12. Dualidad

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Tras bajar unas escaleras de metal, nos encontramos en un pasillo circular, como el de una alcantarilla. No es este el camino que recordaba.

Después de tanta acción, me tomo un momento para apoyarme en la pared y recobrar el aliento. Oigo los pasos ligeros de Paulo acercándose.

—Lo siento, Ali. Yo...

Le paro alzando la mano, y le miro a los ojos, sonriendo. Es o esto o ponerme a gritar.

—Alguien te va a tener que enseñar a no meterte en problemas.

Tal vez no debería meterme en un compromiso así, pero me temo que será peor si le tengo que estar salvando el culo cada día. Da igual que sea un Capolli, no puedo permitir que le atrapen.

Paulo capta el mensaje, y sonríe. Los ojos le brillan de la ilusión, y es entonces cuando me doy cuenta de que no podría evitar ablandarme aunque quisiera.

A su espalda, Bibi le revuelve el pelo.

—Vamos, no podemos quedarnos aquí todo el día.

Cuando me fijo en ella, me doy cuenta de que su aspecto ha cambiado. Ya no tiene esa completa dualidad. La ropa es uniforme: unos pantalones de franela grises con tirantes y una camisa blanca. La parte larga de su pelo está ahora muy corta y, de alguna forma, ha conseguido que la parte rapada de su pelo crezca hasta que puede peinarse el flequillo con un tupé. Lo único que no ha cambiado de ella, o más bien de él, son sus facciones... y sus ojos. Me pregunto si eso no es ninguna extravagancia, sino algo natural.

—¿Te gusta?—me pregunta, mientras me extiende la mano para ayudarme a levantarme. Hasta su voz es más grave, aunque no por ello menos llamativa y escalofriante—. Look nuevo para el trabajo formal. Estoy orgullosa con el resultado.

Eso solo hace que me confunda más, pero me temo que ese es el menor de mis problemas.

Paulo está flipando con lo que ven sus ojos.

—¡¿Eres tú?!—pregunta, emocionado. Bibi asiente con una sonrisa, e incorporándose en toda su envergadura. Incluso sin tacones, debe de estar muy cerca de los dos metros—. ¡Guau! ¡Cómo mola! En casa no dejan de hablar de ti.

Bibi muestra otra sonrisa, pero detecto un destello en sus ojos que me pone los pelos de punta. Espera, ¿cómo es que entre los Capolli...?

—Venid—dice Bibi, ya andando—. Os llevaré a casa.

Dudo de nuevo de la naturaleza de sus lealtades, pero me aventuro a seguirla. Aprovecho un momento en que me dan la espalda para convertir de nuevo a Morph en una cadena que me rodee la muñeca. Es posible que lo vaya a necesitar pronto.

Mientras caminamos, Bibi rodeada por los dos niños y yo un par de pasos por detrás, Paulo le pregunta sin censura alguna:

—Entonces, ¿eres chico o chica?

Mentiría si dijera que no me lo pregunto yo también. Pero a Bibi no parece ofenderle la pregunta. Mira al niño, sonriendo, y contesta:

—Ambos.

Paulo se queda descolocado durante unos segundos, pero el silencio no dura mucho.

—Entonces, ¿cómo te llaman: él o ella?

Bibi se encoge de hombros.

—Las dos están bien.

Agradezco en silencio la curiosidad incauta e infantil de Paulo.

Avanzamos por el pasillo durante unos cincuenta metros para después girar a la izquierda. Me sigue sin resultar familiar, y acabo por preguntar:

—¿Cómo has abierto la puerta?

Alter EgoWhere stories live. Discover now