Dolor.

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Eros, el cuerpo que usaba como envase no había dejado de llorar desde que atacó a ese omega que se decía a sí mismo su señor y al principio le pareció divertido ese llanto, esa desesperación, porque no era de otro ser, más que del humano cuyo cuerpo usaba. 

Y comenzaba a ser demasiado molesto, especialmente, poder ocultarlo de los demás, de los lobos, de los cazadores, de su madre, que se lamentaba la pérdida de su feo esposo, pero lo que ella deseara, ella lo tendría. 

El era tan patético, tan débil, una completa vergüenza y después de meditarlo algunos días, al ver que Radamanthys, uno de los tres soldados favoritos de Hades, no deseaba obedecerlo, supuso, que lo mejor era abandonar ese cuerpo débil, utilizar su propia apariencia, aunque, no fuera para nada agradable. 

-Muy bien, te dejaré ver como destruyo a ese omega, ya que no quieres cooperar. 

De pronto, como si fuera una erupción de un volcán, el cosmos del dios del amor abandonó el cuerpo de Valentine, para despertar en su titánica forma desgarbada, delgada y desagradable, con plumas opacas en sus alas descarnadas, una armadura de color negro con algunos grabados rojos, su rostro opaco, oscuro, oculto en las sombras. 

-Maldito inutil. 

Un cuerpo que no era en nada parecido al hermoso Valentine, que cayó de rodillas, respirando con dificultad, levantándose dispuesto a enfrentarse a sus enemigos, recordando lo que esa odiosa criatura le hizo a su señor, a su amado señor, usando su forma. 

-Tu eres un monstruo… 

Eros sonrió demasiado divertido, con un rostro mucho más parecido al de un ave, porque este dios no era tan hermoso como su madre ni mucho menos tan hermoso como su padre, al menos, no en ese momento. 

-Y juro que te destruire. 

Valentine elevo su cosmos, como lo hiciera Violate, odiando a la criatura que estaba enfrente de su cuerpo, con su sonrisa desagradable, con su apariencia desgarbada, que era una representación perfecta de su desagradable interior, su alma y la cosa que tenía como corazón. 

-Por tocar a mi amado señor. 

Ya que se veía como un buitre, una criatura desagradable como ninguna, monstruosa, que violo a su señor, que se atrevió a lastimarlo y despues a morderlo, a marcar su cuello, su hermoso cuello con sus desagradables dientes, porque se negaba a creer que esos eran suyos. 

-¿Y qué piensas hacer? ¿Derrotarme? 

Su madre había tomado una forma parecida, se había marchitado con el paso de los años, con el paso del tiempo la preciosa Afrodita envejeció sin sus creyentes, sin sus adoradores, sus pitonisas, o sus omegas, el ejército que le servía fiel hasta que los traicionó, a cada uno de ellos, creyendo que su temor le daría poder. 

-Te hare sufrir, antes de destruirte. 

Lo pronunció seguro, observando cómo empezaban a rodearlo, como deseaban detenerlo y de ser un poco menos inteligente, de amar un poco menos a su señor como lo hacía, hubiera peleado con ellos, hasta que su último aliento escapara de su cuerpo, sin embargo, al ser el desafortunado envase de esa cosa, sabía, comprendía sus planes, porque los había escuchado de los labios del dios Apolo. 

-Pero antes, les llevaré información, para que puedan hacerlos sufrir, para que puedan matarlos. 

Y sin más, elevando su cosmos, que era casi idéntico al de los jueces, se elevó en el cielo, escapando por una de las muchas ventanas de ese templo, actuando en contra de lo que Eros esperaba que hiciera. 

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