17. Algo realmente terrible

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Al siguiente día, miércoles, tras seguir las mismas rutinas de todas las mañanas, Herón se encaminó hacia la oficina del supervisor general para apuntarse en la lista de asistencias. Firmó la plantilla y solo entonces, cuando revisó sin querer el nombre de sus compañeros que se apuntaron antes que él, notó el nombre de Steven con su habitual fea caligrafía.

Abrió los ojos con sorpresa.

—No puede ser —balbuceó. Dejó las hojas sin ordenar sobre la mesa y salió tan rápido como sus pies se lo permitieron.

—¿No viste a Steven? —preguntó Herón a un chico que llevaba una caja en las manos.

—En... en la bodega, creo —musitó el empleado, sorprendido. Lo había tomado desprevenido.

Herón no agradeció ni habló más, se fue corriendo hacia la bodega que estaba en la parte trasera. Estaba impactado. No podía ser cierto, no podía creer que Steven estuviera vivo. Ansiaba verlo para comprobarlo. Corría mientras veía cierta parte de su brazo, justo donde había sido tocado por su amigo. Imposible. No era posible que eso pudiera suceder.

Cuando empujó las grandes puertas de la bodega, vio ahí a un chico de apariencia flacucha, con el cabello rubio alborotado. Su postura relajada lo evidenciaba, los jeans desgastados que solía traer muy seguido —por no decir, todos los días—, eran la prueba fehaciente. Era Steven, tan vivo y tan alegre como siempre, platicaba con el señor Janssen en un lugar apartado. Él movía las manos para acompañar sus gestos, se le veía feliz, aunque un poco cansado.

Herón se quedó esperando. Se apoyó en el marco de la puerta, rendido y aliviado. Se giró y comenzó a dar pequeños golpes contra la pared con la cabeza, pensaba que algo pasaba a su alrededor. El que Steven siguiera con vida tras tocarlo definitivamente era indicio de algo. Incluso llegó a su mente la escena del día anterior.

Steven estaba vivo y, acompañado de ese hecho, el olor a putrefacción se expandía cada vez más. ¿Sería posible que él estuviera pudriéndose en vez de Steven? ¿Podría ser que alguien, una fuerza mayor, pudiera haber evitado el destino de su compañero y hacer que fuese Herón el que sufriera las consecuencias de su propia maldición?

No lo sabía y poco le importaba.

Los pequeños golpes contra la pared seguían, pock, pock, pock...

—Oye, si sigues golpeando la pared, podría quebrarse. —La voz melosa de Steven llegó a los oídos de Herón—. ¿Estás molesto por algo? —preguntó segundos después, al ver que él no reaccionaba.

—No precisamente.

—¿Entonces? —Quiso saber el chico.

—Nada importante.

Herón se alzó hacia adelante y se giró para encararlo, solo para darse cuenta de algo que no había notado a la distancia.

—¿Estás bien? —preguntó viendo las vendas que envolvía las manos y brazos de su amigo.

—Ah, nada importante —respondió—. Creo que es algún tipo de alergia. Mamá dice que un fantasma molesto pudo haberme tocado en la noche. —Él se rio—. Son solo tonterías, creo.

—¿Crees?

—El lunes comencé a sentirme cansado, con el cuerpo adolorido, como si hubiera recibido la golpiza de mi vida. Ayer, cuando desperté, tenía un montón de moretones en mis brazos y en el pecho. Me eché un bálsamo y parece dar resultados, aunque no mejoro del todo.

—Mmm —dijo él, pensativo—. Deberías estar muerto —musitó para sí mismo.

—¿Qué dijiste?

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora