13. Lugares peligrosos [2/2]

61 7 0
                                    

Quedo con Galo en que esta tarde iremos a ver la nueva casa, a la que por su puesto se mudará también él. Así le da tiempo a él para hablar con sus avizores y a mí a ver a Lisa.

-¿Dejarás la tienda?-le pregunto antes de irme. Niega rotundamente con la cabeza.

-Ni de broma.-Mira alrededor, a los objetos de las vitrinas-. Si cierro, todo esto se perderá. No, tengo que mantener la memoria.

Puede que sea unos años mayor que yo, pero no puedo evitar sentirme orgullosa ante sus fuertes valores, y lo fiel que es a ellos. Luchó mucho por sacar la tienda a flote, incluso antes de que empezáramos a trabajar en los engaños.

Dan un toque a la puerta de la entrada. Son los avizores. Galo me hace un gesto para que le siga hasta la habitación-ascensor.

-Nos vemos luego aquí mismo-se despide. Yo le entrego las llaves y el billete de cincuenta oros.

-Guárdalo tú-le digo-. Siempre fuiste el más responsable de los dos.

Por un instante, recuerdo todos los momentos vividos desde que nos conocimos, y tengo que hacer un gran esfuerzo por mantener la compostura.

Tiro del libro de lomo negro y la habitación comienza a bajar. De vuelta a Helix, otra vez. Me produce cierto temor que esto se esté convirtiendo en algo normal, pero, desde que Lisa apareció en mi vida, todo está resultando de todo menos normal.

Llego a la parte de atrás de la tienda de armas, y esta vez no hay nadie esperándome. El silencio, en lugar de tranquilizador, hace que se me erice el vello de la nuca.

Salgo de la tienda, y me encuentro con una Helix completamente vacía. Los callejones normalmente repletos de gente de lo más pintoresca están ahora en una calma aterradora, con las goteras procedentes del exterior como único ruido de fondo. De pequeña me hablaron de esta sensación, la kenopsia.

Llego al Ágora, y encuentro por fin a más personas vivas. Sin embargo, no puedo aparecer ahí como si nada, despertaría demasiadas sospechas. Por ello, me escondo tras la esquina de un club y observo, a la espera de que se me ocurra alguna manera de entrar. No soy una hélica, pero cuento con el favor de Hela, que ya es algo.

Veo a alguien salir del edificio residencial. Es Leo, seguido de Toro. Cuando pasa entre ellos, los guardias se apartan apresuradamente, temerosos de la corpulencia del matón. No quisiera encontrarme con quien se atrevió a ir a por él.

Cruzan el Ágora en dirección a la entrada que suele controlar Ponnie, ¿dónde irán? Sea donde sea, es urgente, y han despistado a los guardias, lo que aprovecho para cruzar la calle y adentrarme en el callejón lateral al edificio residencial.

Bien, debería haber una entrada por aquí. La busco, pero la calle es tan estrecha y oscura que no soy capaz de ver nada.

Sigo caminando, hasta que llego a la parte trasera del edificio. Un muro de unos tres metros de hormigón pintado de negro se extiende más allá de la estructura, por lo que debe de haber una especie de patio trasero.

Extiendo a Morf hasta que lo puedo enganchar encima del hormigón. Me cuelgo en él mientras hago que se encoja y tire de mí hasta que subo al muro. Echo un vistazo al interior, y veo a Lisa practicando con un fusil magnético, sola. Impaciente, salto la pared y ruedo al llegar al suelo. En cuanto miro alrededor, me encuentro a Ponnie, apuntándome con otro fusil.

-Eres buena-admite, apartando el fusil de mi cara-. Pero no tanto.

Me tiende la mano para ayudarme a levantarme, y la acepto a regañadientes. ¿Cómo he podido ser tan estúpida de pensar que la dejarían sola?

