29. ¿Los fantasmas flotan o vuelan?

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Al ser ignorado cruelmente, tanto por Herón como por el mundo, Adam, con la mente nublada de sentimientos contradictorios, partió en una búsqueda desesperada por toda la ciudad.

No recordaba el tiempo que permaneció en ese estado onírico, tampoco conseguía recordar con claridad sus acciones. Sus últimos pensamientos nítidos viajaban a aquella noche lejana —o cercana— en la que vio al niño recostado sobre la cama, inconsciente. Recordaba muy bien ese instante, dudaba poder olvidar el rostro ensombrecido de Herón o la expresión maquiavélica que desfiguraba cada facción de su cara.

Además de esa imagen, acudió a su mente también la figura de un hombre con el corazón fragmentado en miles de piezas. Quizá, su forma de vida era muy diferente a la suya, tal vez no mereciera comparación alguna; pero, movido nada más por el sentimiento de pérdida y aprehensión, Adam había tomado una decisión.

Se sentía traicionado y era probable que, lo que iba a hacer, no fuera tan diferente a lo que Herón venía haciendo, pero él estaba más que destrozado, se lamentaba miles de veces, sin saber la razón de sus emociones. No podía contenerse, casi como si no fuera él mismo. Culpaba a Herón por todo, aunque no hubiera sido quien iniciara el problema real. Adam, de manera inútil, buscaba a un culpable y a un responsable por sus desgracias. Planeaba llevar a cabo sus planes antes de que Herón pudiera percatarse de su ausencia.

En su trayectoria, descubrió interesantes cosas sobre su estado fantasmal, como el poder que tenía para tocar materias durante un lapso bastante limitado o la habilidad de interferir en ciertos aparatos eléctricos. Su búsqueda se acortó cuando se propuso a revisar los periódicos locales con la intención de hallar información sobre la desaparición de un niño. Realmente fue una grata sorpresa para él que justo la semana pasada hubiese estado en primer plano en las noticias la repentina desaparición del hijo de Mark McShane.

En una columna completa estaba la biografía del hombre, con datos personales e información sobre su familia. Parecía ser un hombre bastante adinerado y, aunque Adam en vida perteneció también a una posición social alta, no recordaba haber escuchado el nombre de Mark McShane en ningún sitio. Según la información de la prensa, era el dueño principal de una cadena de restaurantes, por lo que tenía al menos una sucursal en cada uno de los diferentes sectores de la ciudad. Recorrió Adam con rapidez los lugares con la esperanza de llegar a su objetivo tan pronto como le fuese posible.

Visitó la mayoría de los sucursales, creyendo que podría tener suerte al hallar al hombre en alguna de estas. Pero no lo logró. Tras escuchar una conversación privada de unos trabajadores en el último restaurante, se enteró de que el hombre se hallaba de luto todavía por su hijo desaparecido.

Partió hacia el distrito 2 de la ciudad con prisa. Gracias a su volatilidad podía llegar a los lugares mucho más rápido que un humano vivo, flotaba por el cielo, ¿o volaba?

—¿Los fantasmas flotan o vuelan? —le preguntó a la nada, riendo.

***

Adam se adentró en una casa de dos niveles, con la fachada pintada de amarillo crema. Ingresó a una habitación a través de las paredes; las cortinas corridas hacia el centro de la ventana le daban al interior de la casa cierto aire de abandono fantasmal. Reinaba un silencio sepulcral, un ambiente lúgubre y triste. En la sala permanecía un animal de felpa color rojo y azul junto a varios juguetes desparramados por el suelo.

El único indicio que recibió Adam de que alguien se encontraba en el edificio fue un estruendo de un cristal que se quebraba en algún cuarto cercano.

—¡Maldito! —bramaba con euforia una voz masculina.

El sonido de otro cristal rompiéndose se volvió a escuchar. Adam siguió el sonido hasta una habitación al fondo del primer piso, desde donde provenía el alboroto. Atravesó las paredes amarillas sin precaución ni titubeos.

