Miro fijamente la imagen de Galo mientras busco algo, algún detalle de su vida que les pueda importar a esos dos capullos. Leo sus apellidos, y se me ocurre una idea. No es nada sólido, pero es mejor que nada.

—Tiene un hermano, Liam—digo, mirando a Ponnie—. Desapareció hace una década, junto con mi padre. Algo me dice que no está celebrando precisamente el gobierno de Grayhold.

Leo asiente.

—Es poco, y flojo, pero encontraré la manera.

Le miro mientras contempla la imagen de la cárcel, y me pregunto quién es. ¿Quién es tan influyente que tiene contacto tanto con la líder de Hélix como con el gobernador de la ciudad Etérea? Temía de Amelia, pero me da la sensación de que mis aliados no son menos poderosos que ella.

—Ponnie—dice él—. Haz un listado de los hélicos que estén ahí dentro. Si entra ahí sola, será un suicidio. Necesitará aliados dentro.

La chica de la coleta asiente, aunque por su expresión adivino que le llevará un tiempo revisar todos los nombres.

—¿Cuándo hablarás con Galo?—pregunto.

Leo se lleva la mano a la oreja y se acaricia el lóbulo. No es la primera vez que le veo hacerlo cuando está maquinando. Debe de ser algún tic nervioso.

—Intentaré concertar la cita mañana mismo—contesta al cabo de unos minutos—. Pero no puedo prometer nada. Los procesos de admisión de entrevistas son largos y tediosos. Aún así, procuraré adelantar el encuentro lo máximo posible.

—Gracias—digo sinceramente—. Por ayudarme.

Leo mira a Ponnie.

—¿No se lo has dicho?

Ella niega con la cabeza.

—¿Decirme qué?—pregunto.

Leo chasquea la lengua.

—¿En serio pensabas que trabajo gratis? Mi tiempo es muy valioso como para perderlo porque sí. Para hablar contigo he tenido que interrumpir una reunión con Hela, lo has visto. Ahora exijo mi recompensa.

Le miro con los ojos entornados. ¿Puede ser que quiera...? No, lo dudo. No pega con él. Aunque, a decir verdad, apenas lo conozco.

—¿Qué quieres?—pregunto, más curiosa que asustada.

Leo esboza una leve sonrisa antes de contestar.

—Quiero conocerte.



Dejamos a Ponnie con el recuento y salimos al balcón que da al Ágora. Si desde la entrada principal ya se sentía una poderosa, desde aquí me siento como un dios juzgador. Contemplo las coronillas de todas esas personas tan variopintas y me imagino liderándolos a todos como pueblo... o como ejército.

—Primero—empieza él, sirviendo una copa en la mesa de cristal al otro lado del balcón—. ¿Cómo te llamas?

—Ali—contesto automáticamente. He empezado a sentirme identificada con ese nombre, y comienzo a entender por qué Bibi decidió elegir el suyo propio. Además, es un gran honor llevar el mismo nombre que...

—Toma.—dice Leo, ofreciéndome una de las copas. No reconozco la bebida por la vista. Su color está distorsionado por las luces de colores de los carteles de neón—. Es un refresco que yo mismo he desarrollado: todo moras silvestres, con un toque de azúcar sin refinar y de piel de limón.—Le miro, completamente desconcertada—. ¿Qué? Ya te he dicho que aprovecho mi tiempo, y no todo son pistolas y sangre.

Dudo un segundo, pero le doy un sorbo a la bebida, que es dulce (quizá demasiado) y un pelín amarga en el momento de tragar. Leo me observa atentamente para ver mi reacción.

—No está mal—digo, después de torturarle durante casi un minuto.

Suspira aliviado y sonríe levemente. Ahora, relajado, parece más joven que antes. Debe de tener mi edad, y siempre que le he visto ha tomado cargos usualmente reservados a gente mucho más veterana. En este mismo balcón se dirigía al pueblo hélico con austeridad y severidad, y entonces parecía un dictador furioso. Ahora no parece más que lo que es: un joven ilusionado y extremadamente inteligente.

¿Por qué lo analizo tanto?

—¿Siempre has vivido aquí?—pregunta, dejando las dos copas de vuelta en la mesa.

Niego con la cabeza, sin dar más detalles.

—¿A qué te dedicas?

Le miro con una ceja levantada.

—A sobrevivir.

—¿Por qué no apareces en mi base de datos?—pregunta, y sé que ése es el verdadero motivo de esta conversación. Ya suponía que no podría dejar su ignorancia correr, y la situación le ha venido de perlas. Pero yo solo dejo que me conozca una persona, y todo esto es para salvarlo.

—¿Por qué iba a aparecer?—me limito a contestar, dándole la espalda y asomándome por el borde del balcón.

Leo se acerca, y se apoya también en la barandilla, a un metro de mí.

—Desde pequeño, siempre me ha interesado conocer a las personas—cuenta—. Conocer sus inquietudes, sus motivos. ¿Qué les ha llevado a donde están y por qué hacen lo que hacen? Se me ha dado bien calar a una persona desde que recuerdo. Por eso Hela confía en mí, sabe que me olería a un traidor por mucho perfume que llevara.

»No, las personas no son un misterio para mí. Y, aunque en ocasiones se haya podido utilizar esa información en su contra, mi única motivación es la curiosidad. Hay millones de personas en el mundo. A lo largo de mi vida he debido de conocer a millares, tal vez más.—Me mira directamente a los ojos, y veo que mira más allá de sus gafas—. Y, de entre todas ellas, sólo una persona me ha resultado un completo enigma.

Antes de poder preguntarle por ese alguien tan interesante, me fijo en que en el Ágora se ha formado un corro. En el centro hay un chico y un hombre. A ambos los reconozco.

—¡Sabemos a quién tenéis ahí!—grita el loco sin meñique, tan alto que le oímos con total claridad—. Si no nos recibís ahora mismo, toda Helix lo sabrá también. 

Alter EgoWhere stories live. Discover now