Capítulo 8

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Johnny

Ginger y Maddie cogen algunas revistas de la estantería, pasan las páginas de forma ligera y, si no les convence lo que ven después de una secretísima charla entre susurros, entonces vuelven a dejar la revista en su sitio. Aquí de pie, me fijo en la cantidad de gente que hay en la cafetería. Cojo una revista de joyas y la abro de forma que me cubra el rostro, fingiendo estar interesado en su contenido. Sé que destaco demasiado. Maggie coge tres revistas del estante más bajo y se pone en pie. Se aparta su cabello ondulado del rostro, y sus ojos azules del color de un iceberg se cruzan con los míos. Parece algo cohibida con la situación, y no la culpo. Le resulta extraño tratar con alguien famoso, por así decirlo.

-¿Te das cuenta de que estás actuando como un famoso de incógnito?

Reflexiono sobre lo que estoy haciendo. Quizá estoy demasiado obsesionado con el tema de que la gente reconozca mi cara.

-Por supuesto que me he dado cuenta. - miento.

Dejo la revista donde estaba, y me acerco a nuestra mesa.

-No suele tener mucha privacidad en Los Ángeles. - me excusa Ginger.

-Mira, Johnny. - dice Maddie. -Aquí nadie va a molestarte. Es un lugar seguro.

Asiento. Se supone que he venido aquí ha relajarme, a pasar tiempo con mi hermana, y a acompañarla en su camino hacia el altar. Debo dejar mis preocupaciones a un lado. Si me reconocen tampoco pasa nada. Me lo tomaré como un gaje del oficio, supongo.

-¡Hola, Maddie! - se acerca una señora mayor. -Oh, querida, ¿estás pensando en ir de compras navideñas?

La señora me mira ilusionada. Seguramente no conozca a Maddie de nada.

-En realidad no, Gladys. - responde ella. -Estoy planeando una boda.

-¡Por fin! - la abraza la mujer.

-¡No! No es la mía. - se ríe. -Es la boda de mi cliente, Ginger. Y este es su hermano, Johnny.

-¡Ya sé quien es él! - exclama Gladys. -¿Podría hacerme un selfie con usted?

Maddie abraza a la mujer mayor por los hombros.

-Verá, Johnny ha venido por motivos estrictamente privados...

La mujer asiente, algo decepcionada. Tal vez una foto no haga daño a nadie.

-No, no importa. - interrumpo a Maddie.

Gladys deja a un lado a Maddie y a mi hermana, y corre hacia mí.

-Encantado de conocerla, Gladys.

-Oh, será algo rápido.

Paso un brazo por sus hombros, ella saca una cámara antigua de su bolso. Aprieta el botón del flash. La luz blanca está demasiado fuerte, casi me deja ciego.

-¡Gracias! - me abraza cariñosamente. -No puedo esperar a colgar esto.

-Oh, será mejor que respetemos su privacidad y no colguemos nada en las redes sociales. - aconseja Maddie.

-Me refería a colgarla en la puerta de mi nevera. ¿En las redes sociales? ¿Qué os creéis que soy, una millenial? - se ríe.

La mujer se marcha guardándose su cámara en el bolso, y con una sonrisa enorme en el rostro. Creo que la mejor parte de mi trabajo podría ser esta, hacer feliz a la gente con un simple gesto.

-Bueno, ¿por qué no echáis un vistazo a estas revistas y me decís lo que más os gusta?

-No necesito revistas. - digo. -Se me acaba de ocurrir una idea magnífica.

-Oh, vale. - Maddie mira a mi hermana. -Somos todo oídos.

Me aclaro la garganta, y pongo voz de presentador de televisión.

-¡Navidades en Escocia! -Todo será rojo, verde y blanco. - ambas parecen petrificadas. -¿Qué ocurre? - me dirijo a Ginger. -Te gustan los cuadros de las faldas escocesas.

-Me gustan, sí. - admite. -Pero no quiero que sean el tema de mi boda.

Maddie coge una revista, la abre por una de la páginas, y se la muestra a mi hermana.

-¿Qué os parece esto? He pensado en incluir algunos detalles de perlas blancas, algo que evoque los copos de nieve, que simbolice un nuevo comienzo, el principio de tu nueva vida con Oliver.

-Me encanta. - sonríe Ginger.

-Entonces supongo que esto significa que no va a haber nada escocés.

-Está bromeando, ¿verdad? - le pregunta Maddie.

-Por desgracia, no.

-También he pensado que podrías llegar a la iglesia en trineo. Podemos comprar un reno, o alquilarlo a algún ganadero.

-Johnny, esto no es una de tus películas de Hollywood. - me dice Ginger.

-Lo sé. Lo siento. - le acaricio un mechón de su cabello. -Solo quiero que tengas lo mejor. Desde que mamá y papá murieron, solamente me quedas tú.

-Te entiendo. - sonríe.- Te quiero.

Ginger se esconde entre mis brazos como cuando era una niña. La muerte de nuestros padres fue un golpe muy duro para nosotros. Yo había cumplido los dieciocho años, ya era mayor de edad y, por ello, podía ser tutor legal de mi hermana pequeña de dieciséis años por aquel entonces. Lo peor de mi trabajo es pasar largas temporadas fuera de casa, sobre todo cuando Ginger estaba aún en el instituto. Sin embargo, durante esos períodos de tiempo me recuerdo a mí mismo que todo lo que he hecho era por ella, para poder pagar sus estudios, su carrera en la universidad...

-Yo también te quiero, Ginger. 


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