Un sospechoso desconocido

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 JingYi volvió la vista hacia JinLing en el preciso momento en que éste estaba por abrir la boca para soltarle una nueva reprimenda, le selló los labios de inmediato con una mano y por un breve, brevísimo, instante pudo ver el terror y la confusión en su mirada, antes de que le señalara hacia afuera, para hacerlo partícipe lo que él había visto.

 Sabía que dejaría de intentar quejarse entonces.

 Al borde del bosque, no muy lejos de donde se encontraban, una negra figura, encapuchada y empapada de pies a cabeza por la lluvia, jugueteaba con una corta daga de plata entre sus dedos mientras se paseaba intranquilo pero sin prisas, de izquierda a derecha, como si esperara algo. O a alguien.

 Por momentos se quedaba unos instantes observando con ansiedad la espesura del bosque y soltaba un largo y casi antinatural silbido que erizaba la piel, para luego volver a su rutina original de ir de un lado a otro. Mascullando bajo. Luciendo impaciente. Inquieto. Sus estremecedores llamados eran respondidos casi de inmediato por unos rugidos aún más aterradores que hicieron que ambos chicos temblaran en su escondite.

 Sin dudas, está llamando a las bestias, adivinó JingYi paralizado. Es por eso que esas cosas eran tan jodidamente anormales. Estaban siendo controladas. El pavor le secó la garganta.

 No tenía sospechas ya, el tipo era peligroso. Extremadamente peligroso.

 Desde su actual posición los chicos podían observarlo sin temor a ser descubiertos. Sólo podían hacer eso. Ninguno de los dos concebía del todo la definición de precaución o moderación. Más bien, eran bastante imprudentes y sin SiZhui, que era la voz de la sesatez, se sentían algo desorientados. Sin embargo, JingYi sabía que no debían actuar precipitadamente, por ello examinó desde la distancia al extraño con sumo cuidado. Aunque sus intentos parecían infructuosos. No podía definir rasgos. No poseía vestimentas de algún clan reconocido y tampoco podía identificar el estilo de esa extraña daga que parecía una mortal extensión de su mano.

 De pronto la figura soltó un frustrado bramido. Estaba molesto. Colérico.

— Estúpida barrera —escupió con gravedad el extraño —¿Porqué demonios es tan fuerte?

 JingYi comprendió enseguida. Al parecer intentaba hacer que el monstruo -que con muchas dificultades habían atrapado- rompiera el encantamiento que lo tenía prisionero y, a juzgar por los desesperados gritos en la distancia, no podía hacerlo.

 El chico, que pudo oírlo despotricar alterado aún por encima de la tormenta, falló estrepitosamente en ocultar lo complacido que las maldiciones lo hacían sentir. Esa barrera era su obra maestra y su orgullo. Ese que no había mostrado a nadie aún (ni siquiera a su amigo SiZhui), y que no había probado antes con una presa fuerte tampoco. Los cadáveres feroces que contuvo hace tiempo, en un secreto examen de verificación, no podían compararse en lo absoluto con el poder de aquella bestia.

 Sonrió para sí. Todos parecían creer que sólo era bueno para ser castigado y copiar las reglas de la secta una y otra vez. Aquel que lo conociera no le sorprendía que se supiera más de un tercio de las mismas -por la cantidad de veces que las había infringido- y que aún así fuera incapaz de evitar romperlas. Muchas veces en castigos ocasionados por su impulsividad y sus maneras bruscas y directas, que había tratado de pulir sin lograrlo. ¿Pero ahora?... ahora estaba extasiado.

 El monstruo no conseguía reunirse con su dueño por causa de su barrera.

 No podía esperar a mostrarle a los demás de lo que era capaz.

 Casi saltó cuando un nuevo grito lo tomó desprevenido.

 El extraño volvió a jurar y se internó furioso en el bosque hacia donde provenían los grotescos rugidos, quizás para liberarlo. O para sacrificarlo. JingYi creyó oírlo reflexionar en murmullos sobre esa opción mientras caminaba de un lado a otro. Era consciente de que el tipo había conseguido ver a través de su prisión espiritual. Si el monstruo perecía... la barrera desaparecería y sólo de ese modo podría disponer del cuerpo a su antojo. Era muy probable que no quisiera dejar pruebas. No podía dejar que los restos de la bestia fueran examinados, y mucho menos por el clan Gusu o Wei WuXian. Tenía la ligera impresión de que había una relación entre aquellas cosas y el mayor Wei.

 Soltó un suspiro de alivio al verlo finalmente desaparecer en el follaje. Sin embargo, sentía el corazón pesado aún. Tenían que encontrar a los demás para regresar de inmediato a Gusu y hacerle saber a ZeWu-Jun sobre todo aquello, que a simple vista no parecía algo que pudieran enfrentar solos.

 Perdido en sus pensamientos se sorprendió cuando fue empujado bruscamente. Su espalda golpeó duro contra la pared de la cueva y abrió los ojos grandes en absoluta confusión para dar sólo con JinLing que se limpiaba la boca con la manga de la túnica con frenesí, como si sus puros y castos labios hubieran probado algo desagradable en extremo.

— ¿Acaso no aprendiste el hechizo silenciador aún? —reprendió echando humo. Estaba rojo y JingYi recién en ese momento se dio cuenta que lo había mantenido silenciado cubriéndole la boca con su mano.

 Estúpido y grosero JinLing.

— ¡Mira la situación en la que estamos y todavía te comportas como una doncella a la que le robaron su primer beso!

 JingYi no lo podía creer. Encima de todas las preocupaciones que tenían, ahora debía sumarle un palpitante dolor de espalda. Joder, ¿tenía que golpearse justo contra una piedra que sobresalía de la maldita pared?

 Inhaló lento y soltó todo el aire en un largo suspiro. Sino se obligaba a calmarse terminaría matando al chico.

— ¿Qué crees que eran esas cosas? —preguntó con voz cansina.

 JinLing quería protestar por las palabras del chico, pero vaciló repentinamente al verlo abandonar su rígida posición, digna de un Lan, y desparramarse por el piso de la caverna como si sus piernas se hubieran rendido.

 Se tragó sus objeciones.

— Parecía un jabalí salvaje —reflexionó tras un instante —. O era el cadáver de uno...

 Mientras más pensaba en ello, más real le parecía esa opción. Aunque ambos acordaron que no era tan simple como eso. Si bien eran similares, y apestaban como si realmente hubieran muerto hacía mucho, no podían estar del todo seguros. No recordaban haber visto alguno de su tamaño antes. Mucho menos atacar con la ferocidad con la que lo hicieron.

 Definitivamente no eran simples bestias que ganaron consciencia.

— ¿Qué debemos hacer ahora? —indagó JinLing con una mueca. La pierna herida punzaba con un dolor sordo que estaba atormentándolo sin paz—. ¿Crees que esa persona ya se fue?... ¿estaremos a salvo si utilizamos las señales?

— ¿A salvo? —susurró una voz grave y desconocida, pintada de una oscura diversión —. Eso, niños... no se los puedo asegurar.


 Por tercera vez en esa noche fueron tomados desprevenidos.

Nuestro secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora