Capítulo 50

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Fines de septiembre, New York, 1935.

Alexander odiaba esas fiestas tan ostentosas. Su padre le había pedido que fuera en su nombre, y así de paso se despejaba un poco. Era un joven de 18 años a punto de entrar a estudiar a la Universidad y con grandes posibilidades de hacerse cargo de la empresa familiar. Aun así, se encontraba desencantado con la vida. Era hijo único y su prima Jessica, la hija de su tía, estaba interesada en todo menos en los negocios. Además, era bastante pequeña. Tenía recién 13 años y dentro de poco cumpliría 14 años, una edad muy complicada. A Alexander le gustaban mucho los dibujos que ella hacía. Era muy talentosa. Él, en cambio, no tenía nada que lo convirtiera en un ser excepcional.

Tras saludar a algunos de los asistentes, se sentó en una mesa lo suficientemente apartada para que nadie se le acercara y pidió un vaso de whisky. Le molestaba la opulencia que rodeaba el lugar. Las sonrisas falsas. Decoraciones demasiado lujosas. No sabía para qué demonios había aceptado. Debería volver a su casa y leer un buen libro admirando lo bella que era esa ciudad de noche. Aprovecharía mejor su tiempo haciendo eso que viendo a los demás divertirse y presumir sus riquezas.

— Veo que no te gusta para nada esto. — le dijo una voz desconocida. Era de mujer y tenía unos matices bastante especiales, ya que era un tanto ronca y aterciopelada.

El muchacho salió de su estado de ensoñación y se fijó en la dueña de la voz. Era una chica que a duras penas habría superado la mayoría de edad, si es que lo había hecho, quien vestía un hermoso vestido de lentejuelas doradas. Su cabello era muy oscuro, el cual enmarcaba un rostro de facciones bastante perfiladas, pero lo que llamó más su atención fue un par de ojos verde esmeralda muy brillantes. Llevaba una copa de lo que parecía ser champagne en la mano y en esos momentos tenía los brazos cruzados sobre su pecho, mirándolo con curiosidad. Alexander era mayor, pero se sintió intimidado por esa chica. Algo la rodeaba que la hacía ver imponente. Supuso que era la naturalidad con la que se desenvolvía en medio de todos.

— Eres bastante entrometida, niña. — Soltó de manera mordaz, como una forma de marcar distancia con la chiquilla y así tratar de mostrarse en iguales condiciones. Ella sonrió de lado y se sentó con él, cruzándose de piernas. Alexander comprendió que era de ese tipo de mujeres que sabía que era bella y podía sacar provecho de ello. Aun así, le pareció una persona bastante interesante.

— Y tú un maleducado. — Observó a su alrededor y le dedicó una sonrisa sincera. — Tarde o temprano le tomarás el gusto. Es preferible esto a estar encerrado. Es el pequeño precio que pagas por la libertad.

— ¿Qué sabes tú de encierro, eh? — preguntó curioso. Algo en los ojos de la mujer cambió, perdiendo cierto brillo. Se sintió mal por haber hecho esa pregunta.

— Viví en un internado desde que tenía uso de razón. Horarios estrictos. Castigos si se me ocurría desobedecer. Mis padres murieron y por fin fui libre de abandonar ese lugar. Respirar un poco. Créeme que sé cuando hablo de encierro.

Alexander se quedó callado. En esos momentos no le pareció tan entrometida y pesada como las demás mujeres que rondaban ese círculo. Al parecer tenía algo de sentido común. Se arregló el corbatín y luego extendió su mano ofreciéndosela, en lo que le decía:

— Mi nombre es Alexander. Alexander Capdeville.

— Mucho gusto, Alexander. El mío es  Eva.

— ¿Sólo Eva? — preguntó intrigado.

— Sí, sólo Eva. — respondió en lo que bebía de su copa. Alexander decidió no insistir. — Tampoco tenía muchas ganas de venir hoy. Creo que ya no me atraen tanto estas cosas como cuando era pequeña. A mamá le gustaban mucho y yo soñaba con ser algún día igual de bella que ella para poder venir. Todos la miraban cuando iba a verme al internado o me llevaba con ella al club en vacaciones. Si la hubieses conocido...

Smoke Gets In Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora