13. Lugares peligrosos [1/2]

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Con el fin de evitar aparecer de nuevo en el lugar de mi desencuentro con el jefe de policía, tomo otro camino en cruce de pasillos. No estoy segura de dónde dará a parar, así que camino con cautela. Por lo que sé, podría acabar en Helix y no poder volver a salir hasta mañana, y eso no puedo permitírmelo. Tengo que acabar el trabajo, y Bibi fue muy clara en cuanto al riesgo de llevar lo que tengo en el bolsillo.

Por suerte, el corredor desemboca en una escalera ascendente, con una puerta de doble hoja de madera al final. Me dispongo a convertir a Morf en la hache, pero me encuentro con que la cerradura de este lugar es distinta, y me indica la zona de la ciudad en la que me encuentro.

Transformo a Morf en un arco de acero y completo la cerradura por los pelos. Con un leve chasquido, la puerta se abre , mostrándome un establecimiento similar a un bar írico. Cómo no, una pared entera luce con orgullo una imagen holográfica de la especialidad de la casa: la cerveza negra írica. A su lado, la presentación dividida por la mitad de un plato de dos carnes me da una pista de quién regenta este lugar.

El bar se encuentra a rebosar, pero nadie repara en mi presencia. Hombres y mujeres hablan en voz alta frente a sus cervezas, pero todos se encuentran educadamente sentados en sus sitios. Intento averiguar de qué hablan, pero su acento, sumado al efecto del alcohol me hace imposible entenderlos. Eso en el caso de que no estén hablando en su propio idioma.

—Bienvenida—me dice una camarera de mi edad y con acento. Tiene el pelo rubio, mitad trenzado y mitad suelto. Dentro de la dualidad presente en todo lo relacionado con Bibi, esta chica la muestra con una naturalidad encantadora—. Imagino que es usted una invitada especial de la Donna. Permítame que le muestre el lugar.

Me cuesta hacerlo, pero consigo negar con la cabeza.

—Muchas gracias—digo, con toda la amabilidad y el tacto que puedo. Me es imposible ser ruda con ella—, pero estoy ocupada. Tendrá que ser en otro momento.

La chica asiente, sonriente, y se coloca un mechón detrás de la oreja.

—Es una lástima—dice, y parece que lo siente de verdad—. En otra ocasión será. El Dúo siempre está abierto a las buenas visitas. Yo soy Bianca, por cierto.

—Ali—digo, tendiéndole la mano. Su tacto es suave y cálido, acogedor. Todo tira de mí para que me quede aquí un rato más, pero el peso de la grabadora en mi bolsillo tira más que todo eso.

Me despido de la camarera y me dirijo hacia la salida. De camino, soy capaz de descifrar una frase de entre todo el barullo:

—Como pille al cabrón que le hizo esto a Fido, lo tiro a las alcantarillas, como la escoria hélica que es.

Como es comprensible, acelero. Salgo del Dúo y me encuentro en una plaza por la que pasé anoche con Paulo. Cojo la calle en dirección al sur, y atravieso otras cuantas que se encuentran completamente vacías. O bien todo el barrio está en el bar (lo cual no me parece del todo descabellado), o nadie aparte de ellos se atreve a salir a la calle. Sabiendo lo que sé, me entran ganas de esconderme con ellos. Para no tentar a la suerte, convierto a Morf en un colgante y me pongo la capucha.

A un paso entre el camino y la carrera, tardo alrededor de una hora en llegar al puerto. Para entonces, es ya mediodía. Las tiendas del paseo marítimo, como de costumbre, están cerradas, y mucho me temo que los manifestantes lo van a tener muy crudo. ¿Cuánto puede durar un pueblo en huelga cuando esto provoca que cada vez haya menos comida para ellos mismos?

«Cuando termines, regresa al lugar donde nos encontramos por primera vez». Llego a la acera donde me choqué con Kurt y comenzó toda esta locura de trabajo, y lo encuentro apoyado en la barandilla que da al embarcadero, mirando más allá. Me acerco a él y lo imito.

Alter EgoWhere stories live. Discover now