Capítulo 37.

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37. Rubia de infarto.

"Atención estimados pasajeros. Les anunciamos que el vuelo con destino Venecia, se ha retrasado una hora. Sentimos las molestias."

Harry y yo nos miramos. Los ojos de ambos se pusieron en blanco mientras rodaban por el globo ocular.

Nuestros cuerpos, que ya estaban en pie ansiosos de que nos dejaran embarcar, resbalaron por el aire hasta chocar de nuevo con los asientos de plástico tan incómodos.

Eché mi cuello hacia atrás y miré el techo lleno de luces que tenía el aeropuerto.

—¿Estás bien? – Preguntó Harry, posando su mano en mi muslo.

Le miré y le sonreí. Lo cierto es que no estaba demasiado cómoda. Intentaba disimular mis nervios pero eran casi imposibles. La primera vez nunca es fácil en ningún sentido.

—No, estoy bien. – Murmuré, intentando mostrarme tranquila.

Harry arrugó su frente y me miró, incrédulo.

—Parece como si fuese la primera vez que montas en avión.

Le miré asombrada y, a los segundos, me deshice en una carcajada sonora. Los ojos de Harry se agrandaron como dos platos.

—¡¿Abbie?! – Exclamó, replicante.

—¿Qué?

Mi tono era de cierto infantilismo. Quizás debí de haberle dicho que era mi primer viaje en avión, pero preferí guardar el misterio en mi interior. Aunque, fuera de mis planes, duró poco.

—¿Por qué no me lo has dicho? – Regañó el chico, con una pequeña sonrisa.

—Sabía que te pondrías paranoico intentando tranquilizarme todo el rato, y con eso, solo me pondrías más nerviosa.

Harry mordió sus labios y cerró sus ojos, seguramente maldiciendo en qué hora habría ido a dar con alguien como yo.

—Aún me queda una larga agonía... - Murmuré.

—¿Por qué no te vas a dar una vuelta por las tiendas? Seguramente te entretengas y no pienses tanto en la maldita espera. – Me propuso.

Una linterna se encendió sobre mi cabeza. El chico había tenido una brillante idea.

Segundos después, me puse en pie.

—¿No vienes? – Le pregunté.

—Me quedaré aquí cuidando de las cosas.

Sus ojos se dirigieron a dos pequeñas mochilas con las que cargábamos. No había más que los papeles de identificación y algo de comida.

Encogí mis hombros y emprendí camino hacia las tiendas.

Durante unos segundos mi cuerpo caminaba entre pasillos de ese centro comercial que había dentro del aeropuerto. Entre estanterías en las que había camisas de quién sabe cuánto. Entre percheros que ocupaban la mayoría del espacio de la tienda. También maniquís decorados con algún estilismo muchas veces extravagante.

Mis ojos miraban rápidamente las prendas, mis manos de vez en cuando tocaban la tela, y mi nariz a veces se acercaba a olerlas. 

Estaba claro que no eran tiendas vulgares lo que había en los aeropuertos, sino tiendas de firmas bastante importantes, y sobretodo, caras.

Fruncí el ceño cuando me di cuenta de que, por muchas cosas que mirase, no podría comprar ninguna.

Desganada y tras haber estado paseando durante quizás veinte minutos, di media vuelta y de nuevo recorrí el camino invertido hasta llegar a la salida.

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