45 . Calamidades

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La calamidad llegó. El caos se desató.

Los gritos de las personas llegaron a oídos de Herón, pero solo fue a través de Steven, que corrió a su lado, que pudo entender que algo afuera del supermercado provocaba mucho temor entre la multitud.

—Un cadáver —mencionó entre jadeos—. Hay un cadáver en el estacionamiento.

—¿Qué? —espetó con sorpresa y confusión. No pudo evitar que las dudas emergieran en su expresión al no hallar una explicación ante las palabras de Steven. ¡No podía ser posible!

—Encontraron un cadáver en el estacionamiento —repitió Steven, demasiado sumergido en el susto como para percatarse del leve disturbio que sufrió Herón en su cuerpo—. ¿Qué crees que signifique todo esto?

—No lo sé. —Herón cerró los ojos, dolido por la opresión que sintió en el corazón al percibir el miedo de su amigo—. Todo estará bien. —Lo tranquilizó y, antes de salir, le acarició el cabello para infundirle valor y seguridad—. Quédate aquí, iré a ver qué sucede.

Herón no esperó por una respuesta, se encaminó hacia la multitud que comenzaba a amontonarse en el estacionamiento delantero. En el camino, se informó gracias a los rumores que las personas esparcían, pero Herón no se conformó ni creyó en lo que decían. Necesitaba ver para sacar sus propias conclusiones.

En la salida de Walmart, el escándalo que se armó desencadenó un descontrol que ni los de seguridad pudieron controlar. Aunque Herón decidió volver a trabajar como cajero, su prioridad más grande eran los cadáveres y la salvación que tanto anhelaba encontrar.

—Herón, ¿a dónde vas?

Se detuvo al reconocer la voz de su compañera de trabajo. Se giró sobre sus talones y la miró mal, ansiando estampar su rostro contra una pared para no verla nunca más.

—¿Qué quieres?

—¿No deberías dar un buen ejemplo de responsabilidad y compromiso ante la chica que se te asignó?

Ignorando a Tara, Herón se apresuró en sumergirse entre el gentío que se formaba en la entrada de Walmart, pensando que nueva empleada no era responsabilidad suya. Le había mostrado al señor Janssen su descontento por aceptarla, pero nada de lo que dijo logró hacerle cambiar de opinión, ni con trucos mentales consiguió que otra persona quedara en su puesto. Eso era muy raro.

Obligó a las personas a abrirle paso y, cuando se encontró lo suficientemente cerca de la escena, distinguió un cuerpo tirado cerca de los neumáticos de un auto rojo. El olor a podrido llegó a su nariz. Era ligero, pero lo suficientemente fuerte como para percibirlo cuando se estaba cerca; y lo próximo que notó fue el resplandor del alma de Adam, brillando de un azul blanquecino.

Abrió los ojos sin poder despegar la vista del chico, el color de su alma le traía recuerdos de su vida pasada, el color que representaba la pureza. Herón miró a los lados, no sabía cómo debía reaccionar ante las ideas que surcaban su mente. Estaba estupefacto y perturbado.

No conocía la alegría, aunque la sensación que oprimió su pecho quizá se debía al alivio que sintió al pensar en la salvación de Adam. Quería preguntarle qué había sucedido, pero las personas curiosas se amontonaban alrededor del cadáver, impidiéndole llegar a su lado.

Todos los momentos buenos pasaron delante de los ojos de Adam. Vio la tristeza, la alegría y la felicidad que experimentó en vida. Su corazón, adormecido durante muchos meses, emitió su primer latido, despertando lo que había reprimido al envolverse de odio. Herón podía percibir la conmoción a esa distancia, y sonrió ante la idea que cruzó su cabeza.

Esos sentimientos habían despertado su interés cuando lo encontró en la noche fatal.

Herón miró a los lados, intentando hallar la pieza que le faltaba para resolver el asunto. Él no fue quién ayudó a Adam a expulsar el cuerpo, y el espíritu no podía hacerlo solo. Alguien debió haberlo hecho. Descartó a los demonios, a los humanos y a la mayoría de los ángeles, porque no todos poseían la habilidad de hablar, entender, palpar y purificar un alma.

En su búsqueda insaciable entre la multitud reunida, la atención de Herón se desvió hacia la esquina del estacionamiento, donde una pareja se preparaba para abandonar el lugar. Alex ayudaba a Alicia a subir a la parte trasera de un auto negro. Él arrugó, por breves segundos, su rostro, desconcertado, e intentó comprender la leve esencia impregnada en ellos. Dispuesto a ir a averiguar qué estaba pasando, Herón dio su primer paso hacia esa dirección, pero el cosquilleo de su brazo izquierdo lo detuvo de sopetón.

—Steven está mal —informó su compañera de trabajo.

—¿Qué?

—Colapsó de repente.

Mientras él se debatía entre alcanzarlos o ir a ver qué sucedía con su amigo, Herón vio la pareja marcharse. Frustrado, maldijo en silencio y siguió a la chica hasta el interior del supermercado. No sabía qué estaba pasando, ni cómo obtuvieron Alex, Alicia y Adam la esencia que él percibía a lo lejos. Necesitaba tener a cualquiera de los tres para cerciorarse de que sus ojos no lo estuvieran engañando. No era ninguna coincidencia, en absoluto.

Por alguna razón, el extraño sueño que tuvo esa misma mañana comenzó a molestarle aún más. Alejó cualquier tipo de inconformidad para concentrarse en su otra prioridad más importante: el bienestar de Steven. 

 

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora