Capítulo 4.

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4. ¿Dónde está Harry?

Llegué al piso totalmente exhausta. ¿Cuántas cosas, con las que no contaba, me podían haber pasado a lo largo del día?

Me quité las Converse y me tumbé en el sofá cómodamente.

Sin embargo, mi mente no dejaba de pensar en algo: La apuesta y Harry.

Estaba de cierta manera jugando con una persona, pero no había más remedio que ese para deshacer el envoltorio que rodeaba a Stewart.

Mi gen de la competitividad y perseverancia se activaron brutalmente. Necesitaba conocer a ese chico, y sólo era de la manera en que lo haría. 

"Recuerda las reglas: Enamórale, pero tú no lo hagas. Tienes quince días y debes de tener algo que demuestre que ese chico se ha enamorado de ti. Suerte, Abbie. La necesitarás"

Las palabras que horas antes había compartido con Nick rebotaban en mi cabeza. Podría conseguirlo, lo conseguiría.

Cogí el bolso que había dejado a mi lado. En él estaban unos nuevos papeles que Greg me pidió que entregase de nuevo a Hamilton, después de yo entregarle los que él me había dado en la reunión.

¡Era la excusa perfecta para volver a Harry!

Rebusqué mi monedero y saqué el pequeño papel donde había apuntado el número de Harry en esos papeles que me encargué de entregar.

Lo observé cautelosamente.

Era hora de actuar.

Cogí aire y me auto convencí de que así era.

Atrapé mi teléfono móvil y tecleé el número de Harry. Me acerqué el aparato al oído y escuché los pitidos comunes de una llamada.

Mi corazón latía apresuradamente. Mi respiración se entrecortaba. ¡Sí seguía así de nerviosa no lo conseguiría!

—¿SÍ? – Contestó.

—¿Harry? – Pregunté, titubeante.

—Soy yo, ¿Quién habla?

—S-soy Abbie.

Un silencio se escuchó a ambas líneas de teléfono. No pareció agradarle mi encuentro telefónico.

—¿Cómo conseguiste mi número? – Preguntó, desconcertado.

—Greg me lo dio. – Improvisé.

El chico de nuevo se quedó en silencio.

—¿Qué pasa?

—Greg me pidió que te entregase unos papeles lo antes posible.

—¿Le entregaste los que te dio Robert?

—Lo hice.

—¿Y de qué son esos papeles ahora?

Me quedé callada y los cogí para observarles.

—Parecen ser los porcentajes de ganancias. – Comuniqué. – Por eso te llamé.

Estaba improvisando. Quizás el consejo que me había dado Ruth me serviría también para la vida cotidiana.  

El chico se quedó en silencio.

—Está bien. ¿Cuándo podrías dármelos? – Me preguntó, al fin.

—Esta misma noche.

Una pequeña carcajada se escuchó al otro lado del teléfono. ¿Stewart se estaba riendo? ¿Y yo era la causa?

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