Capítulo 48

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18 de mayo, New Orleans, 1936

Era una ciudad misteriosa. Llevaba casi ocho meses viviendo allí, encerrada en esa habitación de la casa grande, pero vez que salía se sorprendía de lo calmadas que eran sus calles, con gente yendo y viniendo, sin importarle mucho quién caminaba al lado de ellos. Al principio se sentía intimidada, ya que no era fácil caminar con una barriga que no hacía más que crecer y con la juventud a cuestas, pero después de ver que a nadie le importaba mucho, lo dejó pasar. Aun así, extrañaba su ciudad. Había días en los que se imaginaba caminando por las calles de New York, con su buena amiga Cate, visitando tiendas en las que escogían todo lo necesario para arreglar el cuarto del bebé, el cual ya había escogido y sería aquel que daba al jardín de rosas que su madre había cuidado con tanto celo. Pero su imaginación no llegaba más allá, ya que había tomado la decisión de darlo en adopción y ese futuro no era más que un sueño infantil, que no se cumpliría jamás.

Era una niña. Una niña que, por jugar a ser grande, ahora cargaba con un embarazo a cuestas. Una vida que no tenía la culpa de sus errores. Todavía recordaba cómo se había sentido el día que se había enterado. La desesperación había inundado su cuerpo y las ganas de llorar no la abandonaron hasta que se atrevió a buscar a Cate, quien la llevó a un amigo suyo para confirmar todo. Su amiga era un año mayor que ella, pero tenía una habilidad increíble para relacionarse con los demás. También había sido ella quien consiguió el contacto para hacerse el aborto, el cual no llevó a cabo por miedo. Un miedo que la tenía ahora sentada en una mecedora que se encontraba en el patio del hijo de su madrina, admirando la vista que tenía la casa al río Mississippi, mientras yacía descalza, moviéndose solo con la punta de sus pies en el suelo. Un dulce vaivén que ayudaba a tranquilizar al bebé, que no paraba de moverse desde hace un tiempo atrás. La primera vez que se movió fue extraño, ya que se imaginó a sí misma como una pecera, con un pecesito nadando libremente, ignorando lo que ocurría a su alrededor. Y deseó ser como él.

A veces le ponía música. Traía su tocadiscos y ponía todoss artistas que a ella le gustaban. Pero al bebé le gustaba la música clásica, así que trataba de buscarle esos discos. Ahora llevaba un vestido ligero, lleno de flores, que se ajustaba mucho a su barriga, sobre la que descansaban sus manos. Le gustaba pasar las palmas sobre esta y tararearle canciones, mientras la pateaba con fuerza. Era como si reconociera su voz. A veces también le leía. Le gustaba leerle en voz alta La Odisea. No sabía por qué lo hacía, pero creía que se debía a que se sentía tan sola, que su hijo era su única compañía.

"El hijo de ellos" se repitió mentalmente. Su madrina ya había dejado todo en claro. Tendría al pequeño y se lo entregaría al hijo mayor de esta y a su esposa. Tendrían una familia perfecta y ella seguiría siendo la misma Eva de siempre. Volvería a su casa y se establecería nuevamente allí. Y sería como si nada hubiese pasado.

— ¿Cómo estás, Evita? ¿Qué tal esa panza? ¿Se ha portado bien el renacuajo?

— Ya te dije que no me gusta que me digas así, Luca. — Miró a su amigo, el hijo menor de su madrina, con molestia y dirigió su vista al frente.—  Y todo bien aquí. El renacuajo se porta bien siempre que le pongan buena música ¿Trajiste buena música?

— Claro que sí, señorita Green. Todo sea para ese pequeñín.

Sacó un disco de un sobre y lo colocó sobre el tocadiscos. Eva sonrió al escuchar los primeros acordes. Era Chopin y el bebé al parecer había heredado el mismo gusto que ella por ese compositor. De hecho, la patada que dio dejó en claro cuánto le gustaba.

Smoke Gets In Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora