Cap. 1.3 - Azhar el sin tribu

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Azhar el sin tribu

Alta Panonia (Hoy Hungría)



Un joven mensajero montado en un enorme caballo isabelo, bajó de los montes Cárpatos por una vereda salvaje y atravesó impune la llanura semi boscosa en el territorio de Panonia. Él sabía que aquellos eran caminos peligrosos, así que cabalgó tan veloz que se convirtió en una visión inalcanzable que aparecía y desaparecía rápidamente por el sendero. Fue la increíble resistencia de su caballo lo que le ayudó a sortear todos esos peligros que acecharon a su paso en los tres días que duró su viaje.

Y es que, en aquellos tiempos, aquel país estaba dividido en dos partes llamadas: Baja Panonia y Alta panonia, siendo el río Danubio el encargado de establecer sus límites. Pero no era el río el que las había dividido, sino los hombres. La baja Panonia le pertenecía al Sacro Imperio Romano de Occidente y estaba regentada por el príncipe Rotislav de Moravia, mientras que la Alta Panonia era un territorio sin gobierno que se disputaban varias naciones y tribus, entre los cuales destacaban eslavos, getas, avaros y los recién llegados Magiares. Por todo ello, se sentía una fuerte incertidumbre causada por la falta de hegemonía racial y religiosa y, para los viajeros era casi un suicidio atravesarla.

A pesar de todo, el joven mensajero logró llegar hasta el Danubio y lo cruzó montado en su caballo, obligando a la bestia a nadar con todas sus fuerzas para vencer a la corriente. Cuando llegaron al otro lado, el joven bajó del caballo y dejó descansar a su montura, dándole además, algunos mimos con caricias en los crises y con palabras.

— Eres un magnífico caballo, me vas salvado la vida y yo ni siquiera sé tu nombre.

El animal le respondió con un bramido.

El joven entonces echó una mirada al paisaje y nuevamente se quedó maravillado por la belleza de aquel lugar que en el futuro seria conocido como Hungría. Estaban a los pies de una colina vestida con pasto y flores, y el cielo era, de cierta forma, mucho más azul que el de las tierras altas de Dacia, donde casi siempre había niebla y los colores de la naturaleza lucían más lúgubres y misteriosos. No era raro que en Dacia hubiera tantas leyendas sobre tribus de hombres lobos y espíritus de mujeres que habitan en los lugares desolados. Sin embargo, el joven mensajero no creía en ninguna de estas leyendas y sí en su Dios Alá y en toda la magia derivada de él y su creación.

— ¿Estás asustado? — le preguntó al caballo cuando lo notó inquieto.

El nervioso animal se quedó mirando a la colina y el joven tardó un poco en entender la razón.

— Calma — le dijo suavemente y lo llevó tirando de las riendas mientras le decía —. Solo es una mujer, no creo que nos haga daño.

Mensajero y caballo subieron la colina hasta llegar al solitario roble que la coronaba. Ahí estaba sentada una doncella madura y elegante, la cual no estaba atenta a el majestuoso paisaje que se mostraba frente a ella (digno de una pintura), sino a las páginas de un libro viejo que sostenía en sus manos. Por ese motivo no se percató de que un joven se estaba acercando a pasos cansados. Fue hasta que la sombra del visitante la cubrió, cuando ella alzó la mirada y aterrada vio al muchacho moreno y a su raro caballo de grandes dimensiones.

La mujer estuvo a punto de lanzar un grito, pero se contuvo al ver que aquel muchacho rápidamente dobló una rodilla para apoyar la otra en el pasto en un gesto servil en el que también agachó la cabeza para mostrar respeto y humildad.

— Noble dama — dijo al verla vestida elegantemente —. No es mi deseo dañar a nadie y tampoco quise asustarla. Solo soy un mensajero enviado de lejos y deseo llegar a Tholna para entregar mi mensaje.

El Imperio SagradoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum