Epílogo.

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–Estás preciosa. La estilista ha hecho un trabajo estupendo.

–Que me digas que me veo preciosa no me ayuda, mamá.

–Deberías estar más alegre, Arianna. Hoy es un día especial.

Si con especial se refiere a que tengo que dejar el instituto, que mis días como presidenta de EAS terminaron y que este es el día que me avisa que ya ha llegado el momento de madurar e ir a la universidad, entonces prefería que el baile de fin de curso no llegara nunca.

No quiero pensar que este el último día en que veré a mis compañeros de curso, así como tampoco quiero que mi mente olvide cada uno de los nombres de los integrantes de mi instituto, me gustaría trabajar todos los días en la sala de consejo estudiantil, quedarme ahí después de clases y luego otra vez lo mismo.

Tengo deseos de llorar, pues aunque traté de prepararme emocionalmente, no puedo evitar pensar que los extrañaré a todos, ya que a pesar de que todos dicen que nos volveremos a ver, sé muy bien que jamás será como antes, nunca lo es, porque todos tomamos caminos diferentes en la vida.

Por otro lado está Christy, Josh, Abby y Jake, que no hemos tocado el tema sobre la universidad en ninguno de todos los días anteriores.

En los dos últimos meses nos hemos dedicado a no desperdiciar el tiempo, a aprovecharlo con toda su magia, porque ahora, recién a mis diecisiete, comprendo que el tiempo es oro.

–Son casi las ocho y media, cielo –anuncia Kate.

Asiento y cierro la puerta. El baile comienza a las ocho en punto y yo como presidenta no puedo llegar tarde. Mi maquillaje está completo, la manicure y el peinado del mismo modo, así que solo me falta lo más importante, el vestido.

Está colgado dentro de una funda, perfecto y sin una sola arruga, tengo que admitir que tardé más de un mes en encontrarlo, sentía que ninguno estaba hecho para mí, hasta que di con esta obra del diseño y lo compré sin siquiera pensar en el ostentoso precio que llevaba la etiqueta.

Con cuidado, como si temiera rasgarlo, lo saco de la envoltura y comienzo con el arduo trabajo de vestirlo.

La tela es fina como si fuesen las alas de una mariposa, es ligero y se mueve con una facilidad sorprendente.

En cuanto lo tengo totalmente firme sobre mi pecho, con la cremallera bien cerrada doy un menudo giro.

El vestido es largo, llega hasta mis pies como una sedosa cascada que traslada agua de un fuerte color carmín. Y con el más mínimo andar de mis pies el agua de mi fastuosa cascada parece convertirse en ondas que aclaman fuego.

El dorso lo llevo desudo, pues el corte del vestido es elegante con una espalda abierta que acentúa de forma pulcra mi cintura, tiene ínfimos diseños color plata en los bordados sobre el pecho, que resaltan con gran-dísimo primor en cuanto me pongo el collar de cristales, los brazaletes y un par de menudos aros que hacen un juego estupendo con la extravagancia de mis zapatos color plata.

Mi reflejo se ve hermoso y distinto. Y si bien soy yo, debo mirar cada uno de mis detalles para reconocerme.

Mi cabello está asido en un moño alto que parece ser sacado de alguna revista de moda decorado con un broche plateado y de ese modo todo mi cabello está cogido a excepción de unos rizos que enmarcan mi rostro, pero que de alguna forma no terminan de notarse por la perfecta capa de maquillaje que me ha aplicado la estilista. Un retoque que se centra principalmente en mis labios tan rojos como el vestido. Mis ojos azules resaltan de manera que parece broma y juro por los cielos que jamás me he sentido más hermosa.

Ahora sin darme cuenta me hallo sonriendo.

Observo mi reflejo con sorpresa y admiración, perdida, en la belleza de una chica que deslumbra, en la apariencia de una joven que no sabía que podría llegar a ser.

Solo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora