18. Malas intenciones

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Tan gentil y colaborador resultaba Steven para muchos que nadie reparaba en establecer límites cuando se trataba de pedirle algún favor, porque Steven jamás daba un «no» por respuesta.

Pero esa situación no le había resultado tan molesta a Herón, hasta ahora. Steven estaba perdidamente enamorado de Aubrey, la servía, complacido, en todo lo que ella le demandaba hacer. Herón habría ignorado sus actos de haberse tratado de otra persona, lo habría dejado pasar, pero era Steven, y planea cuidar de su alma hasta la muerte.

En los últimos días, Herón se había limitado a observar, a creer que, tal vez, las intenciones percibidas fueran un simple malentendido, aunque, en el fondo, él bien sabía que las emociones humanas jamás podían engañarlo. Y, porque confiaba en la humanidad y en sus sentimientos, Herón sabía lo que Aubrey haría.

Cruzó los brazos sobre su pecho, ladeó la cabeza a un lado y observó la pequeña escena que tenía adelante. Steven ordenaba varios paquetes de galletas en los estantes mientras Aubrey mantenía su atención en limarse las uñas. Malhumorado, Herón caminó hacia la pareja con resolución. Tomó a la joven por uno de sus antebrazos y la arrastró a un lugar más apartado, cerca de los casilleros.

Si Steven se sorprendió por la repentina intromisión de su amigo, no lo demostró. Siguió ordenando las galletas, aunque sin dejar de mirar de reojo a Herón y a la joven.

―¿Qué quieres? ―Aubrey intentó zafarse del agarre de Herón.

―¿Qué crees que estás haciendo? ―preguntó él, molesto.

―¿Ah?

—No te hagas la tonta —masculló entre dientes—. Sé lo que intentas hacer, detente ahora.

—No sé de qué hablas. —Ella tocó de manera coqueta uno de los mechones de cabello castaño que caían sobre sus hombros. Intentaba ser provocativa, sexy.

Él soltó una risa pequeña y la miró fijo.

—Puedo asegurarte, Aubrey, que, si juegas con Steven o con sus sentimientos, te haré la vida un infierno.

Por cada palabra que salía de su boca, Herón lanzó la intensidad de su mirada sobre ella hasta arrancarle un grito ahogado. En sus ojos negros y apagados, una chispa se encendió, amenazando con despojar a Aubrey de su propia cordura. Era peligroso.

Ella tragó saliva con dificultad, pensando que él no sería capaz de hacer algo tan terrible.

«Perro que ladra no muerde», se repitió en la cabeza.

Tras romper el contacto visual, Aubrey retrocedió un paso y lanzó el mechón de cabello que tenía en sus dedos a su espalda.

—No puedo hacer nada si es él quien viene a mí —respondió ella con fingida inocencia.

—Él no es ningún niño; si dejas en claro lo que sientes por él, evitarás ilusionarlo. No lo trates como a tu perro personal, no lo uses para que haga las cosas por ti. Tú también tienes manos.

—¿Por qué te importa si lo ilusiono o no? —inquirió ella—. ¿Por qué te importaría alguien al que siempre has ignorado? ¿Acaso por fin se te ha removido la conciencia?

Herón se quedó callado, pero no se vio afectado por esas palabras. Podía ignorar a Steven todo el tiempo, podía incluso haberlo tratado mal en el pasado; pero ninguno de esos hechos definía lo que ahora estaba dispuesto a hacer por su bienestar emocional. Quizás era interés personal o simplemente era la dicha de ver a ese chico con la alegría nata que lo caracterizaba. No hallaba razón alguna para sentirse remordido o con la conciencia trastornada. Él no se movía de acuerdo con sus emociones, solo hacía lo que creía pertinente para no sentir nada en el futuro.

Ella no lo entendería.

—¿A qué le tienes miedo, Herón? —finalizó Aubrey entonces, con una sonrisa de victoria en los labios.

Él se quedó en silencio, viendo la marcha de la joven con tranquilidad. Trató de limitar sus pensamientos a cosas triviales, solo de esa manera podía dejar pasar la actitud altanera de su compañera. Si él, siendo lo que era, no se atrevía a jugar con sentimientos tan puros como los de Steven, ¿qué era ella al tratar a su amigo de ese modo?

Herón sonrió.

***

Aubrey soltó un suspiro profundo tras la intensa conversación con Herón. No entendía por qué el tema de la plática se centraba de Steven precisamente. Se sentía molesta y maldijo muchas veces en su mente.

La reciente conversación no solo había sacado su enojo a flote, sino que también le dio una razón para seguir al lado de Steven. Desconocía el motivo del disgusto de Herón, pero tenía la impresión de que merecía la pena seguir con su plan si, con ello, podía verlo con una expresión diferente a lo acostumbrado. Su deseo aumentó al imaginar a Herón con distintas facetas, desde un gesto divertido a uno bastante enojado.

Aubrey canturreó feliz de un lado a otro. Varias veces Steven le preguntó la razón de su alegría, ella tan solo respondía con una sonrisa para luego encogerse de hombros.

Por más que lo deseara, la chica no volvió a toparse con Herón durante el resto del día. Se marchó en un taxi a su casa con un grato pensamiento rondándole en la cabeza. Nadie podría imaginarse que la manera de perturbar a Herón sería a través de su buen amigo. Quizá, sí tenía sentimientos después de todo.

En el trayecto a su casa, Aubrey recordó que debía pasar a comprar algunas cosas para su desayuno del siguiente día. Se le había olvidado traerlo del supermercado. Le indicó al taxista que la dejara en una de las gasolineras de la avenida Pentue, que estaba abierta las veinticuatro horas. En ese mini supermercado podía comprar un litro de leche para acompañar su cereal. Su hermana estaba siempre ocupada y era tan despistada que no se percataría si había o no había leche en el refrigerador. Ella sonrió. Dudaba mucho que su hermana mayor pudiera recordar siquiera comer en los tres tiempos. Era inteligente pero despistada con las cosas triviales.

Aubrey meneó la cabeza al pensar que debería ser Keira quien cuidara de ella porque su hermana era la mayor, pero resultaba ser todo lo contrario.

En poco más de veinte minutos, salió del supermercado con una bolsa plástica en la mano.

Se apresuró a caminar para estar lo más pronto posible en su apartamento, aunque no quedaba muy lejos de donde se encontraba. Las calles tenían alumbrado público, pero el silencio y la oscuridad que aguardaban en algunos de los callejones de la zona eran motivo suficiente para ponerla en alerta.

La avenida Pentue no era conocida por ser tranquila. En realidad, se trataba de un sitio concurrido por drogadictos, alcohólicos, prostitutas y delincuentes. Pero, lo que a ella le esperaba esa noche, no era exactamente alguno de los mencionados.

Al otro lado de la calle, un hombre permanecía recargado contra una pared de ladrillos. Observaba a Aubrey con la mirada ferviente de un cazador que se prepara para atacar a su linda presa.

 Observaba a Aubrey con la mirada ferviente de un cazador que se prepara para atacar a su linda presa

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora