25. La Mecha [5/6]

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Los gritos del sueño se fusionan con una sirena idéntica a la que anoche nos avisaba de la hora de la comida. Tardo un par de segundos en asimilar el lugar donde me encuentro, y me doy cuenta de que, ignorando el colchón del que disponía, he dormido sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared. En definitiva, lo más cerca posible de Galo.

Basta con girar la cabeza para ver que la puerta de la celda está abierta de par en par. Ignoro por cuánto tiempo seguirá estándolo, así que me apresuro a ponerme en pie. Llamo a Galo, preguntando si está despierto. No recibo respuesta, así que asumo que sigue durmiendo. Además, cuando salgo al pasillo, veo que su puerta se mantiene cerrada.

Con Morf de nuevo oculto bajo el mono azul, emprendo la ruta que recuerdo lleva al patio trasero del Centro. Cuando llego al corredor que da al exterior, un guardia me grita desde allí:

—¡A ducharse!

Los siguientes treinta minutos, en los que busco los baños y me aseo todo el cuerpo con agua helada, los dejo a la imaginación. Me ahorraré los detalles acerca de cómo esconder el acero moldeable sin ninguna prenda con la que cubrirlo. Si hay algo que aún respeto en la vida, es la intimidad de las personas; la mía por encima de todo. Además, espero que a nadie que me escuche le haga falta esa información para el futuro.

En cuanto me he cambiado, vuelvo a dirigirme hacia el exterior. A mitad de camino, escucho murmullos dentro de una de las celdas. Con cuidado, me acerco a averiguar su procedencia.

—¿...poder con Hugo?—Es lo primero que alcanzo a entender. Una voz femenina, aunque grave e imponente.

—No pensé que...—se defiende otra voz, que reconozco como la del chico peliblanco que se enfrentó al grandullón el día anterior, Fer.

—Exacto, Fer—le interrumpe la primera voz, en un claro tono de reprimenda—. No pensaste. Gracias a tu osadía hemos perdido a Millie. Y el siguiente podrías haber sido tú, si el cabrón de Rex no os hubiera parado.

—Pero...

Intervengo antes de que Fer tenga tiempo de inventarse una excusa barata. Doy un par de golpes a la puerta de la celda con los nudillos, con lo que atraigo la atención de los cuatro hélicos que se encuentran dentro de la sala. El peliblanco muestra un par de cortes en la cara, y un pequeño cardenal bajo el ojo derecho, pero nada más grave, más allá de las marcas de estrangulamiento que Hugo le ha dejado en el cuello.

—¿Qué quieres?—pregunta la mujer que estaba regañando a Fer, amenazante.

Me mira desde arriba, pues me supera en varios centímetros, como a todos los presentes. Con su pelo negro como el carbón cayendo en cascada por delante de sus hombros y la cantidad de cicatrices que luce en el cuello y en su rostro de tez pálida, se asemeja más a una deidad de muerte que a una simple ladrona. La identifico al instante como la líder del grupo hélico del Centro, e incluso la puedo imaginar a la perfección como lugarteniente de Hela, más afín a ella incluso que Ponnie.

—Que me ayudéis a salir de aquí—contesto, sin miedo, desabrochando mi mono azul para mostrar el tatuaje de mi baja espalda. La miro fijamente a los ojos, y veo en su mirada que reconoce el tatuaje.

—Así que eres tú...—comenta, mirándome de arriba abajo, como si esperara algo más—. Leo me habló de ti. Dijo que venías a sacar a unos cuantos soldados... y al Saco. ¿Es eso cierto?

—Así es—contesto sin titubear. Detesto mentir, pero por Galo todo merece la pena.

La mujer, porque no se la puede de llamar de otra forma, arquea las cejas, escéptica. Si sospecha de la veracidad de mis palabras, no dice nada al respecto. En su lugar, me ofrece un saludo formal con un gesto de cabeza, como si asintiera.

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