Capítulo 24

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   Jamás supuso que desearía convertirse en una mortal cualquiera, alguien como todo el resto de la manada humana

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   Jamás supuso que desearía convertirse en una mortal cualquiera, alguien como todo el resto de la manada humana. Nunca antes había deseado que su vida terminara de una vez por todas. Saberse consciente de que no moriría mientras durara aquel tormento era más desesperante que los terrores inspirados por esas sombras horrendas, seres oscuros que la escarnecían a cada instante. Qué peor tormento que el de ser consciente de yacer dormida e inmóvil dentro de una cripta, cueva, mazmorra, o donde fuese que la hubieran encerrado. Y además paralizada por toda una eternidad de lacerante hielo.

   Sus ojos estaban sellados, y el cuerpo no le pertenecía. Sus procesos biológicos se habían detenido. Le era imposible rebelarse contra un dolor punzante en el pecho. Con cada latido, un constante bombeo en los oídos y en las sienes, el dolor se expandía como un veneno desde el corazón hacia los brazos, el abdomen, las piernas, la cabeza.

   ¿Era este el castigo por ser una Hechicera inmortal? Una vampira imperecedera, condenada a la agonía sin fin.


   Pero empezó a tomar consciencia, en algún momento de su eterna agonía, de que el dolor le iba desapareciendo. Y era algo extraño: se soñó, se imaginó como una crisálida en las profundidades de la tierra, hilando su destino, conformándose, estructurándose. Y esa metamorfosis, esa propia mutación, devenía de una Elven que en otro tiempo había conocido la plenitud del ser. Una Elven destrozada por el veneno del dolor, ahora volvía a completarse.

   Una letanía, pronunciada con arcana cadencia, la iba envolviendo y le daba fuerzas para dejar atrás la desolación. Era una voz cascada, como la que recordaba de los Cinco Magnos de la Hermandad. ¿La estaban acompañando a ella, a una no-muerta, a regresar al mundo de los vivos? ¿La elegían a ella por ser la mayor y la más poderosa entre sus hermanos de la Noche?

   Cuando al fin logró entreabrir los párpados a la penumbra, las oraciones arcanas se acallaron abruptamente. Creyó haberse vuelto ciega, pues todo lo que sus ojos ―quebrantados por el dolor atroz después de "vivir" una eternidad sin luz alguna― podían distinguir eran sombras desplazándose sobre ella y a su alrededor.

   Elven tomó aire por la boca, reseca, y al toser percibió ese característico sabor metálico. Se tocó el pecho y, en cuanto palpó una humedad pegajosa, se restregó los ojos y se esforzó por verse: de un jirón del vestido vuelto andrajos goteaba aquella sustancia vital, manando de una herida fresca que le cruzaba el corazón. Se descubrió recostada sobre una piedra larga como un dolmen, ennegrecida por su sangre vampírica.

   ¿Habría recuperado su capacidad de regeneración? Volvió a mirarse la herida del pecho, y en lugar de aquella estrella deforme de rojo se descubrió una sola y perfecta piel.

   ―No te asustes ―dijo una voz de hombre. Elven se giró con las uñas listas para atacar, cuando se interpuso ante ella la llama de una vela. Levantó la mano para protegerse del resplandor, y entre sus dedos vio a un viejo de ojos vivaces que la miraba por encima de un libro de cubierta roja―. Fui yo quien te despertó, quien te trajo del inframundo ―siguió diciendo el anciano―. Esto causó tu muerte. ―Dejó la vela a un lado y alzó ante ella una estaca de jaspe negro―. Quien te haya dejado aquí fue piadoso.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónWhere stories live. Discover now