-¿Y bien, ya has terminado con tus asuntos?-Asiento-. Bien, porque Bibi ha traído noticias. Ha oído que van a cerrar los puentes. ¿Sabes lo que eso significa?-Niego-. Significa que la gente va a empezar a morir de hambre. La gente con hambre está desesperada, y la gente desesperada...

-... pierde el miedo-termino.

Ponnie asiente. Está más seria que nunca.

-Exacto. No sabemos qué pretende Grayhold, pero no creemos que sea tan estúpido como para no saber que está provocando una revolución.

-Vi la manifestación frente a la Arcadia-digo, con cuidado de no contar más de lo que puedo-. Tras el discurso de Grayhold, la gente empezó a enfrentarse a la policía. El ejército tuvo que tomar la Vía Magna.

Ponnie traga saliva, y mira hacia Lisa, que nos ha visto y se acerca a nosotras.

-Será mejor que no lo sepa-dice Ponnie, en voz baja-. Es posible que le afecte demasiado.

Asiento, y sonrío al ver llegar a Lisa.

-¡Has vuelto!-dice, sonriéndome-. No te imaginas lo que mola disparar con uno de estos.

Levanta el fusil para enseñármelo, y durante un segundo me apunta a la cara, pero Ponnie reacciona rápido y lo empuja hacia abajo.

-Primera regla: apunta al suelo si no quieres cargarte a nadie.

Lisa asiente, un poco avergonzada.

-Perdón-se disculpa-. En casa nunca me dejaron aprender. Mi padre decía que con Orión cerca siempre estaría a salvo.

-¿Orión es tu guardaespaldas?-pregunto, sorprendida. De pronto, recuerdo todo mi encontronazo con el jefe de policía.

-Era-corrige ella-. Mi padre pensaba que era el mejor soldado de la ciudad. No puede ser tan bueno si una chica como yo se pudo escapar de él.

Río por lo bajo, de acuerdo con ella. No puedo ni imaginarme lo bochornoso que debe ser para él que dos chicas prácticamente indefensas se le hayan escapado de las manos.

-Tómate unos minutos de descanso-le dice Ponnie a Lisa-. Voy a ver si Hela necesita algo.

Me mira de reojo justo antes de irse, y deja el mensaje claro: ni una palabra de todo esto a Lisa.

-¿Puedo saber algo de esos asuntillos?-me pregunta Lisa. Genial, directa al grano.

Muy a mi pesar, hago gala de mis dotes de actriz y le quito importancia al asunto con un ademán.

-Trabajo-digo, y no es mentira. Lisa asiente, dando por hecho que me refiero a robar. Por mucho que me rabie, debo permitir que piense así. Sé que, si le empiezo a contar algo, no voy a poder parar hasta habérselo dicho todo, y el causante de todo este embrollo la toca muy de cerca-. Cuéntame tú, ¿qué has estado haciendo?

A Lisa le brillan los ojos.

-Pues Ponnie me ha estado enseñando todos los escenarios que tienen para entrenar. ¡Hasta tienen uno bajo el agua! Después me enseñó todas las armas que usan...

Y así sigue hablando, tan emocionada como un niño pequeño. Me llegaría a producir hasta ternura, si el motivo de su felicidad no fueran armas capaces de arrebatar la vida de alguien con apretar un solo botón.

Me describe el edificio residencial y el proceso de entrenamiento con todo detalle, hasta que Ponnie vuelve, bajando las escaleras que dan a la entrada trasera del edificio. Se me sigue haciendo extraño el estar bajo tierra, y saber que toda la luz que nos llega es completamente artificial.

-Se acabó el descanso-dice Ponnie, y se vuelve hacia mí-. ¿Te quedas un momento?

Asiento, extrañada por la pregunta.

-Bien, convirtamoslo en un ejercicio. Uno contra uno, hasta que una de las dos caiga al suelo. Veamos cómo se te da manejar ese táser.

Alter EgoWhere stories live. Discover now