Segunda Oportunidad.

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Minos al ver que ese hermoso guerrero se marchaba suspiro con fuerza, porque había tratado de no apreciar ese aroma a veneno, a muerte, que también encontraba demasiado encantador, el que también recordaba de su primer celo y por eso le tenía miedo, porque sabía que si ese alfa le pedía algo después de apreciar su aroma, no lo rechazaría, le dejaría tomarlo cuantas veces quisiera y no estaba dispuesto a permitirlo. 

Como sucedió con su esposa, durante su primer celo o con un alfa pelirrojo, que lo aterrorizó durante una de sus vidas, hacía varios siglos, que no tuvo la bondad de escuchar sus palabras, cuando le dijo que no lo deseaba, que no quería ser suyo y peleo, pero al ser derrotado, al ser sometido, ya no pudo más que permitir que ese alfa le poseyera, todo por su debilidad. 

Y recordaba haberle visto entre los cazadores, ese mismo guerrero pelirrojo, que estaba a los pies del dios Apolo, su séquito dorado, los guerreros más próximos al sol, que deseaba castigarlos, divertirse con ellos, para que después, su hermana finalizara la tortura. 

Pudo verle sonreir, cuando tuvieron que esconderse en las habitaciones privadas de Hades, como si fueron unos cobardes, como si no tuvieran el poder suficiente para defenderse, y aunque su dios esperaba que varios salieran a buscar ayuda, solo Radamanthys se atrevió a eso. 

A ser atrapado por su ejército, más los cazadores y los lobos, arriesgando su vida, su cordura, sólo por lealtad a ellos, a su dios, por camaradería, tal vez porque pensaba que ese buen alfa les ayudaría, pero no era un buen alfa, era igual a los otros, un hombre malvado, que le hizo ir a su encuentro. 

Se había sacrificado por ellos y lo único que hicieron fue acusarlo de haberles vendido a sus enemigos, Minos apenas podía moverse, con el aroma de ese soldado en esa habitación, escuchando la conversación de sus aliados, como decían extrañar las caricias de un alfa apuesto, un alfa poderoso, y el tambien lo hacia, a pesar del peligro, podía apreciar a esos guerreros de la misma forma en que sus soldados lo hacían. 

Pero el, al igual que Aiacos, suponía, no deseaban tratar con alfas, no querían nada que ver con ellos y por eso, se encerraban, trataban de apartarse, como unos niños asustados, sintiéndose humillados, pero qué más podían hacer, que otra cosa podían hacer, más que aguardar el momento en el que la cacería se reanudará. 

No los dejarían ir, de eso estaba seguro, y los alfas de Athena, la misma diosa, no movería un solo dedo cuando exigieran sus cuerpos, sus cabezas, como sacrificio para saciar la sed de dolor de dos dioses dementes. 

Lo único que deseaba era dormir, estaba tan cansado, tenía tantas pesadillas, que nunca lograba cerrar los ojos por más de unos minutos, así que, lo mejor era salir a dar un paseo, buscar un poco de paz, algo de la tranquilidad que esa cacería le robo, al hacerle recordar su pasado, su primera vida, a su esposa, a su admirador, las habladurías del minotauro. 

Decían que le había dado a luz porque se había enamorado de un toro, un toro blanco, porque vendió su alma a Poseidón para desterrar a su propia sangre, después de librar a Creta de Sarpedon. 

Al salir, lo hizo tratando de ocultarse de sus aliados, tratando de ignorar sus tonterías, buscando un sendero que le pareciera agradable, caminando varios pasos, por demasiado tiempo, ignorando que el último templo era el de Piscis, que esas rosas, significaban peligro, especialmente, cuando las veredas que atravesó buscando un poco de paz, encontrandola poco a poco, daban a ese templo en particular. 

Habían pasado casi dos horas, estaba cansado de caminar, de buscar un poco de paz, sintiéndose observado, brincando y sobresaltandose con cada sonido, con cada sombra que veía por el rabillo de su ojo, sentándose por fin, en una columna, no muy lejos de una tumba. 

Cacería.Where stories live. Discover now