Cap. 1.2 - El sagrado

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El sagrado

Territorio de Panonia (Hoy Hungría) — abril 856



Tres eslavos montados en sus caballos abandonaron la ciudad amurallada de Blatongrad y se dirigieron al Este por una carretera de terracería. Iban en formación de punta de flecha, como si estuvieran en una campaña bélica, aunque en realidad no lo estaban. Ellos eran; el conde Mislav de Tholna y le seguían dos de sus vasallos, los hermanos Vlad y Borric. Ya sobre el sendero, disminuyeron un poco su velocidad y anduvieron aquel tramo intentando no detenerse, no llorar y, sobre todo, no vomitar ante aquel paisaje, el cual era un verdadero camino de horrores.

Dispuestos a cada cien metros, se encontraban los rostros torturados e inanimados de hombres que descansaban suspendidos de altos postes a varios metros de altura. Eran hombres ahorcados cuya piel ya comenzaba a tornarse azul y despedían un olor a podredumbre que parecía gustarle solo a los cuervos; los cuales acechaban hambrientos y lanzaban sus graznidos mientras volaban amenazando incluso a los vivos.

Algunos de aquellos cadáveres ya comenzaban a mostrar manchas negras y señales de descomposición, pero todos seguían conservando la misma expresión de angustia y miedo a la muerte que tenían en el momento exacto de su ejecución. Mislav y sus hombres intentaron ignorar el terrible cuadro, pero era imposible no sentir revolverse las entrañas al contemplar la crueldad que estaba mostrando su príncipe, Rotislav, a la hora de sentenciar a los traidores, o a los que él señalaba como tales.

— ¿Y estos quiénes eran?

Fue el joven Vlad quien rompió el silencio, apenas dejaron atrás aquella carretera de muerte. Mislav sin detener el caballo respondió con una mirada fría, deshumanizada.

— Nobles, soldados, campesinos y hasta evangelizadores, me atrevo a pensar que todos francos. Todos ellos son ahora una amenaza para Rotislav.

El mayor de los hermanos, Borric, intervino:

— No entiendo por qué el Sacro Imperio no hace algo para detenerlo.

— Lo hará — le corrigió Mislav en voz baja —. Ejecutar a los nobles francos de esta región es una provocación directa al emperador y al mismo papa.

Vlad arqueó una ceja y lanzó una profecía que en el fondo era un sentimiento compartido por los tres.

— Entonces nosotros también moriremos pronto.

— Nosotros no somos francos — refutó enseguida Borric —. No somos amenaza para el príncipe.

— ¡Ve y díselo a él! — respondió el más joven apuntando con la mano en dirección del norte.

— Silencio —les dijo Mislav haciéndoles notar que una familia de campesinos se cruzaba en su camino. Cuando estos miraron la sobreveste color ocre de los viajeros, les lanzaron miradas de reproche y odio y alguno de ellos hasta escupió al sendero. El joven Vlad fue el único que pareció afectarse ante aquella falta de respeto y se detuvo mirando a sus compañeros y clamando por un minuto para tomar acciones en contra de aquel insolente plebeyo.

— Déjalo Vlad, no vale la pena —ordenó Mislav.

— ¿Pero por qué nos miran con ese desprecio y hasta nos escupen la senda?

El prudente Borric miró aquella familia de campesinos y respondió con voz casi susurrante.

— Parece que nos reconocieron.

— ¡Reconocerán mi espada también!

Mislav miró con suma seriedad a sus hombres y supo que Vlad en verdad estaba dispuesto a armar un lio innecesario en medio del sendero. Las líneas de expresión en su frente se acentuaron y sus ojos azules se llenaron de furia.

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