82. Mismo vacío

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Él ángel había fallecido.

El ángel que neutralizaba el tormento del infierno con solo estar presente ahí había fallecido mientras suplicaba el amor de un demonio.

Herón casi podía ver pasar las últimas escenas en cámara lenta: el último suspiro inhalado y exhalado, el cierre definitivo de los párpados del ángel y la sombra que opacó sus ojos dorados

La aferró contra su pecho, acarició su cabello y peinó cada hebra con sus dedos. Se acercó a su rostro, posó sus labios y plantó besos desesperados sobre su frente, sobre su cabello y en sus mejillas, en un intento fallido por despertarla, como si eso fuera a ayudar en algo.

Todavía en la misma posición, y a pocos segundos del descenso, de manera repentina, el cuerpo de Selah comenzó a vibrar y a desvanecerse.

Herón abrió los ojos al percibir en sus manos la sensación familiar de las almas, blandas y delicadas. Pero, a diferencia de lo acostumbrado, no era un alma lo que comenzó a causarle cosquillas. El cuerpo del ángel se desvanecía en pequeñas partes resplandecientes que buscaban el camino hacia el cielo; era un espectáculo electrizante, hipnótico; por unos instantes, brilló la luz en ese lugar sombrío. Y, al final, solo quedó de ella la ropa que llevaba puesta.

Tan pronto ensombreció de nuevo el sitio, el dolor comenzó a atacar a todos los presentes, incluyendo a Herón.

—¡Maldito! —Azael se zafó del agarre de Abbadon y se abalanzó sobre Herón al recibir su primer golpe de malestar—. ¡Mira lo que has causado!

—¿Me culpas a mí? —recriminó Herón en respuesta, mirando a su opresor a los ojos.

Herón lucía furioso. Varios demonios se acercaron para inmovilizarlo por los brazos y dejarlo expuesto delante de Azael. Entre jaloneos, aporreos y gritos de desesperación, un alarido se elevó sobre el gran bullicio.

—¡Te mataré!

—¿No conoces la ironía del ángel de la muerte? —inquirió Herón, bastante meticuloso—. No posees el derecho de arrebatar mi vida, ninguno de ustedes puede. —soltó una carcajada leve—. ¿Por qué crees que busco con desesperación dejar de existir? Deseo lo que no puedo tener, deseo lo prohibido. La muerte quiere morir, ¿crees que eso tiene sentido?

Volvió a carcajear ante la ironía de sus palabras.

—Si no puedo matarte, puedo torturarte hasta que desees...

—Oh, ya lo deseo, Azael. Deseo morir más que na...

Herón no alcanzó a terminar la oración. Y, por un momento, Azael quiso reírse ante la expresión de dolor que desfiguró el rostro de Herón, pero algo le impidió hacerlo: el miedo. Los demonios que sostenían a Herón se miraron entre sí, confundidos y, a través de sus propios agarres, cada uno sintió el temblor y la elevación de la temperatura corporal del prisionero.

Un grito desgarrador se alzó entre el silencio, creando turbulencias en el aire. Un alarido estridente que translucía un padecimiento infernal.

Azael se apartó lejos, observó cómo los demonios se partían en pedazos frente a sus ojos. Muchos brazos se dispersaron en el aire, mitades de cuerpos quedaron inservibles en el suelo. Nadie parecía comprender el suceso, pero los sobrevivientes retrocedieron para marcar distancia con Herón.

—Ya veo —balbuceó él, como si comprendiera algo que el resto no podía advertir, mientras mantenía la mirada puesta en el suelo; sus hombros bajaban y subían con rapidez. Le costó colocarse de pie, debido a la sensación de mareo que las cadenas angelicales le dejaron, todavía no podía transformarse. Estaba acorralado, pero no indefenso.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora