Cap. 1.6 - Apollum

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Apollum



Así llegó el día y el guerrero sagrado se preparó para entrar a caballo a la ciudad completamente solo, a plena luz del día y a la vista de todos, ¿Por qué de esa manera? se preguntaron muchos, a lo que Mislav solo respondió:

— Ya se lo dije, solo podré entrar si los Dacios me abren la puerta, lo cual no sucederá si no pueden verme — en realidad parecía bastante confiado en que lo reconocerían, le abrían y, sobre todo, en que podría ser más veloz que los invasores.

Mislav se vistió entonces con una armadura más ligera de lo normal, apenas pechera y yelmo de hierro. Luego se puso la casaca blanca y algunos sintieron estar en presencia de un santo. Los más veteranos recordaban haber visto esa casaca hacía años, pero los más jóvenes solo habían escuchado las leyendas de sus proezas en las guerras contra Moravia.

Una vez ataviado el conde, se guardó la espada de acero blanco, se ató un escudo en la espalda y tomó un arma de asta con una bandera ondeante que llevaba impreso el símbolo de la iglesia católica. Con ayuda de dos hombres subió al poderoso caballo blanco que siempre le acompañaba en las guerras y juntos parecieron una visión celestial.

Finalmente miró a sus soldados y con su poderosa voz les habló de este modo para alentarlos.

— Soldados de Tholna, no vine para morir en esta ciudad lejos de mi hogar ni los traje a ustedes para hacerlo. No quiero mártires, quiero hombres que pueda regresar con bien a sus casas. Hemos venido a salvar a los últimos cristianos que quedan en este país ya que el sacro imperio no puede ayudarlos. No podremos salvarlos a todos, pero salvaremos al menos a los niños, a las mujeres y al clero, solo eso, no vamos a vencer a la horda de invasores ni a convertirnos en los héroes que murieron peleando en una guerra ajena. Apollum ya tiene suficientes héroes y mártires y para la noche habrá muchos más. Nosotros como la hoja de un cuchillo entramos veloces, abrimos una brecha y ayudamos a escapar a esos niños y mujeres.

El sagrado espoleó su caballo en un gesto arrebatado de temperamento y merodeó por la línea de soldados aparentando seguridad y fortaleza. Luego continúo su discurso:

— Nos envía el príncipe a nosotros porque tiene la certeza de que nadie más en el mundo puede lograr esta empresa, porque sabe que no hay cobardes en nuestras tierras y porque sabe que luchamos con verdadera fe en nuestro señor, así que recen mucho mis guerreros de Tholna que para la madrugada estaremos marchando de regreso a casa. Los espero en la puerta norte de Apollum cuando llegue el momento. El capitán Borric los guiará.

Borric se acercó a Mislav y ambos entrelazaron brazos como despedida (estilo romano) y luego el sagrado cabalgó rumbo al camino para perderse finalmente tras las colinas.

Espoleó su caballo y lo hizo galopar mientras le hablaba con tono severo. El conde sabía que pronto exigiría de él el máximo esfuerzo y la única forma de sobrevivir era obligándolo a llegar a sus límites de resistencia y velocidad. No le gustaba la idea de ser tan duro con su caballo, pero estaba convencido que no había cabida para sutilezas y ya habría tiempo de recompensar a la bestia si lograban salir vivos de aquella empresa.

El sagrado y su caballo se adentraron en el Llano del Alba, por una vereda salvaje bordeada por pinos y llegó por fin al camino real, muy cerca del río Mures. Quizás en otros tiempos aquella fue una senda muy transitada, pero ahora era una desolada y tenebrosa carretera que se revelaba detrás de una leve neblina que opacaba las montañas lejanas, vestidas con árboles de oscuro follaje que clavaban sus afiladas puntas allá, muy cerca del cielo grisáceo. Continuó entonces durante horas, hasta que por fin llegó al sitio donde descansaban los restos de un pueblo junto al Mures.

El Imperio SagradoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora