31. Dejarlo todo atrás [1/4]

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Salgo de la red de túneles en una plaza gris, rodeada por restaurantes de poca monta atestados de gente y con una estatua de un hombre montado en un caballo que se alza sobre sus dos patas traseras. Reconozco el monumento como el del de Nikolai el Etéreo, fundador de esta ciudad y quien murió defendiéndola de los invasores de la ciudad de Ablyglia. Con esto, sé que me encuentro en una de las cuatro plazas cercanas a la Arcadia; en concreto, la situada al suroeste de la misma.

Camino entre las angostas y sinuosas calles de la ciudad, flanqueadas todas ellas por edificios de más de cinco pisos de altura, dirigiéndome a la Vía Magna para encontrar al otro lado el callejón de mi sótano. Cada pocos pasos alzo el saco con la brújula frente a mí, esperando alguna señal que no llega. Me sigue resultando incomprensible por qué la aguja apuntó a Lisa aquella tarde, aunque me es evidente que, desde aquel día, mi vida ha sufrido un cambio irreversible. Desde entonces, no puedo ignorar la guerra que se avecina. Con la Ley Marcial en la superficie, y la decadencia de Helix, la ciudad se encuentra al borde del colapso.

Sin embargo, decido olvidar todo eso por ahora. Necesito encontrar a Lisa, y para que vuelva a confiar en mí tengo que volver a ser aquella que era antes de que perdiera el control en aquel entrenamiento. Para ello, me cubro la cabeza con la capucha de la sudadera que me dio Bibi, y me adentro en la columna vertebral de la ciudad.

Pese a lo sucedido las últimas semanas, me sorprendo encontrando a cientos de personas (tal vez miles, es difícil saberlo con certeza) circulando por la Vía Magna. Comprando, vendiendo, hablando, riendo. A pesar de las manifestaciones, la violencia y la tensión, la gente sigue saliendo a la calle a hacer vida normal. En tiempos de cambio, toda esta gente encuentra en su ocio una constante que se muestra reacia a abandonar. Necesitan esta normalidad.

No obstante, mientras observo meticulosamente todo lo que hay a mi alrededor, me doy cuenta de que se trata de una falsa normalidad, una ilusión. Todo lo que venden unos cuantos establecimientos a ambos lados de la avenida cubre la ausencia de otros tantos que se encuentran cerrados, alguno incluso clausurado. Y las masas de gente, inconscientes, evitan algunos puntos de la calzada, en los cuales se ven hombres y mujeres de uniforme oscuro y expresión adusta.

Esta extraña electricidad en el ambiente viene acompañada por algunos comentarios esporádicos que se dejan oír cada pocos metros:

—¿Lo has oído? El gobernador va a hacer un comunicado.

—Espero que sea algo bueno.

—Seguro que se trata de un aumento de impuestos.

—Igual es que va a salir del armario.

Más allá de las bromas y los comentarios despectivos hacia Grayhold, me inquieta el hecho de que vaya a dar un comunicado. ¿De qué se puede tratar ahora? Sospecho que, si toma más medidas en contra del pueblo, sea la chispa que haga explotar la ciudad.

Pero hay poco que pueda hacer al respecto, así que me limito a proseguir con mi camino. Además, el hambre me empieza a pasar factura, y me veo tentada de alargar la mano hacia alguno de los puestos de fruta que aún siguen abiertos; pero la omnipresencia policial me previene de cometer tal estupidez. Tan solo pensar en lo que me harían si volviera a ingresar en el Centro hace que se me revuelvan las tripas.

Abandono la avenida principal un par de calles antes de la más cercana a mi destino, con el único objetivo de hacer mi trayecto más difícil de seguir. Ahora que conozco las fuerzas que pugnan en las sombras de esta ciudad, observándolo todo desde sus tronos en penumbra, no puedo sino inquietarme cada vez que cruzo la mirada con alguien, aunque se trate de un mero transeúnte. Es esta misma turbación la que me hace mirar en todas direcciones a cada paso que doy, en busca de algo fuera de lo normal.

Aunque esa palabra perdió su sentido hace ya mucho.

A medida que me acerco al callejón que abandoné semanas atrás, me paro a pensar en la última vez que estuve en él. Galo acababa de ser detenido, y apenas hacía un par de horas que hube descubierto la naturaleza del DEI de Lisa. Entonces pensé que lo había perdido todo, que me sería imposible caer más bajo. Ahora, después de todo este tiempo, me doy cuenta de que perderlo todo es improbable, igual que tenerlo todo es imposible. Recuperé a Galo, encontramos a su hermano, y a cambio perdí a Paulo y Mara. Da igual lo que haga, mis manos nunca lograrán abarcar a todas las personas a las que quiero.

Entonces, recuerdo cómo abandoné el callejón. Aquella voz, tranquilizadora, que me llevó a casa en mitad de la noche. Ya sospeché que se trataba del hermano de Galo, pero ahora sé que se trataba también de Kurt. Dos personas en una sola. Otra dualidad que Bibi apreciaría.

Pero todo esto desaparece tan pronto como llego a la boca del callejón. Entre los tablones aún desperdigados al fondo del mismo, se alza una figura que tardo varios segundos en reconocer. Con botas negras de varios centímetros de suela, vaqueros negros demasiado rasgados para el frío de la tarde, una chaqueta de cuero que no debe abrigar lo suficiente y una cabellera recortada torpemente tan cerca de la raíz que algunos puntos del cuero cabelludo quedan al descubierto, se encuentra la chica a la que he venido a recuperar. De costado y observando atentamente la pared frente a ella, no se percata de mi presencia.

Recuerdo la pintura que encontré aquella maldita noche, y me doy cuenta por fin de a quién iba dirigida, y con ello de por qué acabó destrozado mi hogar. Grayhold buscaba a su hija, y al no encontrarla donde debía, destrozó el sótano en su lugar.

Olvidando la ira que supuso esa pérdida para mí, me dispongo a acercarme a Lisa, con la intención de decirle que encontraremos una solución a su problema, que descubriremos por qué esta brújula cruza nuestros caminos una y otra vez, juntas.

Pero una fuerza brutal tira de mí, alejándome de ella antes siquiera de darme tiempo a oponer resistencia. Me lleva tras el muro de hormigón que hace esquina con el callejón, ocultándonos de la vista de Lisa.

Es Liam. Me sujeta contra la pared, indicándome que guarde silencio con un dedo posado en los labios. Intento librarme de él, pero es inútil.

—Tenemos que irnos, ya—susurra, con tono urgente.

—¿Por qué?—pregunto, frustrada, también en un murmullo.

Entonces Liam pronuncia las cuatro palabras que más terror me podrían haber causado:

—Han soltado a Fido.

/CONTINUARÁ.../

Alter EgoWhere stories live. Discover now