8. El fin de la normalidad [3/3]

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En menos de una hora, todos los civiles ya están fuera de Helix, y el Ágora la ocupan cientos de soldados cubiertos de ferroquitina y armados con sus fusiles magnéticos, junto con docenas de hombres y mujeres que, más que soldados, parecen sicarios y cazarrecompensas. No conozco las fuerzas de los Capolli, pero todo este ejército podría sin duda provocarle unos cuantos problemas.

Vemos esta aglomeración desde el palco donde Leo dio su discurso hace unas horas. Ponnie ha dejado de intentar alejarnos. Al contrario, nos trata como a iguales, a pesar de que no llevamos ni un día entero aquí abajo. No me gusta este nivel de compromiso, y no me fío de tanta amabilidad, pero me guardo mis reservas.

Lisa mira en todas direcciones, observándolo todo, curiosa. Percibo una especial fijación por las armas y las armaduras de los soldados. Tiene pinta de que, en caso de que las cosas se tuerzan, se podría defender perfectamente ella sola.

Dentro del edificio, al otro lado de una vidriera transparente, Hela habla con Toro, que ya ha despertado de su siesta. En lugar de su característico chaleco, ahora lleva una chaqueta de cuero negro y un trapo del mismo color atado al cuello, con su pelo moreno engominado hacia atrás. No podemos oírle desde aquí, y un par de soldados se ocupan de que no entremos, pero veo que su rostro rezuma una ira desmesurada. Solo por su lenguaje corporal me doy cuenta de que lo único que le impide ponerse a pegar puñetazos a todo y a todos es la imponente y autoritaria presencia de Hela. Nunca lo admitiré, pero esa mujer me provoca cierta admiración.

—¿Cómo lo sabías?—pregunta Lisa de pronto. Cuando me vuelvo para mirarla, veo que está más relajada, aunque sigue posando la mirada en las armas de los soldados cada pocos segundos.

—¿Qué?—Yo, en cambio, sigo tensa. Quiero salir de aquí cuanto antes. No le quiero deber nada a mi padre.

—Lo de Toro. ¿Cómo sabías que habían sido los Capulli?

—"Capolli"—corrijo, riendo por lo bajo ante su ingenuidad con respecto a los clanes de la ciudad. Por muy peligrosa y capaz que pueda ser, a Lisa le falta mucha experiencia en las calles, en el mundo real—. Y lo sabía porque...—Dudo sobre si contarle la verdad. Decido hacerlo... a medias—los Capolli son los únicos con motivos. Siendo ellos y Helix los dos únicos clanes a su nivel de poder e influencia, llevan años compitiendo por hacerse más ricos y poderosos a costa del otro. Y siendo tan fuertes...

—Solo uno de ellos podría meterse con el otro—termina Lisa—. Si alguien ha atacado a los Capolli, solo podrían haber sido los hélicos.

—En principio, así es—contesto. Puede que no acostumbre a decir la verdad, pero no me gusta nada mentir.

Lisa frunce el ceño y abre la boca para preguntar, pero Ponnie abre la puerta de la cristalera antes de que pueda hacerlo.

—Esto va para largo—dice—. Tenemos que asegurarnos de que dicen la verdad, así que no nos vale con un mero "sí" o "no".

Al otro lado del cristal, veo que ya ha entrado el primer soldado raso y ha dado comienzo su interrogatorio. Hela se encuentra sentada frente a él, flanqueada por Toro, con su bate, y Leo, con sus gafas. Habría que estar rematadamente loco para intentar mentir delante de esos tres. Por desgracia, parece que yo lo estoy.

—Toro no recuerda nada de su atacante—explica Ponnie, asomándose por el borde del balcón—. Parece ser que le atacaron por detrás y le hicieron la herida mientras estaba inconsciente. Nos ha costado convencerle de que no empiece una guerra, pero por ahora se tendrá que quedar aquí abajo. Cuando volvamos a abrir las puertas, investigaré si alguien pudo ver algo del ataque.

De los nervios, estoy tentada de ponerme a experimentar de nuevo con Morph, pero no quiero llamar más la atención. Solo Lisa tiene conocimiento de las capacidades del arma, pero, de algo tan único, cuanto menos se sepa, mejor.

—¿Cuándo podremos irnos?—pregunto.

Ponnie me mira con los ojos entrecerrados. ¿De verdad le sorprende que quiera salir de aquí cuanto antes?

—Podéis quedaros si queréis. Después de lo que hizo tu...

—Basta ya de mi padre—la interrumpo—. Está muerto, ya no importa. Tengo cosas que hacer arriba, no puedo quedarme aquí toda la vida.

Ponnie ha dejado de parecer amable. Ha adoptado la misma expresión que usa con sus soldados, seria e incluso severa. Lisa mientras tanto, observa la escena, pasando su mirada de una a otra.

—Podéis iros, si es lo que queréis de verdad. Pero Hela quiere hablar contigo. Ya habéis conseguido lo que queríais, ya no nos necesitáis más. Pero la cosa es, que nosotros a vosotras sí.—Se vuelve hacia Lisa—. Desde que Grayhold está al mando, todo está cambiando. Nos han llegado rumores que, si se cumplen, harán que estalle una guerra. Y ya no será cosa de nosotros y los Capolli, sino de todos.

Miro a Lisa de reojo, y veo que aprieta la mandíbula. Me pregunto cómo sería Grayhold de padre, pero no tiene pinta de que sea mejor que político. Entre las dos podríamos formar un club: "Hijas ajenas a sus padres asquerosos." Suena bien.

En un momento, se ha creado tal tensión en el aire que sería capaz de cortarla con Morph. Incluso los soldados apostados en la puerta se remueven incómodos.

Ponnie toma aire, para después soltarlo en un suspiro.

—Pero, si no queréis quedaros, no podremos encontraros. Ni siquiera Leo tiene archivos de vosotras, así que para nosotros no existís.—De pronto parece acordarse de algo. Rebusca en el bolsillo interior de su chaqueta y saca un táser magnético. Se lo lanza a Lisa, que lo coge al vuelo—. Toro no lo necesitará, y yo puedo encargarme de que el chico no hable.

Lisa y yo nos miramos. Sé que ella quiere quedarse, pero me da la sensación de que preferiría que estuviéramos juntas.

—Tengo algunos temas que tratar arriba—digo—. Cuando acabe con ellos, volveré.

Ponnie y Lisa asienten. La tensión se ha relajado, pero está claro que a partir de ahora nuestra relación será un poco diferente. No tengo demasiada experiencia con las amistades, pero nunca me pareció normal tanta amabilidad desde el principio.

—Yo te espero aquí—dice Lisa, aunque le cuesta—. Ponnie se ofreció a instruirme como soldado. Entrenaré mientras estés fuera.

No me extraña, aunque me duele que tengamos que separarnos, y una punzada de miedo a que no volvamos a encontrarnos se me clava en el pecho. Como seguro, pruebo algo desesperado.

—Dame la bolsa—le digo a Lisa. Su primera reacción es fruncir el ceño, pero se da cuenta de a qué me refiero y me da el saquito de cuero con la brújula destrozada.

—Bien—dice Ponnie, señalando con la barbilla hacia el interrogatorio—. Ahora vamos dentro. Cuando acabe con éste, hablarás con Hela.

—¿Tienes idea de qué quiere decirme?—pregunto.

Ponnie niega con la cabeza.

—Nunca nadie sabe qué esperar de ella. Pero pase lo que pase, no la ofendas.

Pasa por delante de nosotras y entra en el edificio. Lisa y yo vamos tras ella. 

Alter EgoWhere stories live. Discover now