Justicia.

431 72 104
                                    

Hakurei observó a Sage sin mostrar uno solo de sus pensamientos, tal vez porque era su gemelo o por los siglos luchando juntos, se dio cuenta que su hermano estaba planeando algo, algo muy sangriento y pensaba, que sería digno de verse. 

-Gran patriarca, acaso es un pecado no querer manchar tus manos con sangre aliada, por algo tan simple como una ofrenda de paz. 

De pronto varios, casi una veintena de soldados, parecían estar de acuerdo con las palabras pronunciadas por el santo de plata del lagarto, al mismo tiempo que el soldado de la isla andrómeda, el santo de Cefeo, dio un paso en su dirección. 

-¿Acaso te estás escuchando? 

Cefeo era un beta, pero encontraba desagradables las palabras del lagarto y del grupo de soldados que iban uniéndose, como si pensaran en atacar a los ancianos de Lemuria, uno de ellos corrompido por Hades, el otro por un espectro, uno rubio. 

-Si mancharnos las manos de sangre es exactamente lo que haremos de no actuar, de no tomar un partido y este debe ser proteger a los omegas, acaso no lo ves… 

Sage estaba interesado en lo que ese guerrero deseaba decir, pues, parecia que no habían visto lo mismo que él veía en ese instante, contando cierta cantidad con sus dedos. 

-En este salón los que no son alfas, son betas, pero omegas, solo existe un puñado y eso ocurre en todas nuestras tierras… 

Albiore era su nombre, era moreno, alto, fuerte, poderoso, con un cosmos parecido al de un santo dorado, como lo era Hakurei en su juventud, cuando portaba todo el tiempo la armadura de Altair. 

-Si estoy en lo correcto, son cuatro en el santuario, siete en el ejercito de Poseidon y diez en el Inframundo, apenas veintiuno… 

Sage había hecho las mismas cuentas, había menos de veinticinco omegas portadores de cosmos en todos los ejércitos y entre los civiles, parecía que era igual de baja la cantidad de ellos, porque ninguno de sus santos había conocido a un omega, que no fueran los santos dorados o los aspirantes, Yato y Tenma. 

-Estamos solos, nunca conoceremos a nuestro destinado y es porque alguien está matando a los omegas, los están destruyendo, de tal manera que no regresan, no reencarnan, como si sus almas fueron atrapadas… tal vez, por los dioses que desean a los últimos omegas que hay en este mundo. 

El santo de plata de cabellera rubia y de una belleza incomparable, medito esas palabras por unos momentos, pero, pareció no importarle, así como a los guerreros que se iban juntando, como por instinto alrededor suyo. 

-Y que mas da, aun hay mujeres si deseamos prolongar nuestro linaje, los omegas, no hacen más que seducirnos, más que estorbar, con sus celos cada seis meses, es más, al ser nosotros quienes los protegeremos, deberíamos usarlos como nuestras sabinas. 

Hakurei quiso intervenir, pero Sage le hizo una señal con la cabeza, levantando el brazo, para evitar que Manigoldo saltara en su contra, viendo como la misma diosa Athena permitió que sus muchachos fueron afectados por la influencia de esos dioses, preguntándose, qué habría pasado de no ser asesinado por Ares. 

El dios de la guerra, que deseaba proteger a los omegas, que actuaba con justicia, hasta el momento, sin pedir nada para él, solo por el deseo de hacer lo correcto, lo que su diosa debió haber hecho, no dejar que la enfermedad afectara a sus soldados, que ya eran treinta o un poco más.

-Antes se hacían torneos, o hagamos una cacería, solo los mejores podrán tomar a los omegas y aun nuestros aliados deberían participar, Manigoldo y todos los demás, ellos deberían ser nuestros, no deberían tener una armadura dorada. 

Cacería.Where stories live. Discover now