20. Todo a punto [1/2]

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A estas alturas, ya debería estar acostumbrada a que los planes se vean echados por tierra una y otra vez. Aún así, mi primer impulso es romper algo. Lo único que me inhibe es la profunda mirada de Leo. A él parece gustarle aún menos que a mí la idea de tener que llevar a cabo un plan tan peligroso de una manera tan precipitada.

Inmediatamente, Ponnie se pone manos a la obra. Aparta el portátil del escritorio y proyecta la imagen en tres dimensiones del Centro de Retención, con la lista de presos en un lateral.

Abro la boca para preguntarle a Leo cómo a ido la entrevista, pero la voz me traiciona. Ponnie intercede por mí.

—¿Qué ha pasado, Leo?

El chico se acerca y se aparta el pelo de la frente.

—He tardado más de media hora en convencer al alcaide para que me dejara entrar, incluso con la excusa que me diste. Desde que Grayhold está al mando, los encarcelamientos han aumentado exponencialmente; y la seguridad en igual medida. El único motivo por el que me han dejado entrar era que Orión no estaba cerca. Eso significa que tendrás que tener mucho más cuidado ahí dentro.

—¿Y Galo?—pregunto, desesperada—. ¿Cómo está?

Leo inspira profundamente antes de contestar.

—Vivo... por ahora. Tenía la cara llena de golpes, y apenas podía contestar a mis preguntas. Lo que no sé es si los que se lo han provocado son los internos o los guardias. En cualquier caso, no le queda mucho tiempo hasta que acaben con él.

Me basta saber la inminente amenaza a mi amigo para que se me aclaren las ideas. Galo me necesita, y no puedo fallarle. No después de todo lo que ha hecho por mí.

—Pues no se hable más—digo, completamente decidida—. ¿Qué tengo que hacer?

—Lo primero será cambiarte de imagen. Hay todo tipo de animales ahí dentro, y lo más probable es que te reconozcan nada más entrar. Y no necesitamos que te maten antes de poder poner un pie dentro del Centro.

Asiento, en parte aliviada por no tener que haberlo dicho yo. Al menos, así será menos probable que Fido se dé cuenta de quién soy.

—Eso déjalo en manos de Bibi—dice Ponnie y, por su forma de decirlo, me da la sensación de que no solo se limitará a teñirme el pelo y ponerme lentillas.

Leo asiente.

—Bien. Después, necesitamos un motivo para que entres ahí sin levantar sospechas. En pocas palabras, te tienen que detener.

Eso ya me lo esperaba, pero no puedo evitar pensar que estoy a punto de cometer un gran error.

—Un pequeño robo—digo igualmente—. Me aseguraré de que me vean.

Es tan absurdo que me entrarían ganas de reírme si no fuera porque lo voy a hacer de verdad. Leo me mira directamente a los ojos cuando dice:

—Es muy importante que no te resistas mucho. Pero no te dejes llevar o sospecharán. Es hora de que pongas a prueba tus dotes de actriz.

—Espero que se te dé mejor que el sigilo—bromea Ponnie. Aún estando a punto de entrar en el lugar más peligroso de la ciudad, consigo sonreír. Con ese gesto, sé que, aunque me vaya, Ponnie me ayudará.

Leo se aclara la garganta para llamar nuestra atención. Se acerca al holograma del Centro y señala el ala norte del edificio.

—Aquí se encuentran la mayoría de las celdas, a excepción de las de control continuo. Galo se encuentra aquí.—Señala un punto cerca de la esquina noreste, casi al límite del edificio y, por ende, del acantilado—. En caso de que las cosas se tuerzan, ni se os ocurra volver. Os rodearán y entonces...

—Adiós sol—digo, amargamente.

