Historias de fantasmas

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 Un bajo quejido perforó el silencio. El muchacho de túnicas blancas se movió ligeramente con visible incomodidad. El duro suelo no parecía adecuarse a sus estándares de descanso, pero estaba tan mental y físicamente drenado que aún así no abrió sus ojos, y solo buscó una posición más confortable. Su ceño se frunció profundo, sin encontrarse mejor. El agotamiento era claro en cada pequeño gesto, así cómo en el color de su drásticamente blanca tez que casi competía con sus prístinas ropas como la nieve.

 No quería ser tan dura, se dijo el espectro de la niña que los espiaba desde un rincón, pero ya estaban saliéndose de los límites de su pueblo y necesitaba que la ayudaran. No podía dejarlos ir.

 Aún así, se sintió sinceramente culpable de haber robado más energía de la necesaria. Solo la consolaba la fuerte conexión entre esos dos y la firme creencia de que el joven de ropas doradas no dejaría que nada le sucediera al otro chico. De otro modo no se atrevería a ser tan audaz. No fue una mala persona en vida, y todavía quería mantenerse así en la muerte. Aunque sabía que les había hecho daño, a pesar de que no lo quisiera.

 El chico volvió a moverse y esta vez descubrió una inesperada comodidad, a causa de algo similar a una mullida y cálida almohada, a la cual se aferró fuerte con sus pequeñas y blancas manos, mientras apoyaba en ella su cabeza adolorida.

 Profundamente dormido fue incapaz de ver aquello que le daba una sensación plena de seguridad y confort, pero la niña soltó una risita inaudible al ver el rostro del chico de dorado que se quedó involuntariamente rígido en su lugar con una expresión indescifrable, mientras observaba como el chico se acomodaba como un adorable cachorrito sobre su muslo.

 Había algo de pánico y resistencia en su torpe reacción, pero la niña podía descubrir incluso su interior, por lo que vio también cómo una cálida sensación se extendió instantáneamente por todo su cuerpo, sofocándolo sin piedad. El chico no podía ocultar nada de ella. Podía incluso comprender mucho más que él porque, sin dudas, era un sentimiento que intentaba negárselo a sí mismo.

 Aunque finalmente no le quitó el soporte a su compañero. De mala gana dejó que descansara en sus piernas a gusto de su corazón. Después de todo habían enfrentado severas crisis juntos, habían pasado por la vida y la muerte, así que irremediablemente se habían acercado bastante, aún si eso lo inquietara muy profundo en su interior.

 Doce horas. Ese era el tiempo estimado que había dormido Lan JingYi en esa posición.

 Cuando finalmente volvió en sí, se sintió algo aturdido. Su cabeza palpitaba furiosamente, mientras que a su mente confusa llegaron destellos inconexos de recuerdos.

 Su cautiverio, las bestias en el camino, el regreso de su captor y la rápida huida.

 Sabía que había hecho demasiadas cosas y que con eso mismo había sobregirado su energía, pero no creyó que fuera para tanto. Sentía que todavía tenía fuerzas suficientes para alejarse más. Pero, repentinamente y mientras montaba la brillante espada de su Clan, sintió verdadero terror al notar como su vigor comenzaba a desvanecerse gota a gota sin poderlo contener o evitar. Apretó sus dientes en una negativa a rendirse. En ese momento pensó que, con algo de fuerza de voluntad, podría poner más distancia entre ellos y aquel lugar, pero subestimó su propia capacidad. Antes de notarlo se sintió perderse en la inconsciencia.

 Recordó. Estaba en el aire y había caído. Esa fue una distancia considerable, ¿cómo es que estaba vivo entonces?

 Las pestañas de JingYi se agitaron con suavidad, mientras lentamente se despertaba. Abrió ociosamente los ojos, con la mente aún nublada por el sueño y por aquellos acontecimientos que se sucedieron uno tras otro. Pero cuando trató de levantarse, descubrió que, si bien estaba recostado sobre el suelo duro, su cabeza permanecía cómodamente recargada sobre la pierna de la joven ama Jin.

Nuestro secretoWhere stories live. Discover now