18. Discordia [1/2]

29 7 0
                                    

Por suerte, Ponnie reacciona rápido. De algún modo descubre lo que está pasando en el Ágora, y, con una sola orden que oímos desde aquí, hace que Toro salga, agarre tanto al chico como al hombre sin meñique del cuello del abrigo y los lleve dentro. Cuando vuelvo a mirar a Leo, éste ya ha recuperado su expresión severa y analítica.

—Parece que alguien no ha tenido suficiente—comenta, antes de volver al interior.

Echo un último vistazo por el borde del balcón, y veo que el círculo que el loco y el chico habían abierto se va cerrando poco a poco. Como me temía, la tranquilidad no podía durar mucho. Intento albergar esperanzas, pero en el fondo sé perfectamente a quién se refieren.

Cuando entro de nuevo en el salón de audiencias, ya están todos dentro, salvo Lisa. Hela observa desde arriba al hombre al que mutiló y al chico que le robó el táser a mi amiga el día que nos conocimos, ambos arrodillados. El chico apenas me dedica una mirada de soslayo, pero frunce el ceño, como si supiera que me ha visto antes, pero no supiera dónde. Toro le da un capón, y cae de bruces.

—¿No aprendiste la lección, chico?—le reprende, con una voz dura como la piedra—. Te lo advertí: no más visitas al infierno.

Hela se centra en el otro arrodillado, quien le sostiene la mirada, desafiante.

—Ponte en pie—le ordena, y el mutilado se levanta.

Mira alrededor, a los cuatro soldados que le apuntan con fusiles magnéticos. Entre ellos se encuentra Nutter, sujetando el arma tal y como le enseñé. Después fija la vista en la líder hélica.

—¿Cómo te llaman?—le pregunta ella.

—Louis—responde él, con voz firme. No se parece en nada al hombre desquiciado al que entrevistaban hace unas semanas. Supongo que, ahora que no tiene nada que perder, no tiene motivos para estar intranquilo.

Hela asiente, y señala con la mano abierta una gran mesa redonda al otro extremo del salón, en la que hace unos minutos estaba proyectada la imagen del Centro, invitando al hombre a tomar asiento. Todos nos acercamos allí, pero solo Louis, Hela, Leo y el chico insensato se sientan a su alrededor.

—Me consta que tiene usted una serie de peticiones, ¿no es cierto?—dice Hela, con calma.

Louis asiente.

—Así es, y si os negáis a aceptarlas, revelaré...

Se interrumpe cuando Hela saca el cuchillo de debajo de la mesa. Pero no lo ataca, sino que se empieza a limpiar las uñas con la punta del filo.

—Continúe, por favor—le dice a Louis, como si nada. De reojo veo a Toro sonreír de regocijo.

—Sabemos a quién tenéis aquí—interviene el chico, inclinándose hacia delante. Intenta parecer osado, pero su voz lo delata: tiene un miedo terrible al gigante fornido que se sitúa a su lado—. Y estamos seguros de que al gobernador le interesará saberlo también.

Ahora comprendo de verdad por qué Lisa estaba acorralando a este chico. Le estaba convenciendo para que no la delatara. Sin embargo, su voz me suena de algo más...

Hela lo mira con los ojos entornados.

—¿Usted es...?

—¿Y a ti qué te importa?—contesta él. Toro da un paso hacia el chico, amenazante, y éste se acobarda—. Adri.

Hela asiente lentamente. Es impresionante la calma con la que domina la situación, aunque entiendo que se debe a que no sabe la verdadera identidad de Lisa.

—Bien..., Adri. Presenten sus demandas y negociaremos las opciones.

El chico se queda sin habla. Estoy convencida de que no esperaba tener la oportunidad de negociar siquiera. Venía a por todo o nada.

—Lo primero—intercede Louis por él—, queremos protección para nuestras familias. A mis hijos y a su hermana no les faltará de nada: ni sustento, ni hogar...

—Hecho—les interrumpe Hela—. ¿Algo más?

Adri recupera el habla.

—Dejaréis de torturar e intimidad a la gente—dice—. No se puede permitir que unas ratas de...

Louis le para antes de que firme la sentencia de muerte de ambos.

—También querréis que os devuelva esto, ¿no?—dice Toro, sacudiendo un saquito de tela delante de ellos. No me hace falta verlo para saber que ahí dentro está el dedo de Louis.

El dueño del meñique gruñe de rabia, pero se mantiene callado. La estrategia de los hélicos está clara: darles lo justo para pensar que están ganando y enfurecerles lo preciso para que no vean el truco.

—Lo que mi... compañero quiere decir,—habla Hela— es que nos vemos incapaces de cumplir esa demanda. ¿Hay algo más que podamos hacer por ustedes?

—Por mí os podéis ir a la mierda—propone Adri. Louis se lleva los cuatro dedos restantes de su mano izquierda a la frente.

Hela le sonríe con condescendencia.

—Me temo que ésta se nos ha adelantado.

El idiota no entiende el insulto, pero veo que los generales hélicos contienen una risa. Louis mira al chico, decepcionado, probablemente pensando «¿cómo se me ha ocurrido traer a éste aquí?»

—Vámonos—dice, poniéndose en pie—, antes de que consigas que nos maten.

Adri le sigue, aún buscándole el sentido a la frase de Hela. Los soldados hélicos les siguen hasta la entrada del salón, y Hela se levanta para ver como abandonan la sala. Antes de salir, Louis se vuelve.

—¿Cómo sabemos que vais a cumplir?—pregunta.

—Oh, cierto, vuestras familias—dice Hela, como si se le hubiera olvidado—. Un escuadrón irá a por ellos pronto.

En los segundos siguientes, Louis no lo entiende. Después, abre tanto los ojos que temo que se le salgan de las órbitas.

—¡No!—grita, forcejeando con los soldados—. ¡No serán vuestras mascotas! ¡Moriré antes de ver a mis pequeños esclavizados!

—A este paso...—murmura Leo, tan bajo que solo yo lo oigo.

—A vuestras familias no les faltará de nada. Les proporcionaremos sustento y un hogar.—Hela abre los brazos, indicando que estamos en él—. A cambio, se convertirán en miembros de pleno derecho de la casa hélica. Le garantizo que no existe mayor protección.

Louis sigue peleándose con los soldados, pero éstos lo inmovilizan. Adri, en cambio, es demasiado débil para ofrecer resistencia alguna. Toro se acerca a ellos y se los lleva, dejando en ridículo a los demás soldados.

—El joven volverá—dice Ponnie, tras unos segundos de silencio.

—Lo hará, y le volveremos a rechazar—contesta su superior. Se vuelve hacia ella y esboza una expresión que no soy capaz de descifrar—. No podemos permitir que se sepa que la hija del gobernador se ha convertido en una de nosotros.

Ponnie se queda con la boca abierta, al igual que yo. Leo alza la vista, repentinamente interesado.

—¿Cómo...?—pregunto yo.

—Bibi hace magia con sus cambios de imagen,—admite, acercándose a mí—pero recuerda, Ali: no me convertí en la reina del infierno por nada.

Ponnie baja la mirada y sonríe.

—No podía ser de otra forma.

Cruzo una mirada con Leo, y casi puedo ver las preguntas agolpándose en su cabeza. Mueve los labios y me queda claro lo que me quiere decir sin sonidos: «tú y yo tenemos una conversación pendiente».

—Id a descansar—ordena la jefa—. Mañana podréis seguir con vuestro plan para penetrar el Centro. 

/CONTINUARÁ.../

Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora