60. Es para engañarte mejor

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Herón se mantuvo al margen respecto a los siguientes actos de Mila. La joven se detenía en varios lugares, en tiendas de ropa y en pastelerías; incluso compró un boleto de cine. Lo extraño era el uso que le daba a esos objetos. Compraba cosas y las regalaba.

Por si fuera poco, el helado que Herón le había obsequiado a Mila, ella terminó regalándolo a un niño que paseaba por el centro comercial con una caja negra, que veía a través de las vitrinas sin comprar nada. Herón se molestó.

Sabía que ella no podía evitarlo; pero su actitud aceleraba su corazón deseando forzarla a detenerse. El aire a su alrededor había cambiado unas horas atrás, cuando ella le regaló la rosa a esa muchacha. Ya no sentía el pesar de los humanos, ni el rencor o el odio, solo era Herón que caminaba en compañía de una extraña mujer que repartía cosas que se adecuaban a las necesidades de las personas.

Él soltó un suspiro, pensado que los humanos ya no estaban tan podridos.

—¿Estás feliz? —inquirió Mila, con uno de sus dedos acarició el antebrazo y el brazo de Herón, trazando líneas imaginarias que terminaron cuando enlazó su mano con la de él.

El demonio no se molestó ni se apartó.

Herón se quitó su chaqueta negra y se la extendió a Mila con la intención de protegerla del aire gélido que cubría a Grigor a esas horas de la tarde. Iba a anochecer pronto.

—Tienes frío. —Él introdujo sus manos en los bolsillos delanteros y comenzó a caminar sin esperar una objeción o una respuesta.

Su próxima parada fue en un local de joyería en el segundo piso del centro comercial. Él no tenía planeado entrar, pero en los exhibidores había una pulsera de oro que captó su atención casi de inmediato.

—¿Qué hacemos aquí? —consultó Mila.

Ella no obtuvo una respuesta. Se limitó a observar mientras Herón le preguntaba al encargado si podía ver algo que, según él, quería comprar. El señor amablemente retiró de la vidriería el pedido de Herón sin problema. Cuando se lo extendió, él le pidió a Mila que se acercara. Con el semblante serio, tomó su mano izquierda y enrolló el brazalete alrededor de su muñeca. El objeto tenía la forma de flores pequeñas que serpenteaban con piedras blancas en medio de cada flor.

—Esto... —titubeó ella, perpleja.

—No es para Mila. —Herón se encargó de abrochar el brazalete con sutileza, sin dejar de verla a los ojos—. No es para Mila —repitió con más intensidad que antes—. Es para ti —finalizó.

Mila abrió los ojos, estupefacta. Sintió cómo Herón acariciaba el dorso de su mano justo donde dejó el objeto y, en su rostro, un poco suavizado, logró ver más allá, demostrándole que hablaba en serio. Y con esas palabras, ella pudo tener la certeza de que él sabía sobre cómo su cuerpo dejaba de ser suyo en algunas ocasiones, en especial cuando él se hallaba a su lado. Quería preguntarle qué le ocurría, pero temía que Herón pudiese ignorarla como solía hacerlo cuando le consultaba algo sobre su vida.

Él le preguntó el precio al señor y, tras pagarle, abandonaron el local. Herón tomó el brazo de ella y partieron sin decir más.

—No te entiendo. —Mila seguía asombrada—. No te entiendo.

—No es necesario que me entiendas, solo obsérvame, sin objetar ni cuestionar.

—¡Herón! —Ella tiró de su brazo, se zafó del agarre de él, obligándolo a detenerse—. Cuando creo conocerte mejor, sales con otra cosa y haces lo opuesto a lo que esperaba.

El demonio se acercó a ella, volvió a pasar su mano por su cabello negro y sus ojos brillaron. Disfrutaba de hacer aquel gesto tan insignificante.

—Ya es muy tarde, ¿no crees? —preguntó—. La oscuridad no es buena para ti, alguien como tú no debe estar aquí.

—¿Por qué? —inquirió ella, colocó su mano encima de la de él, donde acarició el dorso su palma y acunó su mejilla en ella—. Herón está conmigo. Nada malo puede pasar.

—Tan solo eres una pequeña. Cuídate un poco más, tu cabello ennegrecerá y tus ojos tendrán la apariencia de los míos si sigues aquí.

—Eres hermoso.

—Es hora de regresar —dijo Herón en respuesta.

Se apresuraron a salir del lugar para al condominio donde ella alquilaba una casa. Caminaron en silencio. Mila se acurrucó en la chaqueta que Herón le había prestado, desconociendo la razón. El aroma impregnado en aquella prenda pronto inundó su olfato. Era de noche y, en más de una ocasión, Herón miraba el cielo estrellado.

Tardaron varios minutos en llegar a su destino.

—¿Puedo pasar un rato? —preguntó Herón.

—Claro.

Mila se alegró al haber limpiado la casa esa mañana, no haberlo hecho la habría hecho pasar un rato vergonzoso. Buscó el interruptor de la luz en la pared y dejó pasar a su acompañante.

—¿Vives sola? —investigó Herón.

—Vivía con mi tío, pero hubo algunos problemas con mis primos y decidí alquilar una casa.

—Comprendo.

Mila sonrió.

—Puedes sentarte. —Le señaló los sillones de la sala mientras cerraba la puerta. Luego, se guio a su lado al ver que él no se movía de su sitio—. ¿Quieres que prepare café o té?

Herón no esperó más para actuar. Sostuvo a Mila por ambas manos y, con una velocidad inhumana, la acorraló contra la pared.

—Dejemos de jugar y de hacer estas estupideces. ¿Por qué no vamos al punto?

—Herón —murmuró la chica, aturdida.

—Es hora de hablar, Selah.

Ninguno sonreía.

Mila miró a Herón, sin entender por qué sucedía.

Mila miró a Herón, sin entender por qué sucedía

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora