81. Placer de la mejor calidad

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Dedicado a TODOS mis lectores.

Herón soltó una maldición, mitad gruñido y mitad burlona.

—¿Qué clase de broma es esta? —preguntó en voz alta; no estaba feliz, pero sonreía. Estaba molesto, ofendido.

Selah echó un vistazo rápido hacia arriba para confirmar que los demonios reunidos seguían todavía en la orilla de la fosa o que habían seguido las órdenes de Azael de dispersarse hasta nueva orden. Tras percatarse de que ningún par de ojos los observaban, ella logró soltar un suspiro aliviado.

El ángel se volvió hacia Herón y pudo ver con claridad que las cadenas que sujetaban el cuerpo del demonio en diferentes zonas parecían haber quemado su piel. Su torso desnudo era marcado por líneas que estaban enrojecidas a causa de la constante tortura. El cabello negro y sudoroso se pegaba a su cráneo y se desparramaba por su frente, ocultando parcialmente su bello rostro.

Selah se sintió culpable.

—Herón —llamó ella en susurro—. Sabía que vendrías por mí —agregó con alegría. Ella no había recibido ni un solo golpe, pero Azael se había encargado de castigarla de otra forma, de una manera más asquerosa y que resultaba dolorosa en otro sentido.

—¿En verdad? —preguntó él sin ningún ápice de emoción—. ¿Y si no hubiese venido? ¿Te alegrarías de la misma forma que ahora?

Selah suavizó su expresión.

—Confiaba en ti.

Herón farfulló. ¿Confianza...?, ¿qué era la confianza en realidad? ¿Era impedir que algo pudiera suceder? ¿O que ocurriera de otra forma? ¿Era esperar algo de alguien?

Él tenía la cabeza encorvada viendo el suelo bajo sus rodillas flexionadas, incapaz de alzar la mirada a causa del dolor. Cada músculo de su cuerpo le parecía que brincaba con punzante agonía. Las quemaduras de las cadenas ardían al igual que brasas ardientes, pero con la clara diferencia de que no había nada semejante allí.

Intentó moverse y, de nuevo, las cadenas hicieron efecto y lo acuclillaran fuerte. Soltó un quejido junto una profunda respiración entrecortada.

Ambos permanecieron en silencio durante un rato más antes de que Selah se atreviera a romper la quietud con una pregunta.

—¿Cuánto le importo a Herón? —Sonaba todavía débil, aunque bastante ilusionada.

—Lo suficiente. —El demonio levantó ligeramente la cabeza para verla; este acto causó un desgarro en el cuello, lo dejó caer de inmediato. Volvió a quejarse.

—¿Lo suficiente para querer matarme? —Se atrevió a preguntar ella.

—¿Qué dices?

Como respuesta, el ángel dejó escapar una risa pequeña.

—Herón mató a su hijo porque lo amaba, si lo hicieras conmigo... —comenzó a decir ella un momento después.

Y esta vez fue Herón el que se burló con una sonrisa.

—Hablas como si hubiese sido placentero para mí.

—Entonces, ¿desearías entregar mi vida a Azael o a cualquier otro demonio?

—No —aseguró Herón.

Selah sonrió.

—Por eso mismo debes hacerlo. Mátame ahora, no creo poder soportar más este lugar —rogó el ángel. Sus ojos dorados se tornaban oscuros por momentos y le suplicaban a Herón, aunque este no lo viera, que acabara con la agonía que crecía en su interior, que se abría de adentro hacia afuera, despedazando su poca cordura—. Por favor... —rogó.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora