Sacrificio.

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Aiacos perdió la consciencia, pero no dejo de pensar en su amada, en su compañera de toda una vida, a quien había apartado de las filas de Artemisa, dándole un nuevo lugar en el universo, en el destino y en los juegos de los dioses. 

Habían pasado algunas guerras, dos para ser exactos y habían estado juntos por mucho más tiempo, pero aún no eran una pareja, no eran un alfa y omega, solo eran soldados orgullosos de servir en el mismo ejército. 

Ella era tratada con todo el respeto que su segundo al mando merecía, las monjas sin rostro cuidaban de ella, como si estuvieran cuidando de él mismo, y ella pasaba todo el tiempo que tenía a su lado, sirviendole fielmente. 

Ni el mismo Pharaoh le servía con la misma lealtad, era como Valentine, ella cuidaba de él todo el tiempo y creía que comenzaba a sentir deseo por ella, que deseaba estar a su lado, recibir su afecto. 

Y creia que ella le correspondía, pero temia actuar, temía asustarlo, pero despues del dia en que se conocieron, esa hermosa mujer alfa, de la única forma en la que podía asustarle, era, el pensar, que ya no la tendría a su lado, como su pilar, su fuerza, su sustento. 

-Violate… 

Ese dia era el primer día de su celo y estaba sudando, se sentía acalorado e incómodo, deseaba estar con ella, su dulce alfa de corazón puro, quien se bañaba en esos momentos, escuchando los pasos de Aiacos, como ingresaba en su propia tina, con un gemido de placer. 

-¡Mi señor! ¡No deberia estar aqui! 

Las monjas susurraron entre sí, sin saber que hacer, o cómo actuar, pero se marcharon cuando Aiacos les hizo una señal, cerrando los ojos, disfrutando del agua caliente, escuchando los movimientos de Violate. 

-¡Debe irse pronto! 

Ella tenía miedo de asustarlo o de forzarlo, por lo cual se mantuvo quieta, en el agua, pero tambien podia ver que no tenía la fuerza de voluntad para irse de allí, lo que le hizo sonreír, nadando hacia ella, deteniéndose a pocos centímetros de distancia. 

-Me ire, si tu me lo pides, si no lo haces… no lo haré… 

Aiacos acercó entonces su rostro al de Violate, besando sus labios con delicadeza, escuchando un gemido delicado, viéndola temblar con delicadeza, algo asustada, supuso, apartándose unos centímetros, haciéndose a un lado. 

-Te deseo Violate, te amo y quiero que seamos uno, pero si tu me rechazas, esta bien, tienes el derecho a hacerlo. 

Ella al ver como se alejaba, lo siguió, rodeando su cuello para besarle, pegando sus pechos redondos y suaves contra sus pectorales, gimiendo al probar su sabor, al sentir sus manos en su cintura. 

-¿Me aceptas entonces? 

Ella parecía feliz, estaba sonrojada y ansiosa, sin comprender cómo sus deseos se habían vuelto realidad, porque razón su amado juez le había aceptado en su cama, en sus brazos, siendo él, quien dio el primer paso. 

-Por supuesto, por supuesto mi señor… 

Aiacos negó eso, no deseaba que le dijera mi señor, porque en su lecho no debía serlo, en ese sitio los dos eran iguales, solo dos almas más en esa eternidad. 

-En este sitio, no soy tu señor mi hermosa Behemot, mi dulce Violate, aquí somos iguales, tu y yo somos iguales. 

Ella asintió, besándole de nuevo, sin poder creer su suerte, al sentir los besos de su señor, de su salvador, quien la guió a uno de los escalones, donde la sentó, acomodándose entre sus piernas, acariciando con reverencia cada uno de sus músculos, de las cicatrices que adornaban su piel, de las curvas de su exquisito cuerpo. 

Cacería.Where stories live. Discover now