Capítulo 36.

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36. La curiosidad mató al gato. 

—¡Espera, Nick! – Exclamé.

El chico se dio la vuelta y yo cerré mis ojos lo más fuerte que pude. En mi garganta yacía un nudo, y en mi mente persistía la idea de si contárselo o no.

No quería perder a Harry, y sabía que si Nick le confesaba por lo que yo estaba ahí, Harry desaparecería de mi vida, mientras que, si yo se lo contaba a Nick, yo me encargaría de que no pasase nada.

—¿Qué? – Preguntó, dirigiéndose de nuevo hacia mí.

—Está bien, te lo contaré.

Nick arqueó una ceja y me miró, sonriente, satisfecho.

—Genial.

Le miré a los ojos. Esta situación me recordaba a la noche que estaba con Ryan. Esa sensación de hacer algo contra mi voluntad de nuevo estaba ahí. Fue lo que consternó mi interior, cosa que se manifestó en forma de lágrimas.

—Harry trabaja para la mafia de los Skills.

Nick cambió completamente su gesto. Fue de asombro. Yo, tragué saliva y, de cierta manera, sentí alivio.

—¿Estás segura? – Reclamó.

—Claro. Claro que lo estoy.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo contó él.

Nick se llevó sus manos a la cara y pareció resoplar.

—¡Hey!

La voz de Harry apareció por el fondo del portal. Su mano era sacudida intentando llamar nuestra atención.

—¡Mierda! – Exclamé.

Nick aún parecía continuar perdido, pensando en lo que le acababa de confesar.

Le miraba y él también lo hacía. Tragué saliva intentando tranquilizarme, pero en ese momento, apareció Harry a mi lado.

—¿Qué hacéis aquí? – Preguntó.

—Enhorabuena, Harry. – Dijo Nick dándole una palmada en su espalda. – Esta chica vale oro.

Lo tomé como una metáfora, pero en realidad, no sería así.

Nick desapareció de la escena, aliviado. Mientras que, Harry, se quedó frente a mí, ensimismado y perdido, seguramente que preguntándose cómo diablos Nick sabía la relación que había entre él y yo.

—¿Le has contado algo a Nick? – Preguntó, sorprendido.

Un suspiro profundo salió de mi interior. Quizás con un porcentaje de agobio, de presión y de mucho miedo.

—¿Contarle? ¿El qué? – Pregunté, con una sonrisa nerviosa.

—Sobre tú y yo.

Negué rápidamente la cabeza intentando buscar alguna excusa que me sirviese.

—¡Oh, vamos! Nos vio en mi casa. ¡Tú estabas en ropa interior! No hay que tener una mente privilegiada para suponer que...

—¿Has pensado ya lo de Venecia? – Me interrumpió.

Lo agradecí, realmente lo agradecí. Mi voz cesó y mis ojos miraban los suyos. Era de noche y hacía frío. Mis sentimientos bailaban entre decepción y confusión.

—Me iré contigo, Harry. – Susurré.

Pero me decidí.

La cara de Harry se iluminó como si de un eclipse en media noche se tratase. Sus brazos pasaron por debajo de mi pecho y rodearon mi espalda, posándose en ella y ofreciéndome un gran abrazo que hizo que incluso levantase mis pies del suelo.

Parecía que al fin se sentía aliviado. Al fin sabría que no me iría de su lado.

Sin embargo, yo estaba totalmente decepcionada conmigo misma. Continuaba jugando con él mientras que Stewart había puesto su vida junto a la mía en mis manos. Y yo parecía estar tomándolo como broma.

¿Quizás aceptaría el viaje a Venecia simplemente por remordimiento?

—Ven. – Me dijo. – Vámonos.

El chico cogió mi mano y tiró de ella.

—¿A dónde? – Contesté, frenándole.

—¡Vamos! – Insistió.

Nuestros pasos se apresuraron. Parecía no importarle que nadie nos viese agarrados de la mano, pues ahora parecía no tener miedo. Quizás la seguridad de que pasase lo que pasase, yo no me iría porque ya sabía lo que pasaba, le tranquilizaba y le incitaba a hacer cosas que quizás tiempo atrás no hubiésemos hecho.

El chico continuaba con una sonrisa gigantesca en su rostro, mientras yo me dejaba conducir mediante pequeños tirones de mi brazo.

Llegamos a un parque el cual atravesamos, introduciéndonos en un bosque. Minutos después, Harry se paró enfrente de un banco.

Por muy defraudada que estuviese conmigo misma, y con pocas ganas de reír, el chico consiguió que mi sonrisa se iluminase cuando el banco que su dedo índice señalaba, era en el que los primeros días de conocernos, quedábamos.

—Buenas noches, señorita Abbie. – Susurró, dando vueltas por mi cuerpo.

Sus manos estaban en su espalda, dando pasos cortos, con su tronco estirado.

—B-buenas noches. – Titubeé, intentando seguirle con mis ojos, dando vueltas sobre sí misma.

Sus manos se posaron en mis hombros y me frenó.

—Tú no te muevas. – Me ordenó.

Asentí con una media sonrisa, y dejé que él continuase dando vueltas sobre mí.

—¿Sabe usted qué hacemos aquí? – Preguntó.

—En realidad, no tengo ni idea.

—Exacto, ese es mi objetivo.

Su voz parecía ser la de un narrador de una película de suspense. Tenía cierto misterio, y todo lo decía mediante susurros.

—Quizás pienses que te he traído aquí simplemente para recordar qué es esto para nosotros: El estar en medio de un bosque, de noche, enfrente de ese banco donde tantos sentimientos se chocaron de frente en mi interior. Quizás pienses que es una completa locura ir agarrada conmigo por la calle sin que yo tenga miedo.

El chico paró de dar vueltas alrededor de mi cuerpo y paró enfrente de mí. Cogió mis manos y se las llevó a su pecho, apretando con todas sus fuerzas mis articulaciones.

—Sin embargo – Prosiguió. – Tú has conseguido que supere un peldaño en mi vida en el que llevaba años. Tú has conseguido que pueda ser feliz aun faltándome parte de mi felicidad. Tú has conseguido que tenga esa tranquilidad que buscaba desde hace años, Abbie.

Sus ojos casi llorosos me miraban. Mis piernas temblaban y mi mente estaba analizando su rostro, sus facciones. La perfección debería envidiarle.

—Estoy enamorado de ti, y eso es un peligro.

Mi rostro cambió completamente. La sorpresa se había adueñado de mí. Mi suposición ya estaba confirmada, y aquel chico de pelo rizado y ojos esmeralda me había lo había asegurado: Harry Stewart estaba enamorado. Y no de cualquiera. Sino de Abbie Evans. De mí.

Mis manos se soltaron de las suyas y fueron a parar a sus mofletes, arrastrando su rostro al mío e invadiéndonos en un profundo beso.

Ahora no era Harry Stewart el que me rodeaba en ese parque. Ahora eran los sentimientos quien se encargaban de rodearnos a ambos.

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