Capítulo 48

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Madeline

Ginger se mira en el espejo, sonriente. Hoy toda ella desprende una luminosidad especial. El vestido le queda como un guante, al igual que las discretas joyas que hemos escogido para la ocasión. Le he recogido el cabello hacia atrás, en un semirecogido sostenido por el velo y que deja caer el resto de su rubio cabello en ondas sobre sus hombros. A unos escasos cuarenta y cinco minutos de la boda, le estoy dando en casa de mis padres los últimos retoques de maquillaje para el gran día.

-Estás preciosa, Ginger.

-Todo está siendo perfecto. - dice. -Y es gracias a ti.

-Gracias a ti por haber confiado en mí.

Continúo aplicándole el colorete en las mejillas.

-Me gustaría que hubieses hablado con Johnny antes de la boda.

-No hablemos de eso hoy. - dejo el colorete en el neceser. -Hoy la protagonista eres tú.

Ginger se levanta, ya completamente arreglada, y queda frente a mí.

-Pero os queréis.

-Es demasiado complicado.

-¿Quién dijo que el amor fuera fácil? - pregunta. -Si hay amor entre vosotros dos, de lo cual esto segura, encontraréis una forma de estar juntos. - agacho la cabeza, consciente de que quizá estoy siendo una cobarde. -¿Vais a dejar que un malentendido se interponga entre vuestra felicidad?

-No es solo un malentendido. - digo. -Es el hecho de que ambos pensamos inmediatamente lo peor del otro. - suspiro -No estamos listos.

-Estáis listos, solo que tenéis miedo de admitirlo.

Tal vez Ginger tiene razón. No obstante, el miedo a salir dañada otra vez tiene más fuerza que yo. Me repetí muchas veces que Johnny no era como los demás, que él no me haría daño, pero de nada sirvió aquello cuando vi esas imágenes en televisión. Al igual que no sirvió de nada intentar que se abriera conmigo para conocerlo mejor.

-Oye, ¿no se supone que es la dama de honor la que debe ayudar a la novia y no al revés? - bromeo.

-¿Desde cuando seguimos las normas?

-Esa es una buena pregunta. - sonrío.

Ambas estamos a punto de llorar. Me acerco a Ginger y le doy un gran abrazo. No importa qué haya ocurrido con su hermano, le deseo le mejor a ella y a Oliver. Espero que sean muy felices.

-Está bien. - me separo, y le entrego su ramo de rosas blancas y rojas. -Es hora de casarte.

Ella coge el ramo, impaciente porque los minutos que queden no se hagan eternos.



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