15. Vacío [1/3]

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El vacío de Helix parece haberse extendido también por la ciudad Etérea, a juzgar por las avenidas vacías y todas las tiendas cerradas.

Cuando llego a la tienda de Galo, apenas me he encontrado con dos personas, y a lo lejos veo a otra que me observaba con especial atención. Imagino que se trata de uno de los agentes de Amelia. Alegre, la saludo con la mano.

Entro en la tienda y me encuentro a Galo recogiendo sus efectos personales. Ni siquiera hemos visto la casa, y parece más ilusionado que yo. Caigo en que no sabemos si habrá habitaciones suficientes para ambos, pero no me preocupo por ello. La calle de las Lunas se encuentra en una zona bastante adinerada de la ciudad, seguro que habrá sitio. Sin embargo, sé que, al ir donde me envían, estaré bajo su vigilancia. Esto me pone un poco de los nervios, pero no se lo digo a mi amigo.

Termina de empacar y deja su bolsa detrás de la caja registradora. Me sonríe.

—Veamos a qué nos enfrentamos—dice, mostrándome las llaves.

Salimos de la tienda, situada en la zona sur de la ciudad. Tenemos que caminar alrededor de una hora hacia el extremo noroeste de la ciudad, un cabo que da a mar abierto. Es la única zona de la isla y de la ciudad que se sale del golfo en el que se encuentra.

Galo se pone más y más nervioso según nos acercamos a nuestro destino.

—Tranquilo, Galo. Solo nos mudamos, no nos vamos a la Arcadia.

El peliverde me mira y suelta un bufido.

—La Arcadia me da completamente lo mismo. Lo que pasa es que llevo muchos años sin vivir con nadie, desde que mi hermano... se fue.

Pongo una mueca, arrepentida por sacar el tema a colación. Su hermano desapareció prácticamente a la vez que mi padre. Al menos su hermano tuvo la decencia de despedirse de quien dejaba atrás.

—Además—sigue Galo, con su sonrisa traviesa tan habitual—. Me hace ilusión mudarme con mi mejor amiga.

Me lleva la mano a la cabeza y me da un beso en la frente. Como es más alto que yo, no le cuesta nada. Cualquier otra persona que hubiera intentado eso se habría llevado un calambrazo de Morph antes siquiera de tocarme. Pero Galo y yo llevamos juntos desde hace más de quince años, es la única persona en toda la ciudad de la que me puedo fiar.

—¿Y Víctor y Gruvio?—pregunto—¿Cómo se lo han tomado?

Se encoge de hombros.

—Sorprendentemente, no pusieron pega alguna. De hecho, parecían hasta contentos de que su trabajo terminase. Fue extraño, aunque imagino que tiene sentido.

Cruzamos una avenida en la que ya se va notando el aumento de riqueza de los habitantes. Vemos a gente pasear por la calle, paseando a sus perros y mirándonos con ternura. No sé que se pensarán que somos, pero me hace gracia que se equivoquen en esas cosas.

Un par de calles más adelante, Galo afirma:

—Calle de las Lunas. Aquí es.

Una fila de edificios que parecen sacados de los sueños más perfectos de un arquitecto se extiende hasta un paseo marítimo, y en el horizonte podemos ver el mar en calma. Nunca me imaginé que estaría aquí, ni siquiera trabajando. Ya no digamos viviendo en una de estas casas.

Galo suelta un silbido de admiración y dice:

—Vamos, estamos cerca.

Ni siquiera nos paramos a contemplar el exterior, puesto que los edificios colindantes son bastante similares. Atravesamos un patio delantero de césped y entramos.

Alter EgoWhere stories live. Discover now