—Exacto. El plan es que lleguéis aquí antes de que os encontréis a ningún guardia.—Coloca el dedo en el centro mismo del edificio—. Éste es el núcleo del Centro. Me llevaron allí para la entrevista con Galo. Es el lugar más seguro de la ciudad, más incluso que la Arcadia. Allí se encuentran todos los dispositivos de seguridad, desde las imágenes de las cámaras hasta una red independiente que conecta a todos los guardias entre ellos y con el alcaide. Tendréis que llegar allí y apagarlo todo. Es vuestra única oportunidad de salir.

—Cómo no—comento en un murmuro.

—La única vez que alguien entró y salió vivo del Centro, lo hizo así—afirma Leo, con un toque de admiración—. Por eso mismo, tendréis que tener más cuidado. Esperan que, si hay una fuga, el primer objetivo será ese.

—Ahora es cuando viene la distracción—digo, recordando fragmentos del pasado.

Leo me mira, con una mezcla de intriga y sorpresa.

—Exacto.—Amplía la imagen sobre el extremo superior del cabo: una hectárea de cemento con un par de canchas de baloncesto en estado deplorable, que acaba en el acantilado sin ningún tipo de medida de prevención. Me pregunto cuántos balones habrán acabado reventando contra el mar—. Aquí se reúne la peor calaña de la ciudad, incluidos algunos de los nuestros y de los Capolli, sin apenas vigilancia. Son una bomba. El mínimo provocamiento haría estallar una masacre. Ahí es donde entran nuestros amigos ahí dentro.

—Así que, básicamente, tengo que hacer que se peleen entre ellos para llamar la atención de toda la seguridad.—Leo asiente—. Un plan cojonudo, pero siento decir que predecible.

Entonces la boca del chico dibuja una sonrisa ladeada que, acompañada con el brillo de sus gafas, me hace casi tener miedo de él.

—Por suerte el plan no acaba ahí, y llega lo difícil. La pelea será solo el detonante, pero antes de eso te tendrás que haber ganado a ambos bandos. Y eso lleva tiempo.

—¿Para qué? Si luego voy a hacer que se maten entre ellos.

La sonrisa de Leo se ensancha, y empiezo a dudar de su cordura.



Debe de ser mediodía cuando Ponnie y yo nos presentamos ante la entrada del Colors, aunque, aquí abajo, es difícil saberlo con certeza. Por lo que sé, podrían ser las cuatro de la madrugada y seguir habiendo este bullicio.

Bibi abre la puerta negra, acompañada del chico de la cara tatuada, y se da cuenta de inmediato de la urgencia de la situación. Su rostro maquillado a medias se tuerce en una mueca en cuanto le explicamos la situación, y nos invita a pasar al establecimiento. Por primera vez, encontramos un cliente dentro, que Mico atiende con total independencia. El hombre negro fornido y de pelo rubio está tan centrado en un juego de su DEI que no parece percatarse de nuestra presencia. Otro motivo más por el que no me gustan esos trastos: te sacan de la realidad.

—Ese chico debe de significar mucho para ti—dice Bibi, mientras saca objetos aparentemente aleatorios de las estanterías color mostaza que conjuntan perfectamente con el azul celeste de las paredes—. Si no fuera porque ama a otra, sería tiernísimo.

Frunzo el ceño, confundida. No tanto porque haya malinterpretado mi afecto hacia él, sino por la información que suelta así, como si nada.

—¿Cómo? ¿Quién...?

Ponnie se aclara la garganta.

—Tenemos prisa, ¿recuerdas?

Salgo de mi estupefacción agitando la cabeza. Tiene razón, no podemos entretenernos con nimiedades.

—Sí, claro.—Miro a Bibi con renovada determinación. Tengo que darle una buena bofetada a ese chico por no haberme hablado de esto—. ¿Qué puedes hacer?

La mujer dual sonríe de oreja con pendiente a oreja desnuda, en un gesto que, aún estando acostumbrada a ella, me produce escalofríos. ¿Están todos locos aquí abajo? Probablemente.

—Querida, la pregunta es... ¿qué no?

/CONTINUARÁ.../

Alter EgoWhere stories live. Discover now