco lo creía, pero él en verdad existe». Esas habían sido las palabras del pequeño Adam que resonaban ahora en su mente.

Alex tenía miedo. Sentía que sus piernas se doblegarían en cualquier instante. La pesadez del ambiente no se amortiguaba, todo lo contrario, tenía la impresión de que se sofocaba en un mar de sensaciones nauseabundas. Quería vomitar.

—Esta situación debería conmoverme —habló el hombre, sin emoción alguna—, este niño era un alma sin recuerdos, sin pasado, pero logró llegar con su familia sin saberlo. ¡Qué conmovedor!

—¿A qué te refieres? —preguntó Alex.

—¿No lo reconoces?

—¿Reconocer qué?

No hubo respuesta. El hombre tan solo hizo un vago gesto con las manos y se apartó de él para ir hasta la camilla donde reposaba el cuerpo de Adam.

—Te preguntaré una cosa, Alex. Me gustaría saber si crees en mí o en la figura de leyenda en la que los tuyos me convirtieron.

—No sé de qué hablas.

—Cuanto más te niegues a creer, más inmenso será el precio a pagar.

Alex permanecía quieto, sin comprender muy bien el sentido de la conversación. ¿Por qué retomaba la conversación que inició semanas atrás? Solo tenía la vaga idea de considerar mover su cuerpo para largarse, olvidarse de todo lo sucedido y del pequeño Adam; debería ser fácil llevar a cabo todo eso, pero le costaba, algo le impedía hacerlo.

Entonces, con la misma expresión inescrutable, el desconocido habló con voz gutural.

—Te volveré a preguntar, ¿crees en la reencarnación que ofrece un demonio? Ya sabes, un alma inmiscuida en un nuevo cuerpo —comenzó a decir—, ¿me creerías si te dijera que este niño es tu hermano muerto?

Alex se sintió apuñalado. Antes había tenido la misma idea, había sido un simple espejismo provocado por el dolor. El día anterior, cuando el pequeño lo había llamado hermano, se le había figurado el rostro de Adam en él, pero eso no era posible. Adam jamás hubiese hecho algo tan malo como pactar con un demonio.

Él empezó a pensar en las viejas leyendas que su abuelo les contaba cuando eran pequeños.

«¿Cómo es que decía?», se preguntó. No lo recordó.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora