Capítulo 41

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- Esa sonrisa -comentó Mimi, que ya llevaba unos minutos despierta observando a su mujer durmiendo.

Los fines de semana siempre habían sido así, se despertaban un poco más tarde, sin necesidad de alarma y si los niños se lo permitían podían remolonear un ratito en la cama.

A Ana le encantaba dormir, y era por eso que no se solía despertar de buen humor, pero esa mañana no pudo evitar sonreír al ver a la rubia observándola cuando abrió los ojos. Lo de noche no había sido un sueño, era real y ya volvían a estar bien de nuevo, aunque ambas tenían claro que aún tenían una charla pendiente.

- Lo siento, no puedo evitarlo -dijo dándole un beso en los labios y apretujando su cuerpo contra el de Mimi.

- ¿Qué tal si nos levantamos a desayunar? -le propuso Mimi- Ayer no cenamos y estoy hambrienta.

- Jo -se quejó la canaria- ¿Y si me lo subes y desayunamos aquí? -dijo poniéndole ojitos para convencerla- Cómo en los viejos tiempos -le recordó.

- Venga, vale -dijo sin pensárselo demasiado- ¿Un café y unas tostadas con aguacate? -le preguntó aunque fuese obvio que la respuesta iba a ser que sí, llevaba desayunando eso todas las mañanas desde que se conocieron.

- Gracias -respondió Ana en tono de afirmación- Espera -dijo parando a la rubia cuando se estaba ya levantando de la cama- Te dejas algo -le recordó.

- ¿La ropa? -dijo Mimi haciendo broma- Ahora me la pongo tranquila.

- No -continuó la morena levantándose y yendo hacía la cómoda.

Los anillos habían quedado allí encima la tarde que Ana dejó a Mimi. La rubia no sabía que hacer con ellos, y cuándo llegó a casa los dejó allí encima, ni siquiera perdió el tiempo en guardarlos, porque ella misma pensaba que en un par de días los volverían a lucir, pero al final terminaron por quedarse allí, ya que ninguna de las dos se atrevió a tocarlos por más de medio año.

Ana los cogió, y sin decir nada más se acercó a Mimi para devolverle su anillo y ponérselo de nuevo, tal y como había hecho la primera vez, hacía ya casi veinte años. Le cogió la mano con mucho tacto y la rubia, por supuesto se prestó para que fuera ella quién hiciera los honores de ponérselo de nuevo, y luego, la morena le dio su anillo a la rubia para que hiciera lo mismo con ella.

- Joder -se quejó Mimi al ver que el anillo no pasaba de la mitad del dedo para abajo.

- Estoy de ocho meses cariño, es normal que ya no me entre -le recordó la morena.

Y es que llegados a este punto del embarazo, Ana estaba hinchada por todas partes, y aunque pudiese parecer una exageración, realmente el anillo no pasaba, así que no queriendo tentar a la suerte, o más bien a la mala suerte, ese par decidieron que era mejor que Ana esperase para volverlo a vestir de nuevo. Al fin y al cabo, aquello no significaba nada más que un símbolo, y a lo largo de sus embarazos, ambas se lo habían tenido que quitar.

Hecho esto, Mimi se vistió y bajó a la cocina. Le sorprendió que no hubiera nadie por allí aún, eran casi las diez de la mañana, y aunque a los mayores les encantaba dormir hasta tarde, las pequeñas solían ser muy madrugadoras, pero tampoco se molestó en despertarlas. Simplemente preparó su desayuno y el de su mujer y subió de nuevo a la habitación.

- ¡Mmmm que bueno! -exclamó Ana nada más pegar el primer bocado a aquella tostada con aguacate.

- Eso es porque tienes hambre -le dijo Mimi- No es de los mejores aguacates que he probado -continuó la rubia poniéndose sibarita.

- ¿Tenemos una conversación pendiente, no? -se atrevió a comentar la morena, ya que pensaba que cuanto antes lo hablaran sería mejor.

- Una larga conversación -respondió la rubia.

Nueve y medio | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora