–La adolescencia de hoy en día es tan extraña que me cuesta entenderlos bien –se queja

–No necesitas entenderlas mamá. A veces ni nosotros mismo entendemos.

Miro a Jake que está asintiendo, y por alguna razón tengo la sensación que pensamos lo mismo, quizás él está tan confundido como yo…

Ay, pero que dices Ary.

Jake nunca tiene dudas.

Jake es seguro de sí mismo.

Él…Jake es Jake.

Y tú solo eres como su hermana, no seas estúpida.

Jake.

El comentario de Kate poco menos me hizo atragantarme. Ella parecía entusiasmada con la idea de nosotros juntos, me estaba mirando, esperando que le respondiera algo, y de no ser que la taza de té se estrelló en suelo, juro por mi padre que no sé qué hubiese respondido.

Precisamente estoy limpiando el jugo de la mesa. Ary insiste que terminará de recoger los vidrios porque a ella se le ha caído la taza y Kate, gracias a los ángeles, ha tenido que subir corriendo porque José despertó llorando.

–Maldita sea –exclama Arianna y yo levanto la vista sorprendido porque pocas veces ella dice palabras como esa.

Ya no está inclinada sobre el piso, está de pie sobre el lavado, maldiciendo en voz baja, y solo necesito ver la sangre de piso para saber que se ha cortado.

–Oh, diablos, Ary, ¿estás bien?

Me acerco apresurado pero no me gusta lo que veo, hubiese preferido preguntar de lejos.

–Arianna, como sucedió eso.

–No lo sé pero eso da lo mismo. Quítame el vidrio, por favor.

Alarga la mano en mi dirección, donde hay un trozo de la taza incrustado en su palma, ella parece fuerte pero muerde sus labios de modo que es obvio que tiene deseos de llorar.

–Ary yo…

–Por favor, Jake me duele.

Tomo su delicada mano en la mía, esa herida tiene aproximadamente tres centímetros. Eso es demasiado. Imagino cuando debe de doler.

–Necesitas puntos –mascullo lívido.

–¡Al diablos los puntos, solo quítame el vidrio!

Entonces lo hago, sin escrúpulos retiro el vidrio. Ella chilla de dolor y de inmediato pone la mano bajo el grifo. La sangre fluye tiñendo el agua, su cara es de espanto puro, mira hipnotizada la herida y sin llorar la retira poniendo rápidamente un mantel que envuelve toda su palma.

–Tienes que ir a la clínica.

–¿Qué? –ahora si me observa horrorizada–. Jamás, Jake. Odio, te juro que odio las agujas, tú más que nadie sabes el terror que les tengo, me desmayaría antes de que traspasaran el primer punto.

Se ha puesto lívida de solo imaginárselo. Yo no quiero que sufra, sé bien el temor que tiene a los hospitales y aún más a las agujas.

–Pero creo que debes ir –mascullo viendo que la sangre está tiñendo la tela del mantel.

Solo túWhere stories live. Discover now