23. Tortura [2/2]

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Me apresuro a liberar a Fido de sus cadenas, sin considerar siquiera la posibilidad de que se niegue a seguirme. Incluso la voluntad más fuerte y la inteligencia más profunda se vienen abajo tras tantos días en completa oscuridad, y ni siquiera Fido sería capaz de rechazar la posibilidad de escapar de su prisión.

—¿Cómo...?—se limita a balbucear, completamente incrédulo. Sin embargo, puedo notar que se encuentra mucho más despierto que en todos los días que lleva aquí.

Le agarro la cara con fuerza, siguiendo el sonido de su voz. Miro donde deben de estar sus ojos magullados.

—Haz lo que yo te diga, y mañana estarás con tu familia.

Lo siguiente que hago es subirme a la cama para inutilizar la cámara térmica de una cuchillada. Ahora ellos también están ciegos.

No tengo que esperar mucho tiempo bajo la cama hasta que la puerta se abre, iluminando de nuevo la celda.

Cuento dos sombras, que se encuentran con la placa de acceso al conducto de ventilación abierta, y la celda vacía. Adivino que ninguno de ellos es Dante, pues se limitan a decir:

—Señor, los prisioneros tratan de escapar por la falsa salida.

—Aquí les espero—contesta Dante al otro lado. Incluso a través del altavoz se percibe su ansia animal por encontrarnos de nuevo y castigarnos.

Desde aquí abajo, veo a los guardias entrando en la habitación, cautos aunque decididos. Me dan la espalda para dirigirse a la abertura en la pared. Uno de ellos se agacha para mirar en su interior, como esperaba, y doy comienzo al siguiente paso del plan.

Salgo de mi escondite lo más rápido que puedo, con el cuchillo por delante. El guardia que sigue de pie intenta darse la vuelta, pero antes de eso le doy un tajo en el tendón de Aquiles. Da un grito gutural de puro dolor y cae al suelo, y yo aprovecho para arrebatarle el arma.

El otro guardia intenta apuntarme con su fusil, pero le doy una patada en la cabeza que le deja inconsciente.

Mientras recupero el aliento y el guardia ahora cojo sigue gritando, Fido sale del conducto de ventilación. Suelta un silbido al echar un vistazo al panorama.

—No está nada mal, niña—admite, pero no tenemos tiempo para celebraciones ni halagos. Le hago una señal para indicarle que es su turno. Él se acuclilla junto al guardia gritón (que resulta ser uno de los que me trajo aquí) y le tapa la boca con las cadenas que una vez le tuvieron sujeto—. Pregunta del millón, amigo. ¿Dónde está mi gorra?

Aparta las cadenas del guardia por un segundo, y él se limita a gritar. Fido le da una bofetada y le pone las cadenas de nuevo.

—Respuesta incorrecta—dice, chasqueando la lengua—. Por suerte para ti, creo en las segundas oportunidades. Venga, tú puedes: ¿dónde está mi gorra?

Hace el amago de apartar la mordaza, y el guardia suelta un gemido lastimero. Me empiezo a cansar de todo esto.

—Lo que tienes ahora es solo un corte, un rasguño—digo, con mi voz más oscura—. Se puede curar.—Me agacho yo también y le obligo a mirarme—. Pero... un pie cortado es algo más difícil de arreglar, ¿no crees?

El guardia pone los ojos como platos, y mira a Fido, asintiendo rápidamente. El Capolli aparta la mordaza, y por fin la respuesta que recibimos es satisfactoria.

—Abajo del todo—dice, tan rápido que cuesta entenderle—. Por el pasillo, primera a la izquierda, dos veces, y hasta el fondo.

Fido sonríe, y baja las manos.

Alter EgoWhere stories live. Discover now