8. El fin de la normalidad [2/3]

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Las calles de Helix han vuelto a su estado habitual de movimiento cuando acompañamos a Ponnie a través de la calle principal. Sin embargo, es distinto. No es el típico balanceo de la gente sin rumbo. No es el caos del que no se puede esperar nada. Es un caos del que se puede esperar cualquier cosa. Da la sensación de que toda la ciudad fuera una bomba que estuviera a punto de explotar. Y lo más probable es que sea por mi culpa.

Ponnie ha accedido a regañadientes a que Lisa y yo fuéramos con ella. Lo único que la ha podido convencer ha sido mi teoría sobre el responsable del incidente con Toro. No estoy del todo segura de que me haya creído, pero me da la sensación de que no quiere hacerlo.

Tras haber dejado a Bibi en el Colors, llegamos al mismo callejón en el que vimos a Toro por primera vez. Una fila de soldados hélicos enfundados en ferroquitina cortan la calle. La gente les tiene demasiado miedo para acercarse, pero el miedo es un obstáculo fácil de superar cuando se está encerrado.

Me sorprende el cambio que muestran tanto Ponnie como Lisa en cuanto hay más gente delante. La primera adquiere una posición de autoridad que, aunque no perteneciera a la casa hélica, impondría hasta a los soldados más fuertes. Lisa, en cambio, hace gala de todo su peligro. Camina y mira decidida en la misma dirección, persuadiendo a cualquiera que se vea tentado de ponerse en su camino. Me pregunto si yo también cambio así de drásticamente.

—Vienen conmigo—dice Ponnie, cuando llegamos a la fila de soldados y nos cierran el paso a Lisa y a mí—. Son de los nuestros.

No sé cómo sentirme con esa afirmación.

En el callejón hay una mujer embutida en una bata púrpura agachada al lado de un hombre inconsciente. Su chaleco de cuadros le delata: Toro.

—Respira—dice la enfermera a una mujer que está de pie detrás de ella.

Es de mi altura, atlética, y su rostro oscuro está enmarcado por rizos de los colores del carbón y el bronce. La reconozco como la mujer que vi de paso al salir anoche de Helix. A su lado está Leo, que se vuelve hacia nosotros, mirándonos a través de las gafas. Cuando nos mira a Lisa y a mí frunce el ceño, como si le rompiéramos los esquemas.

Ponnie nos indica con un gesto que no nos acerquemos más, y ella sigue hasta encontrarse al lado del cuerpo. Desde aquí veo cómo aprieta la mandíbula.

—Está claro quiénes están detrás de esto—dice Leo, con la misma voz analítica que mostraba a la hora de dar el discurso. Veo como nos sigue mirando de reojo.

La mujer de los rizos asiente, con una mano en la barbilla.

—No podemos ignorar lo que esto significa. Pero no debemos precipitarnos con... ¿quiénes son?

Ahora todos, incluida la enfermera, tienen la mirada puesta sobre nosotras.

—Son Lisa y Ali. Llegaron anoche aquí.—Me señala—. Ella es la hija.

La mujer me mira directamente a los ojos, y yo le mantengo la mirada. Toma aire lentamente, y prácticamente puedo ver los engranajes girar en su cabeza. ¿Qué pasa ahora con mi padre?

—No tengo registros de ellas—dice Leo, refiriéndose a nosotras. Me siento ligeramente aliviada al ver que no reconocen a Lisa. O bien no lo muestran, nunca se sabe.

—Créeme, Hela—dice Ponnie, y trago saliva al oír el nombre y ver a su propietaria por primera vez—. Tiene el tatuaje.

Hela nos indica que nos acerquemos, y nos resulta imposible no obedecer. Es como si una gravedad extraña tirara de nosotras hacia ella. Sé lo que quiere, así que me levanto la camisa para enseñarle mi tatuaje de la hache.

Espero alguna reacción, alguna respuesta al motivo de que mi padre me obligara a hacerme este tatuaje; pero se limita a asentir y volver a mirar a Toro. En otra situación me entrarían ganas de protestar, de exigir respuestas, pero la inferioridad tanto numérica como de poder hace que ni me lo plantee. Solo un loco como el de la plaza se atrevería a hablar sin el permiso del motivo del nombre de este lugar.

Al imitarla y dirigir mi mirada al cuerpo inconsciente, veo al hombre llamado Toro. Su cara está llena de magulladuras, y su chaleco tiene un corte que dibuja un arco de arriba a abajo. O, visto como una letra, una C.

—Seguramente sea una represalia por la detención de Fido—dice Ponnie, repitiendo la teoría que le planteé—. De algún modo, creen que hemos sido nosotros.

Tras meditar un segundo, Hela contesta:

—La cuestión es, ¿lo hemos sido?—Le hace un gesto a la enfermera para que se levante—. Límpiale las heridas y llámame en cuanto despierte. Es posible que recuerde quién le dejó inconsciente.—Se vuelve hacia Leo—. Reúne a todos los soldados para que los entreviste uno a uno. Si hemos sido nosotros, es posible que tengamos que utilizarlos a todos pronto.

Sale del círculo de personas que hemos formado alrededor de Toro y se dirige a los soldados del final del callejón. Más allá, la gente ya les ha empezado a lanzar cosas, aunque aún no se han vuelto tan locos como para iniciar un ataque directo.

—Sacad a todo el mundo de aquí. La casa Hélica se reúne en el Ágora en una hora.

Cruza la línea, saca una pistola de su chaqueta y dispara al aire, con lo que provoca varios chillidos entre la gente, además de su completa atención.

—¡Las puertas de la ciudad se abren!—dice—. ¡Salid de aquí antes de que cambie de idea!

Antes de seguirla, veo que Leo nos dirige una última mirada. Esta vez es de curiosidad, y de algún modo sé que no será la última vez que le vea.

—Vamos—dice Ponnie, dándonos una palmada a Lisa y a mí en el hombro—. Ya habéis oído, la casa hélica se reúne. Y, os guste o no, pertenecéis a ella... de alguna forma.

/CONTINUARÁ.../

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