Malentendido

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 Lan JingYi despertó sobresaltado. Todo estaba aterradoramente a oscuras allí, y su corazón se apretó con angustiante temor. No tardó mucho tiempo en comprender su situación y cuando lo hizo se sintió mareado una vez más.

 Se había dormido.

 Sabiendo dónde estaba y con quién, aún así durmió como si no corriera peligro en lo absoluto. Sintió verdadero terror porque sabía que aquello implicaba en él un significado aún más profundo: Confiaba ciegamente en JinLing.

 Vaciló un instante, totalmente aturdido, pero no encontraba otra explicación. Su tonto cuerpo estaba casi mecánicamente programado, la única forma de caer rendido en una situación así... era porque inconscientemente confiaba en la persona a su lado.

 ¿En qué momento su estúpido cerebro decidió que podía confiarle su propia vida a alguien como JinLing?

 Maldijo entredientes ignorando la rápida advertencia interna que inmediatamente redactó, en una veloz sucesión, todas las reglas que estaba rompiendo con una simple maldición y se obligó a calmarse. Sin embargo, seguía desconcertado.

 No era racional, ni lógico o sensato, pero estaba bastante seguro de que ya era de madrugada, aunque allí dentro era imposible predecir un horario, y si era cierto eso quería decir, claramente, que se durmió en aquel sitio sin tomar ningún tipo de recaudo.

 Se sintió confuso, malhumorado y agotado una vez más.

 Cerró los ojos un instante y respiró profundamente.

 Enderezó su posición a una más digna. Una posición que lo dejara concentrarse para pensar con más detenimiento, casi como si pensara que si arreglara su postura y se irguiera con rectitud encontraría mágicamente una explicación razonable. Pero, en la maniobra, su cinta de la frente se sintió tirante. El movimiento hizo que ésta se torciera en su cabeza de forma extraña. Creyó por un momento que se había enganchado en una grieta en las paredes y tiró de ella. No obtuvo resultados. Confundido siguió con la mirada hacia el lugar donde estaba aprisionada y la infame verdad volvió para apalearlo salvajemente porque, al observar su recorrido, la encontró fuertemente envuelta entre los dedos de JinLing que, dormido, se aferraba a ella como si su vida dependiera de ello.

 Sus ojos se abrieron amplios. Incrédulos.

 Su corazón en el pecho dio un frenético y desordenado vuelco.

 La mente de Lan JingYi se quedó en blanco por un aterrador segundo. Todo a su alrededor se detuvo. Incluso su respiración vaciló. Sin embargo, ni bien salió de su estupor, la cabeza del chico formuló su reclamo más condenatorio.

 ¿¡Este bastardo se atrevió a ponerle un dedo encima nuevamente a mi cinta!?

 Lan JingYi estaba lívido. No podía creerlo. Su primera reacción fue una furia ciega y violenta, aunque de algún modo logró mantener, no sin dificultad, la compostura. Quería estrangularlo hasta dejarlo sin un hálito de vida. Estaba condenadamente enfadado, sí. En niveles casi demenciales. Pero, al mismo tiempo, sentía mucha incomodidad debido a un inquieto sentimiento, jodidamente molesto y desconocido que hacía que le picara el corazón.

 Sus pensamientos se desordenaron, tomaron un rumbo extraño, desorientándolo brevemente.

 El chico a su lado se removió con lentitud y abrió con pesadumbre los ojos.

 JinLing, aún somnoliento, notó de inmediato un frío glacial y una extraña atmósfera estática, casi eléctrica, que podía percibirse con facilidad en el aire. En aquel enrarecido ambiente se podía respirar un pesado y tenso aura amenazante que hizo que el cabello detrás de la nuca se le erizara. El miedo terminó por despertarlo de golpe. Buscó confuso y asustado la fuente de aquel sentimiento que lo carcomía por dentro, que lo ponía tenso y en guardia. Pero, además de oscuridad y rocas, en aquella cámara circular subterránea no se observaba nada fuera de lo común.

 Giró su vista para alertar a Lan JingYi de su perturbador mal presentimiento, pero cuando su mirada hizo contacto con el rostro del chico se sobresaltó.

 Los profundos y afilados ojos de JingYi estaban fijos en él, y su endurecida mirada lo congeló en su sitio.

 No dijo una sola palabra, pero pudo ver como su mandíbula se tensaba mientras apretaba furiosamente los dientes y sus ojos, centelleantes de agresividad, bajaban para mirar ferozmente a un punto aleatorio entre sus cuerpos. Sin comprender siguió el mismo camino que el chico y su corazón, que había hecho nido momentos antes en su garganta por el temor, se desplomó como una pesada roca hasta sus entrañas.

 Lo que observó lo dejó entumecido.

 Palideció.

 En su puño fuertemente cerrado sobresalía un extremo de la impoluta e intocable cinta del Lan.

 Por un momento lo vio todo con horrorosa lentitud, como si sus movimientos se hubieran ralentizado. Quiso desprenderse rápidamente de la cinta pero la apresurada maniobra la enredó aún más en sus dedos y con un desesperado tirón había deshecho el nudo detrás de la cabeza del chico. Sin poder hacer nada para evitarlo, la cinta cayó en sus manos en un desordenado manojo de tela.

 Ahora sí podían empezar a enterrar su cadáver.

 En pánico, recordó la postura desdeñosa que había tomado la noche anterior sobre las reglas del Clan Gusu-Lan y sus fuertes hábitos nocturnos. Ahora todo aquello se volvió contra él, de la forma más cruel. Los hábitos son aterradores había dicho sin mucho más cuando el chico cayó rendido, pero ahora comprendió la espeluznante magnitud de ellos. El karma existía y lo aprendió de la forma más desesperante.

 Había una explicación real y muy razonable para lo sucedido: Acostumbrado a sujetar la borla de su espada para dormir, probablemente lo sustituyó dormido por la cinta de Lan JingYi. Pero, ¿qué sentido tenía saberlo? No es como si pudiera decírselo. Más bien, si pudiera comentárselo... ¿le creería?

 ¿Qué demonios se supone que debía hacer ahora?

 Si no estuviera fuertemente atado habría corrido lejos y sin mirar atrás ni una sola vez.

 Sentía serios deseos de largarse a llorar.

 Explicarle que fue un error ahora estaba totalmente fuera de discusión. Después de aquella estúpida "confesión" no tenía forma de convencerlo de todo se trataba de un completo, desafortunado y muy absurdo malentendido.


 Lan JingYi vio a su preciada cinta caer en las temblorosas manos de JinLing y una indescifrable, indefinible y terriblemente confusa sensación lo abrumó. Lo sumergió como un pétalo en aguas tormentosas. Quiso darle nombre a aquel sentimiento pero no supo cómo describirlo, mucho menos cómo llamarlo y tampoco tuvo tiempo de hacerlo.

 La cuerda que los unía se retrajo.

 Lo sintió una vez más y esta vez reaccionó increíblemente más rápido.

 Logró soltarse.


 Ahora sí podía matar a JinLing, sin tener la necesidad de cargar el cuerpo consigo.

Nuestro secretoWhere stories live. Discover now