Capítulo 19

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   ―¡Alan, despierta!

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   ―¡Alan, despierta!

   ¿Fueron los fríos dedos de Meri los que terminaron de espabilarlo, o el eco de una detonación? Alan abrió los ojos, apenas consciente de que Meri, apremiante, estaba tratando de despertarlo del todo. El alba, que ya entraba por la ventana de la celda, le sacaba reflejos de oro a la cabellera de aquella ardiente novicia.

   ―¡Oigo ruidos que vienen de abajo, del claustro! ¡Alan, por favor!

   Alan se sentó al borde de la cama, y se llevó las manos a la cabeza: se sentía como si hubiera bebido toda la noche. Un estremecimiento lo obligó a mirar hacia las puertas ventanas del balcón: de allí provenía realmente el ruido, como una respiración anhelante. Y entre las hendijas notó una forma roja. Miró a Meri, los ojos celestes borrosos por una aterrada vergüenza: una novicia descubierta en un flagrante acto de lujuria, y para colmo hermana política del gobernador de Moskiul.

   Alan se vistió, y se acercó al balcón. Con una mano sobre la ventana, apoyó el oído contra la madera y volcó todos sus sentidos en lo que estaría ocurriendo del otro lado. Era evidente que alguien rondaba por el balcón mismo.

   Y no le cabía la menor duda de quién se trataba. Percibir el aura de una criatura de la Noche en un convento no era una experiencia habitual que pudiera vivir un Buscador y asesor político; excepto si tal Buscador y asesor político es alguien como Alan Valken. Volvía a encontrarse con la vampira.

   Escuchó la respiración, y además una casi imperceptible risa femenina.

   ―La mujer del manto carmesí ―murmuró él.

   ―Ya amanece, Alan ―protestó Meri―. La abadesa y las hermanas no tardarán en despertarse. ¡Tienes que irte ya!

   La suave risa dejó de oírse, como si el hechizo hubiera sido roto por la voz de Meri. Y todo rastro vampírico se esfumó del balcón. Ya no tenía sentido abrir las puertas ventanas, pues la visitante había desaparecido.

   Hablando de presencias enigmáticas, se volvió y miró a su amante: en toda la noche no había conseguido sonsacarle información sobre qué se estaba cocinando en las altas esferas de Moskiul.

   Meri lo miraba, y él fue hacia ella, y en un gesto abrupto la atrapó por el cuello. Ahora esos enormes ojos no entendían, ganados por la angustia. Alan la soltó, y fue hacia la puerta de la celda.

   ―¿Ni siquiera te despedirás de mí? ―susurró Meri, llevándose las manos al cuello.

   Consciente del verdadero motivo que lo había llevado hasta allí, Alan sacó del chaleco su puñal, y en un segundo lo apoyó en la garganta de Meri. Solo quería asustarla, desde luego.

   ―Dime de una vez el nombre de aquel viejo, no puede ser que no lo recuerdes.

   ―Ya te lo he dicho, Alan, no puedo decirlo. ―Los sollozos de Meri hicieron que Alan se enfureciera. Ella y la hermana, la esposa del gobernador de Moskiul, se mantenían en contacto mediante cartas. Los últimos mensajes hacían referencia a un "anciano enigmático" que desde hacía poco visitaba al gobernador. Al parecer, fue aquel anciano quien había sugerido al gobernador la creación de una escolta personal de Guardianes, algo inusual en las demás ciudades de la región. Alan no contaba con más datos del asunto, pues un día las cartas de la familia dejaron de llegar a las manos de Meri. Y el Buscador necesitaba saber quién era aquel misterioso anciano que sin dudas influía en la gobernación de Moskiul. ¿Influía para mal, o para bien? Eso era lo que Alan Valken quería descubrir.

   ―¿No puedes decirlo? Eso no fue lo que escuché ayer. ¡Habla de una vez!

   La hoja se hundió un poco más en la piel, y una gota de sangre se deslizó por el acero.

   ―¡Alan, por favor! Si hablo, sospecharán de mí y me matarán.

   Él sonrió, malicioso. Meri abrió más los ojos, llorando.

   ―Ahora está... Está en Belas Siren ―dijo al fin―. Se hace llamar Tom. Debía cumplir un encargo en Belas Siren, antes de volver a Moskiul. Es lo único que oyó mi hermana, y lo único que me refirió en su última carta. Tom no es su nombre verdadero.

   Era la segunda vez que Alan se cruzaba con ese nombre, Tom. ¿El viejo y el visitante que figuraba en aquel libro de visitas de Zelania serían el mismo? Tom sería un sobrenombre de Thomas, seguramente.

   En cuanto a Belas Siren, hasta ahora era la única ciudad libre de problemas.

   "Aunque nadie en estos tiempos puede considerarse libre de nada", se dijo Alan Valken.

   ―¿Tu hermana sigue ahora allí, en Moskiul?

   Meri asintió.

   Alan se apartó de ella, y guardó el puñal. Antes de dejar el dormitorio, miró una última vez hacia el balcón, preguntándose quién sería ―o qué sería― la mujer del manto carmesí.

   Envuelto en su capa, abandonó por la puerta de servicio aquel convento del sur de Valday. La niebla del alba ya se dispersaba bajo la luz de la mañana.

   Vio que una docena de curiosos se amontonaban en la escalinata de la parroquia. Cruzó la calle, y se abrió paso entre ellos.

   En medio de un charco de sangre, un hombre yacía sobre los escalones: le habían volado la cabeza, seguramente de un disparo. Alan Valken se acuclilló junto al cadáver, desdeñando las prevenciones supersticiosas de aquellos imbéciles. Y descubrió uno de los brazos del muerto, y en él encontró los símbolos inequívocos de un marcado.

   Recordó el despertar de esa madrugada, junto a la preocupación de la novicia amante: el eco de un disparo no había sido parte de ninguna pesadilla, sino la hora de la muerte de aquel marcado. Un hombre cazado al mismo tiempo que se daba la visita de la mujer del manto carmesí, en el balcón.

   Alan se dijo que alguien se había sumado a la caza de los marcados: el Cazador Exan Deil tenía competencia. Y recordó la primera vez que había visto a la vampira, la misma jornada en la que Exan había cazado a un marcado. ¿Estaría la vampira detrás de estos? Ante sí tenía a uno, asesinado a metros del convento donde volvió a reconocerla.

   Sonriente ante los desafíos que se abrían ante él, se encaminó hacia Zelania. Hacia Voryanda Rynfer.

 Hacia Voryanda Rynfer

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Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónWhere stories live. Discover now