Capítulo 60.

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60. La venganza es un plato que se sirve frío.

Desde la silla observaba cómo la tarde caía y el atardecer se podía observar desde mi sitio.

Solo hacía suspirar pensando en cómo demonios podía salir de esta.

Si algo había aprendido todo este tiempo, es que las advertencias nunca eran en vano, y si Nick decía que algo peligroso podía ocurrir si le hacíamos creer que las coordenadas que teníamos nosotros eran las verdaderas, era porque así podría ser. O quizás no.

Sentí como se abría la puerta de metal y rápidamente me levanté de la silla para mirar en esa dirección.

—Hola, Abbie. – Murmuró Brad, entrando y cerrando tras de sí la puerta.

Tragué saliva y me supuse que esto no me iba a gustar demasiado.

—¿Quieres llevar a cabo ya mi sacrificio? – Pregunté, irónica.

—Esperaré un rato más.

Ladeé mi cabeza y me senté de nuevo en la silla, retomando mi área visual del atardecer.

Escuché como los pasos lentos de Brad acababan a la izquierda de mi silla, y después, se puso en frente de mí, de manera que yo solo podía observar su tronco.

Subí mi mirada cautelosamente y vi que su rostro era más impresionante de cerca. Las cicatrices se destacaban más y era aún más horrible el sentir su presencia a escasos centímetros.

—¿Dónde está Harry? – Pregunté.

El hombre se fue poniendo de cuclillas lentamente hasta llegar a mi altura. Después, entrelazó sus dedos colocando los brazos en cada una de sus piernas.

—En el salón. Tranquila, esta casa es mucho más acogedora que la de las anteriores veces.

—Ya no me preocupa ser secuestrada por ti, Brad. Es algo a lo que me has hecho acostumbrarme.

El hombre rio.

—¿Y te das cuenta de que es a algo que te has tenido que acostumbrar por acercarte a territorios que no debías? – Preguntó, atrevido.

—Las personas somos libres de elegir a quién nos acercamos.

—Tú debiste de ser lista en un principio y no confiar en Harry.

—Sé que no me haría daño.

De nuevo la mirada tan horripilante de Brad, chocaba con mis ojos.

—¿Sabes todo de él, Abbie?

—Por supuesto que no.

—¿Y no te gustaría saber más?

—No sé a qué juegas, Brad. Pero si me vas a matar, hazlo ya.

—No. Yo no lo haré.

Le miré, ceñuda.

—Es de admirar saber que vas a perder tu vida a manos de la persona de la que estás enamorada y seguir aquí tan compuesta como estás tú. – Añadió.

—No quiero perder mis últimos minutos de vida maldiciendo estar aquí. Prefiero no darte el gusto de verme sufrir.

El hombre de nuevo me miraba, quizás sorprendido de que mi comportamiento no era como él seguramente había previsto cuando entró aquí.

—¿Y tú, Brad? ¿No te cansas de hacer sufrir a la gente? ¿De vivir a costa de que la demás gente muera? ¿De solo vivir por y para tus intereses?

—Siempre me salgo con la mía, Abbie. Cueste lo que cueste.

—Ojalá pudiese tener la misma sangre que tienes tú y ser capaz de partirte el cuello ahora mismo. Porque créeme, sabría hacerlo.

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