Capítulo 17.

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17. El diario de Harry Stewart.

Desperté en una pequeña cama. Miré aún adormilada hacia todas direcciones, pero no reconocía el lugar donde estaba.

Una pequeña habitación, en la que apenas entraba luz, pues la persiana estaba bajada y las cortinas azules estaban corridas.

Me incorporé tan rápido como pude y me percaté de que la puerta estaba cerrada.

La habitación formaba un cuadrado, y tan solo estaba decorada por la cama donde yo me encontraba, al lado derecho, junto a la ventana, un escritorio, y al lado izquierdo, un armario. Justo enfrente se encontraba una gran estantería en la que había una multitud de cosas.

Las paredes estaban pintadas de color azul, o al menos eso parecía.

Yo, continuaba con el ceño fruncido. Lo último que recordaba era estar en el salón con Harry.

Harry. El nombre retumbó en mi cabeza. La angustia que vivimos la anterior noche aún no se había esfumado. Y, la inquietud de no saber, ni ahora ni nunca, por qué pasó, me martirizaba.

Retiré el edredón de mi cuerpo y vi que vestía un pijama, de mujer.

¿Dónde diablos estaba?

Mis pies descalzos tocaron el suelo de tarima. Me puse en pie, de nuevo mirando todo.

Pero ahora no era momento de husmear.

Me acerqué a la puerta blanca y tiré del pomo.

Me encontré en un pasillo cuadrado con paredes anaranjadas. Mi mirada fue directa a la habitación de enfrente, donde vi el estor que decoraba la ventana de la habitación de Harry.

Estaba en su casa.

Caminé por el pequeño pasillo hasta incorporarme al principal de la casa. Miré en ambas direcciones y decidí ir rumbo al salón.

Asomé un poco mi cabeza y vi la fortalecida espalda de Harry, decorada por una camiseta de manga corta, y, como era de costumbre, unos vaqueros. Sus pies estaban descalzos.

El chico estaba al lado de la estantería del salón. Tenía la cabeza mirando hacia abajo, observando algo que seguramente tenía entre sus manos.

Oh, Dios mío. Podría estar observando su espalda días enteros.

Me quedé completamente embelesada, quizás segundos.

Harry se giró y bajé la mirada hacia sus manos, dándome cuenta de que observaba un disco.

Levantó su cabeza y dio un pequeño bote sobre sí cuando vio que estaba en la puerta.

—Oh, Abbie. – Murmuró. -¿Llevas mucho tiempo ahí?

—Solo un par de minutos. – Contesté.

—Menos mal. Si hubieses dormido más, llegarías tarde al trabajo.

El chico me sonrió mostrando sus hoyuelos, contra los que yo luchaba para no rendirme más ante los pies de Harry.

—¿Qué tal has dormido? – Preguntó, cerrando la carcasa del disco y dejándolo encima del respaldo del sofá.

—Bien. – Contesté, aún aturdida.

—Te sienta muy bien ese pijama. – Comentó.

Bajé mi cabeza hacia mi cuerpo y de nuevo examiné el pijama, del cual ya me había percatado.

—Lo compré exclusivamente para ti. – Añadió.

—No recuerdo habérmelo puesto.

—Me encargué de ponértelo. Espero que no te haya molestado.

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