Oyakoshipping [I]

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"Oh dios, ¿Desde cuandó estas ahí?"

[...]

Se aferró fuertemente a sus propias piernas mientras continuaba sentado en el suelo, con el rostro oculto entre ellas y la espalda ligeramente jorobada, razón por la cual no tocaba por completo la puerta que tenía detrás. A pesar de todo, era capaz de escuchar perfectamente la discusión, a gritos, que se estaba llevando a cabo del otro. Una discusión en la cual, aunque su nombre aparece repetidas veces, no tenía la más mínima necesidad, y mucho menos la intención, de dar a conocer su presencia en el lugar.

Estaba totalmente consciente de que dicha situación y muchas más, eran el resultado de sus acciones pasadas, aquellas que, aunque no se arrepiente en ningún momento de haber tomado, no podía sino sentirse miserable y culpable por toda la gente que se había tenido que llevar de encuentro. Pero era feliz, y le gustaba mucho la forma en que había terminado, junto a la persona que amaba.

Aun si eso significaba haber destruido su matrimonio, y la relación con su hija.

—¡Ya te he dicho miles de veces que no tienes nada que hacer aquí!

Brinco del susto en su lugar en el suelo, finalmente alzando su rostro y mirando sorprendido la puerta a su lado que había sido empujada con violencia. Con cuidado se fue levanto y en todo momento se aseguró de mantenerse pegado a la pared, procurando que la persona que fuese a salir en cualquier momento no lograra verlo.

—¡¿Porque te urge que me vaya?! ¡¿Es que quedaste de verte con, con ese?!

El grito femenino resonó por la amplia y vacía habitación donde se encontraba, asustándose aún más, lo que le llevó a retroceder hasta quedar en la esquina de la habitación, rezando a cualquier dios para no ser visto ni oído.

—¡Estoy trabajando mujer! —la voz masculina rugió con fuerza, opacando con facilidad el grito anterior—. ¡En cualquier momento voy a tener retadores y no pienso tenerte aquí esperando a que cada uno de mis combates finalice, solo para seguir discutiendo!

Tras el grito final, que demostró los bueno pulmones que aún conservaba aquella persona, un tenso silencio finalmente se hizo presente, no dándole otra cosa más en que pensar que aquellas dos personas mirándose fijamente, incluso, tal vez, con el odio supurando de los ojos de ambos. Pero debido a su posición no fue capaz de ver a ninguno de los dos, hasta que finalmente escucho el sonido de los tacones golpeando la madera sin piedad alguna, y encaminándose furiosamente hacia la puerta que minutos antes había sido abierta.

—Pues me retiro, entonces —escupió aquella mujer deteniéndose justamente en el marco de la puerta, antes de girarse una vez más hacia la persona que aún continuaba dentro de la habitación—. Pero esto no ha terminado Norman.

—Cualquier cosa la arreglamos con un abogado de por medio —en el mismo tono furioso le contestó Norman—. Ahora, por favor, vete.

Desde la esquina donde se encontraba no fue capaz de ver con exactitud la mueca hecha por aquella mujer, pero si alcanzo a escuchar algo parecido a un bufido, además del leve movimiento de su cabeza alzando la nariz con prepotencia. Cuando finalmente le vio salir y dirigirse a la otra puerta de más adelante, su primera reacción fue pegarse lo más posible contra aquella esquina, deseando internamente la capacidad para fusionarse con la pared y poder pasar desapercibido al cien por ciento.

No fue hasta que la segunda puerta se cerró, que finalmente soltó un suspiro, dejándose caer al suelo minutos después. Incluso si no había estado dentro de aquella habitación, de todas formas, había sido capaz de escuchar todo e incluso podía jurar que la tensión atravesó la pared sin problema alguno y llegó hasta su persona. De una u otra forma, recordar aquellas palabras que se habían dirigido los adultos le hacían sentir mal, lo suficiente como para que sus piernas le temblaran y, una vez más, se dejará caer con dirección al suelo hasta quedar sentado nuevamente.

—¿Brendan?

El niño de catorce años, casi quince, pero aun así seguía siendo un niño, alzó el rostro con los ojos vidriosos, algo que incrementó cuando se encontró con la mirada confusa del adulto.

—Oh dios... ¿Desde cuándo estas ahí? —preguntó Norman como prioridad, acercándose lentamente al adolescente de curiosa gorra blanca.

—Acabo de llegar. —mintió con una sonrisa mientras extendía los brazos cuando finalmente el líder de gimnasio se agacho para quedar a su altura.

—¿Seguro? —cuestiono Norman, obviamente no muy seguro de aquella respuesta, acercándose lo suficiente como para que los brazos rodearon su cuello y la cabeza del menor se acomodara contra su hombro, fácilmente ocultando su rostro.

—Sí.

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