Distinguió, recostado sobre un escritorio con papeles esparcidos por todos lados, a un hombre ebrio, con varias botellas de licor vacías y otras tantas llenas a su par. Adam agradeció que sus pasos fueran silenciosos.

Los siseos del hombre se escuchaban, balbuceaba palabras torpes y sin sentido. Adam se acercó y se preguntó si habría alguna forma de hablar con él. Quizá, no era el momento adecuado porque uno estaba borracho y el otro estaba muerto y, aunque consiguiera contactarse Adam con él, dudaba mucho que Mark recordara siquiera la conversación cuando recobrara el control sobre sí mismo.

Sin embargo, era también el único momento, su única oportunidad. Debía aprovechar ahora que Herón estaba entretenido ayudando a Steven con la reciente mudanza. Temía que no hallar otra posibilidad de alcanzar su venganza.

Tenía dos opciones: actuar en este preciso instante o no hacerlo nunca.

Adam soltó un suspiro. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo podría un fantasma transmitir un mensaje?

Sin pensarlo, tomó un papel, de los tantos que permanecían tirados, y un lápiz; comenzó a garabatear una oración simple, pero bastante significativa. Luego, dejó caer la hoja frente al hombre, de modo que pudiera verlo al instante.

«Ojo por ojo; diente por diente».

Adam pensó bien en esa frase. Cuanto más repetía las palabras en su cabeza, más se convencía de que no decía nada en realidad. Insinuaba una venganza, pero nada en concreto.

«Podrías encontrar tu venganza en Steven Isaac Shelton», pensó por un instante. Enseguida, se mordió los labios y dudó. ¿Qué culpa tenía Steven? ¿Debía ese chico cargar con el pecado de Herón?

La respuesta era simple: no.

Pero, el solo pensar en la noche en que vio al hombre destrozado, pidiendo encontrar a su hijo, toda duda se disipó.

«No recuerdo haberle hecho algún mal al pequeño Billy, es a ti a quien he lastimado. ¿No comprendes?». Esas habían sido las palabras de Herón. Y, usando la misma excusa, Adam prosiguió, porque no era a Steven a quien planeaba dañar, sino al demonio.

Sonrió, casi saboreando la locura de sus planes. Estaba ansioso, nervioso; se sentía imponente, fuerte e incontrolable.

Le dirigió a Mark una última mirada solo para encontrarlo dormido y con la cabeza encorvada. El sonido de sus ronquidos pronto se hizo evidente. Adam soltó un suspiro. Dejó dos papeles acomodados en un punto donde pudieran ser vistos. Por momentos, le incomodaba pensar que iba a usar a ese hombre, pero, tan pronto las ideas se arremolinaban en su cabeza para convencerlo de que aquello no era lo correcto, otro motivo le decía que era por el bien de ambos, porque los dos tenían el mismo objetivo: hacer pagar con creces a Herón.

Salió de la casa con una sonrisa en la cara, alejando los pensamientos negativos que aparecían en su cabeza y le recriminaban que esas acciones no eran características de él. Que en vida jamás podría haber hecho algún mal por venganza o para sentirse bien consigo mismo. Era consciente de que Herón no tenía la culpa de su muerte, que eran sus deseos los que lo habían llevado a tener ese destino; aun así, quería seguir adelante con su plan, no hallaba la razón concreta para excusar la ansiedad. Adam temía, sin embargo, el no quedar satisfecho con lo que haría; hubiese preferido hacerlo todo él mismo sin necesitar de Mark.

Abandonó la casa y, luego de avanzar unas cuantas cuadras, se topó con Herón que lo veía de mala manera. Su expresión era seria, difícil de describir.

Adam quedó patidifuso. ¿El demonio lo había descubierto? ¿Su plan había fallado?

Pero Herón ladeó la cabeza a un lado, esbozando una minuciosa sonrisa malvada. El alma de Adam no supo cómo interpretar ese gesto. 

 

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora