Estaba quedándose dormida, cuando tres golpes en la puerta la sacaron de su ensoñación. Se puso de pie y se arregló la blusa que se le había subido. Secó una solitaria lágrima que se le había escapado, ya que no quería que Alex la viera así. Volvieron a golpear con cierto ímpetu, lo que la hizo suspirar. Abrió la puerta con la mejor de sus sonrisas y dijo en un tono alegre:

— Ya oí, hombre. No es necesario tanto escándalo, A...

No terminó lo que iba a decir. Tras la puerta no estaba Alex, sino que estaba la persona más inesperada para ella.  Lauren pudo notar ciertas arrugas cerca de sus ojos, las cuales había tratado de disimular con maquillaje. El cabello oscuro lo llevaba suelto y su mirada la tenía clavada en su rostro, como si la estuviera inspeccionando. Al parecer la lejanía había hecho que sus ojos pudieran notar aquellos detalles en apariencia tan imperceptibles.

— ¿Qué demonios haces aquí? ¡Vete!

Iba a cerrar la puerta de un portazo, pero la persona al otro lado se lo impidió. Lauren en esos momentos quiso llorar, pero de impotencia.

— ¡Déjame en paz, por favor! Ya no quiero saber nada de ti. Por favor, vete ¿Quién te dio mi dirección?

— No lo haré, Lauren. Tenemos algunas cosas que conversar. Luego prometo irme de aquí. Y eso es problema mío.

— No quiero hacerlo. Vete o llamaré al conserje para que te eche de aquí. Estás invadiendo propiedad privada. — replicó Lauren en un tono de súplica y de amenaza.

— No serán más de 15 minutos. Si no me escuchas ahora, volveré nuevamente. Y no descansaré hasta que me escuches.

Lauren pensó en empujarla y cerrarle la puerta en la cara, pero la conocía lo suficiente para saber que cumpliría su promesa. La hizo pasar, ya que no quería que sus vecinos la escucharan discutir con ella. La mujer entró a la estancia y se dio el tiempo de curiosear todo. Lauren se puso en guardia, puesto que la conocía tan bien para esperar algún comentario de su parte.

— ¿Cuánto llevas viviendo aquí?

— Eso no le interesa, señora. — respondió Lauren.

— ¿Tienes dinero suficiente? Si necesitas ayuda, me tienes que avisar. — Lauren la vio abrir su bolso y sacar la chequera, lo cual impidió con un gesto.

— Guarde eso. Ya le dije que estoy bien. No necesito nada suyo, señora Green de Jauregui. Ahora, si puede hacer el favor de decirme a qué debo el honor de su visita antes de llamar a la policía...

Eva Green de Jauregui asintió y guardó la chequera en su bolso. Le parecía extraño ver a Lauren sola en ese apartamento tan pequeño. Le faltaba decoración y algunos muebles tenían el barniz saltado. Observó los vinilos desperdigados en el piso y vio que ahí estaba el de Doris Day, que le había regalado hace un tiempo por su cumpleaños. Lauren reparó en ese detalle, lo que repercutió en ella apagando el gramófono. La mujer suspiró y recordó la conversación con Cate. Era mejor decírselo de una vez, a seguir con la mentira pendiendo de un hilo.

— Lo que tengo que hablar contigo no es fácil para mí, Lauren. Pero creo que es lo mínimo que te debo.

— No tengo todo su tiempo, señora. Así que si puede hacerlo brevemente y sin tantos rodeos, se lo agradecería profundamente. — Lauren vio como jugueteaba con sus manos, así que, tras elevar la vista al cielo, le dijo: — Puede sentarse, si quiere.

Eva se sentó y se lo agradeció con un quedo gracias. Lauren estaba empezando a desesperarse con tanto rodeo. Ya estaba a punto de correrla de la casa, cuando la mujer abrió la boca.

— Mi madre se llamaba Helena. Helena Kirberg. Mi padre se llamaba Thomas Green. Papá era muy cariñoso conmigo. Vez que podía me compraba dulces o me llevaba al teatro. Él era un apasionado por la música, ¿sabes? Amaba tocar el piano. Por eso hay uno en la casa. Creo que de él heredaste el gusto y el talento.

Smoke Gets In Your EyesWhere stories live. Discover now