Capítulo 27

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   Después de aquel intento de robo ocurrido en su librería, Melquíades Derkin había optado por reforzar la protección de La Cueva del Uróboros

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   Después de aquel intento de robo ocurrido en su librería, Melquíades Derkin había optado por reforzar la protección de La Cueva del Uróboros. Más precisamente, preparó una defensa contra los chupasangres interesados en hurgar entre sus anaqueles. Fue un alivio que Remi no le preguntara por los nuevos apliques de bronce junto a la puerta y las ventanas, que él había grabado. Sabía cómo trazar eficaces runas que resguardaban los hogares contra las criaturas de la Noche.

   Pero su preocupación mayor eran los grimorios prohibidos. Aquellos tres incunables que más apreciaba permanecían escondidos a la vista de cualquiera. Y en especial esta mañana: durante la noche anterior, él había reforzado los sellos de ocultamiento. La Cueva rebosaba de clientes, como Derkin no había visto nunca desde las recurrentes inspecciones de los Guardianes.

   ―Hicimos bien en bajar el precio de esos relojes de sol ―le dijo Remi, señalando el exhibidor sobre el que brillaba una docena de tableros negros con sus marcas y sus agujas de oro: el gnomon en forma de escuadra.

   Melquíades sonrió satisfecho: aquellos ancestrales relojes nunca perdían su encanto. Se sentó a su escritorio y desplegó el periódico local. Tardó en concentrarse, en interpretar el sentido de las pequeñas manchas de tinta ordenadas en columnas: la última carta de Alestia Vorsch, la maestra de Ery Nebresko, le había costado un par de horas de sueño. Más de una vez, él se había planteado advertirle a Ery sobre las veladas intenciones de su maestra. No hacía mucho la vieja Hechicera le había revelado que pensaba convertirla en un arma contra la creciente Oscuridad: nada menos que en una nóckut, y costara lo que costase dicha transformación, aun sin el consentimiento de Ery. Para eso buscaba la sangre. Pero revelarle esos planes a aquella inocente era arriesgarse demasiado.

   Él confiaba en Alestia, en su sabiduría ancestral. A diferencia de la vampira Elven con sus poderes malditos, Alestia Vorsch venía haciendo lo imposible por garantizar el equilibrio entre las fuerzas del Bien y del Mal. Era una Hechicera, sí, y jugaría con las cartas que tenía a su favor; pero era una Hechicera blanca. Y esa jugada tan arriesgada lo atraía, debía reconocerlo. Si tal equilibrio era posible, él seguiría secundando los planes de Alestia.

   "Ery Nebresko una nóckut ―se dijo―. Vaya crecimiento".

   El buen Remi estaba convenciendo a un coleccionista para que adquiriese el más costoso reloj de toda La Cueva, y Derkin volvió al periódico. Sus ojos se detuvieron en un insignificante recuadro de una de las esquinas en que menos centraba la atención.

   ―"Maestro en explosivos desaparece tras experimento con luces de Berisia".

   "Esto ―se dijo después de leer la nota―, me vendrá muy bien para mi próxima visita a Belas Siren". En efecto, Melquíades Derkin era también un experto en el arte de la sustitución.

   En la última carta recibida, Alestia le había adelantado que Ery visitaría la escuela de Belas Siren. Sabiendo esto, él había acordado entregarle a Elven o sus mandaderos el Libro rojo en aquella ciudad, y así aprovecharía para cumplir la orden de Alestia: él recibiría a cambio el talismán con la sangre de lord Rynfer, y bien sabía cómo aplicar en Ery aquel prodigio.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora