El emperador de las bestias

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 El verdadero enfrentamiento comenzó cuando el cuerpo del hombre de negro se derrumbó al suelo con un golpe sordo y un sonido estremecedor. Todo se había detenido a su alrededor por un aterrador segundo, como si no pudieran dar crédito a lo sucedido. Cuando al fin se dieron cuenta lo que había ocurrido entraron en un estado de frenesí, sin dudas aquel perturbador estruendo resonó en sus mentes como una esperada señal de largada.

 Además, la implacable mirada de la mujer, desafiante y firme sobre ellos, enfureció violentamente a los dos hombres que quedaban en pie. Sus cuerpos temblaron de ira y con un temor residual, pero arremetieron en combate sin contener nada.

 El sonido de la tormenta rápidamente quedó reducida bajo los efectos de las habilidades y técnicas que desataron aquellas tres personas en su violento encuentro.

 El látigo dorado dejaba rastros de sangre y carne desgarrada cuando golpeaba, retirándose solo para volver a azotar con más crueldad. Sin embargo, bajo la enfurecida presión de los encapuchados ella también sufrió heridas de consideración. Luchaba con ferocidad, pero los números volvían a estar en su contra y para su desgracia, su antiguo prometido había conseguido un nivel de fuerza y poder que comenzaba a preocuparla.

 Soltó un frío resoplido y, con un veloz gesto de conjuro, convirtió su herramienta espiritual en dos, como si en un instante fuera clonada, los sostuvo en ambas manos, y los blandió con una habilidad incomparable y con la misma implacable brutalidad. Sus movimientos ofensivos y directos lograron revertir la posición desventajosa en cuestión de segundos.

 Pero sabía que solo era una ventaja momentánea, aquella técnica consumía demasiada energía.

 Nerviosamente observó como sus contrincantes retrocedían un instante para recuperar el aliento, y no se sorprendió al ver que no tenían pensado retirarse, sino que aprovecharon el momento para sacar sus propias herramientas mágicas.

 Su corazón se desplomó pesadamente.

 Uno de ellos tenía un abanico ordinario, con fluctuaciones de poder que no superaban a los de su brazalete, pero lo que verdaderamente hizo sacudir su mente fue el artículo que, el hombre que creyó que la amaba, había deslizado de las profundidades de su bolsa qiankun: una fantasmagórica pagoda miniatura de nueve pisos, repleta de un siniestro humo negro.

 Su cabeza se puso en blanco y todo su cuerpo comenzó a temblar de ira.

 Las implicaciones que conllevaba la posesión de la pagoda fantasma a la que aquel hombre se aferraba la dejaron estupefacta, en su conmoción perdió la noción y el control por un momento. Su látigo se fusionó nuevamente a causa de su inestabilidad.

— ¿Cómo demonios te atreves a apropiarte de una cosa tan vil? —rugió desenfrenada, sus ojos estaban enrojecidos y tenían un rastro de locura y frenesí violento.

 Aquel era un artículo tabú. Un objeto enterrado en las más abismales entrañas de la Secta y protegida bajo las más poderosas restricciones, debido a su naturaleza sacrílega. Contenía la esencia de cientos de vidas inocentes y, al parecer incluso un poco más, ya que vibraba ansiosa en sus manos como si hubiera sido alimentada recientemente.

 Supo en ese instante que él debía morir. Aunque fuera lo último que hiciera como hija del Clan Tao, no dejaría que ni siquiera el mínimo vestigio de alma de esa persona quedara en este mundo.

 Su furia estalló en una salvaje ráfaga de poder que se vio desplegada en todo su esplendor, dándole a su piel un brillo cegador, casi divino. En sus ojos solo había un objetivo, el artefacto siniestro en manos de aquel tipo, aunque eso no quería decir que se hubiera olvidado en lo absoluto de la otra persona. Sin embargo, salió disparada hacia la pagoda con tanta ferocidad y rapidez que solo dejó una serie de imágenes residuales tras ella, pero de súbito y mientras el hombre se preparaba para resistir su ataque, se movió sorpresivamente hacia un lado y acometió, en cambio, contra la persona del abanico.

Nuestro secretoWhere stories live. Discover now