Capítulo 38

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   Valken conocía de oídas la casa de la Asamblea por uno de sus colegas de Valday, quien había realizado más de una visita a Moskiul

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   Valken conocía de oídas la casa de la Asamblea por uno de sus colegas de Valday, quien había realizado más de una visita a Moskiul. El predio contaba con pabellones para las dependencias privadas de los asambleístas invitados, y un anfiteatro en donde se celebraban las reuniones públicas.

   Cuando entraron en el corazón de la ciudad, Alan supo que los edificios de dos o tres pisos con banderas y escudos eran las dependencias gubernamentales. Los Guardianes que lo escoltaban lo llevaron hasta un predio amurallado cercado con fresnos, con el portal de la entrada custodiado por un puesto de seguridad.

   En lugar de detenerse en las caballerizas que vio junto al predio, en la calle adyacente, los jinetes doblaron en una esquina del muro y desmontaron. El capitán fue hasta la pared, y trazó una runa sobre los ladrillos. Pronto un rectángulo fue perfilándose en el muro, hasta que comenzó a definirse el contorno de una puerta, que en segundos terminó de completarse. Alan conocía aquella runa de ocultamiento, así como el conjuro que debía expresarse mentalmente.

   ―Esta entrada es nueva ―le dijo el capitán, con tono de suficiencia―. Se creó para los invitados ilustres. Agradece este privilegio, muchacho.

   ¿Muchacho? Alan sonrió: ninguno de aquellos imbéciles sabía de su formación y de su entrenamiento en el Centro de Ribinska como Buscador. Así como desconocían los numerosos años que él les llevaba.

   El capitán sacó una llave de su cinto, y abrió la puerta. Dio unas instrucciones breves a dos de sus subordinados, quienes volvieron a montar y se llevaron con ellos el caballo de Álec, alejándose por una de las calles adyacentes. Después de mirar a cada lado de la calle, el capitán y el subalterno hicieron entrar a Alan.

   Tras echar llave a la puerta en el muro, lo acompañaron a través del pasaje que cruzaba las gradas del anfiteatro al aire libre. Valken advirtió ciertos detalles de la iluminación: los puntos que brillaban al pie del estrado principal eran fragmentos de piedra de luz, y lanzaban un tenue resplandor hacia el escenario y las gradas. Curiosa decisión, pensó él, la de elegir esas costosísimas piedras en lugar de las tradicionales lámparas de gas o farolas con polvo de luz.

   El subalterno marchaba delante, encaminándose hacia unos pabellones entre los fresnos: unos edificios bajos con tejas rojas y columnas revestidas de la cal pintada de mostaza, tan característica de Moskiul.

   ―Hay que andarse con cuidado en estas noches ―dijo el capitán, yendo junto a Alan―. Aseguran que un vampiro merodea por los edificios de gobierno y la Plaza de las Cinco Fuentes.

   ―¿Eso dicen? ―dijo Alan, con todos los sentidos alerta y una sonrisa de satisfacción: las expectativas de entretenimiento no eran bajas.

   El Guardián se detuvo en medio del parque, ante los tres pabellones, y Alan y el capitán hicieron lo mismo.

   ―Tus dependencias se encuentran allí. ―El capitán señaló el pabellón de la derecha, con las puertas iluminadas sutilmente por unas diminutas lámparas adosadas a lo largo de la pared―. El pabellón de la izquierda es el comedor, junto a los baños. Y el central lo utiliza el gobernador para sesiones especiales.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónWhere stories live. Discover now